Prólogo

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- Dilo, ya. Por favor.

Estas cuatro palabras se le clavan en el pecho y le cortan la respiración. Pero más que las palabras lo que se le atraganta es el dolor que ese tono de voz transmite. Dolor, súplica, sufrimiento, ansias. Ansias de terminar con todo.

Coge aire y aunque intenta soltarlo de la manera más calmada y lenta que puede, lo saca a trompicones, como si el aire, testarudo, no quisiese salir y, obligado, lo hiciera temblando, ahogándose, muerto de miedo.

Pero era ella quien estaba muerta de miedo. Aun la súplica de la persona que tenía enfrente, su voz se negaba a emitir ningún sonido. Las dudas se la estaban comiendo, ni siquiera podía pensar en pensar más. Sentía que la cabeza le iba a explotar, que las piernas, que no dejaban de tambalearse, fallarían en cualquier momento y que la gota de sudor frío que estaba resbalando por su espalda se multiplicaría por mil, inundando su cuerpo entero hasta ahogarla y conseguir que ese aire no llegue a salir.

No podía. No podía hacer esto.

Y es que a Aitana nunca se le había dado bien tomar decisiones. No le gustaba el hecho de tener que sacrificar una cosa para quedarse solo con otra. Tener que elegir, para ella, era una putísima mierda. Pizza o sushi. Diseño o periodismo. Suiza o Barcelona. Su indecisión había estado presente en todas las bifurcaciones que se había encontrado durante sus veinticinco años de camino, incluso en las más absurdas o cotidianas como qué elegir para cenar, pero también en las más decisivas, cuando tuvo que elegir qué estudiar y a dónde empezar una nueva vida. Pero no solo era eso. Su inseguridad también tenía que ver con su rechazo a las decisiones. Inseguridades y muchos complejos siempre fueron sus fieles compañeros de viaje, llegando a afectar profundamente sus relaciones con los demás, y sobretodo su relación consigo misma.

Pero esto iba más allá. Muchísimo más allá. No se trataba de elegir. Sino de arrancar la mitad de su corazón para quedarse solo con la otra mitad. Se trataba de romperse, destrozarse, dejar de ser ella misma.

Por más que le daba vueltas no entendía como todo había llegado a esa situación. Habían vivido tantas cosas juntos, les había costado tanto llegar hasta aquí. Todo lo que habían construido se estaba desmoronando a pasos de gigante y no sabía cómo controlarlo.

- Aitana, por favor...

Levanta la cabeza, que había escondido debajo de sus manos, y vuelve a mirarlos. A los dos. En frente de ella estaban las dos personas más importantes de su mundo, un mundo que estaba a punto de derrumbarse. Los amaba. Con locura, además. Eran las dos únicas personas con las que había podido ser ella misma y con las que había sido realmente feliz.

Los dos la estaban miraban fijamente. Aunque sus ojos eran muy diferentes, compartían la misma mezcla de esperanza con miedo gritando en silencio un por favor, no me rompas el corazón. Eran ellos.

Y ya no podían esperar más. Estaban casi más nerviosos que la propia Aitana, que seguía de pie en medio de ambos. Necesitaban ya la respuesta a la pregunta que los dos habían soltado, casi escupido, a Aitana. Necesitaban saber con cuál de los dos se quedaba.

Y aunque el corazón de Aitana gritaba que no podía tomar esa decisión, que por nada en el mundo podía elegir entre sus dos pilares y que se rompería al instante en que dijera uno de esos dos nombres, en el fondo sentía la obligación de hacerlo. Por ellos. Se lo debía.

Y lo iba a hacer. 

Más Allá de lo Inevitable | AitedaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora