Capítulo XXV

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- ¡Luis, va! – la chica golpetea la puerta con insistencia mientras mueve las piernas rápidamente, como técnica desesperada para evitar que su vejiga explote de un momento a otro. Pero el agua de la ducha sigue brotando sin cesar – ¡Luiiiis!

- ¡Ya va!

Aitana resopla y se aleja un poco de la puerta, todavía moviendo las piernas energéticamente, y maldiciendo que Luis solo tuviera un baño en su casa. Iba a llegar tarde al trabajo. Iba a llegar tardísimo.

Después de la sorpresa que le había preparado el gallego la noche anterior, se les había hecho imposible salir de esas sábanas tan calentitas por la mañana. Habían estado remoloneando en la cama, besándose entre bostezos y abrazos, hasta que el campanario del barrio les hizo separarse, al tocar, fastidioso, las ocho y media de la mañana.

Aitana se puso de pie al instante, aturdida al darse cuenta de lo tarde que era y maldiciendo que no hubiera saltado la alarma de su móvil.

Pero, aunque iba a llegar tarde segurísimo, había valido la pena.

Se le escapa una sonrisa traviesa al recordar la noche. Cuando los platos de pasta quedaron totalmente vacíos se tumbaron los dos en el sofá, enroscando las piernas del uno con las de la otra. Todavía quedaba vino así que se acomodaron con las copas en la mano y se taparon con una manta finita, que ya empezaba a refrescar en Barcelona, mientras Aitana reposaba su cabeza en el hombro de Luis. La intención era ver una película, pero el efecto del vino y de la felicidad que rebosaba por los poros de sus pieles, provocaron que la manta acabara en el suelo al cabo de dos minutos. Prefirieron verse el uno al otro. De todas las maneras posibles.

Y así, durante horas. Hasta que Aitana, exhausta, se quedó dormida apoyada en el pecho de su chico. Luis sospesó durante varios minutos qué hacer, si quedarse eternamente ahí tumbado, mirándola respirar profunda y tranquilamente, o intentar llevarla hasta la cama. En cuanto empezó a perder la sensibilidad del brazo que había quedado debajo del cuerpo de la chica, se decidió por la segunda opción. Trató de levantarse, lentamente, pero era imposible; era como tener un peso muerto encima de él. En su segundo intento, Aitana se despertó por el movimiento y, al ver la cara de dolor del chico, se le escapó una risa desternillante. Él se contagió, mientras se fregaba el brazo completamente dormido.

Entre risas, llegaron a la cama, y sin dejar de sonreír, se dejaron abrazar por los brazos de Morfeo.

El sonido del pestillo abriéndose devuelve a la realidad a la catalana, que recuerda entonces la necesidad urgente de vaciar su vejiga.

- Te dije que entraras conmigo – apunta Luis, saliendo del baño tapado solo con una toalla envuelta en su cintura y llevándose detrás un hilo de vapor.

Ella se ruboriza un poco y entra en el baño corriendo, no sin antes girarse y dedicar una mueca a ese hombre semidesnudo que la miraba pícaramente.

- Entonces no llegaría tarde al trabajo, porque directamente no llegaría.

Luis sonríe a la ya puerta cerrada y luego se dirige al dormitorio a vestirse, mientras ella se asea en el baño.

Al pasar por el salón, pone los ojos en blanco al ver lo desordenado que está. La mesa sigue llena con los platos, las botellas y las velas de la cena de la noche anterior, puesto que ninguno de los dos quiso perder ni un segundo de esa velada limpiando; y en el suelo hay la manta con la que se taparon durante pocos minutos y varios cojines desperdigados. Un auténtico desastre. Pero al llegar al dormitorio, la cosa no mejora. Hay ropa de Aitana por toda la habitación, literalmente, menos en su mochila, que reposa abierta y vacía encima de la cómoda. Luis resopla, tratando de encontrar entre ese caos algo qué ponerse, pero luego se le escapa media sonrisa.

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