Capítulo XXVI

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Miriam Rodríguez era una de esas personas que brillan por sí mismas, con luz propia y sin necesidad de focos. Gallega, 28 años, alta y esbelta, de larga melena rubia y rizada, de sonrisa brillante, carácter fuerte, y lo más importante, con una larga carrera musical a sus espaldas. Era una auténtica estrella.

Tras alrededor de diez años entre escenarios, giras y álbumes, Miriam había conseguido un alto caché. Llegó a Barcelona con tan solo 18 años, para participar en el mismo programa televisivo del que salió Ana Guerra, solo que dos años antes que la canaria, y ya nunca dejó la Ciudad Condal. Tras tres meses compitiendo en forma de canciones, la joven salió del programa con la promesa de lanzar al mercado, por lo menos, un single. Con los 20 llegó su álbum debut, en el que participó Cepeda con sus composiciones. Y a partir de ese momento, ya nunca dejó de trabajar en la música, su verdadera pasión.

Ella sola había ido trazando su camino hasta llegar a ser lo que era: una de las cantantes nacionales más codiciadas por el panorama musical del momento.

Pero para Luis Cepeda era mucho más que eso. Era la persona que le había dado la oportunidad de poder vivir de sus letras y la que había confiado en él cuando no tenía nada. Y mucho más que eso, porque durante muchos años, Miriam había sido su mejor amiga.

Pero ya no lo era. Hacía más de tres años que no la veía ni sabía nada de ella. Desde ese fatídico día en que Miriam llegó a su casa para comunicarle que Universal había decidido prescindir de él, desde ese mismo día en que la vida del gallego dio un giro de 180 grados, no había vuelto a responderle ningún mensaje ni cogerle ninguna llamada. La había borrado del mapa sin tapujos ni medias tintas. No quería, o no podía, saber nada de ella.

Porque para Luis, Miriam ya no era una amiga, una compañera o una cantante. Miriam era el vivo recuerdo del peor momento de su vida, del instante en que cayó en lo más bajo. La chica era un fantasma del pasado que por nada del mundo Luis podía permitirse recordar, y mucho menos, afrontar.

Y, sin embargo, ahí estaba. La mismísima Miriam Rodríguez, en el piso de Aitana.

Luis sigue sin poder despegar sus ojos de la mujer rubia que le devuelve la mirada desde el centro del salón. Está totalmente en estado de shock. Aitana continúa hablando con Sabela, a su lado, sin percatarse de nada.

No es hasta que Miriam hace el amago de acercarse hacia dónde están ellos, que Luis reacciona. Se gira de un solo movimiento y empieza a andar.

Quizás, más que andar, huye.

- Voy al baño – consigue farfullar, con la voz quebrada, mientras se aleja de las dos chicas.

Es entonces cuando los sentidos de Aitana se ponen en alerta. Mira a su alrededor, buscando la causa de la repentina reacción de su chico, y al instante la ve, justo en el momento en que la rubia lanza una última mirada en dirección a Luis y luego desiste, girándose a hablar con los demás.

- ¿Esta es...?

- Sí, tía – contesta una Sabela muy efusiva - ¡Qué fuerte que esté Miriam Rodríguez en nuestra casa! Y gracias a mí, ¿eh? Tiene relación con lo que te decía que tengo que contar, no quiero adelantar nada, pero...

Aitana se disculpa a toda prisa, dejándola con la palabra en la boca, y va directa al baño. Golpea suavemente la puerta con el puño.

- Luis, soy Aiti. ¿Me abres?

Al instante, el pestillo se abre y la catalana se cuela dentro.

Se encuentra a Luis sentado en el suelo, apoyando los brazos en sus rodillas y escondiendo su cabeza entre ellas. Le tiemblan las piernas, también las manos. Cuando levanta el rostro para mirar a Aitana, ella lo ve pálido, muy pálido.

Más Allá de lo Inevitable | AitedaWhere stories live. Discover now