Chapter fourty one: Oblivium.

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Se quedó mirando a la nada quién sabe cuánto tiempo. Aquellas palabras le dolieron como viles espinas. ¿Era acaso un estúpido por reaccionar de esa manera? Puede ser. Aguantó las lágrimas, abrazando sus piernas y escondiendo su rostro entre las mismas. Levantó la cabeza, sintiéndose avergonzado de su propia actitud. No podía ser así. Mordió sus labios, maldiciéndose a sí mismo. Rápidamente, sacó el sobre del placard y se lo llevó consigo a la sala. Mientras esperaba a la computadora encenderse, caminó de un lado a otro, con las manos temblorosas yendo de su nuca a su rostro.

La primera palabra que tecleó en el buscador fue esclavismo, obteniendo así la historia del mismo. No, no era eso. Añadió el acrónimo BDSM , dando click en uno de los tantos links. Buscaría toda la información posible, leyendo comentarios -tanto de los que estaban a favor como en contra-, experiencias y prácticas dentro de éste. Algunas le parecieron un tanto inquietantes, algunas le llamaron la atención y otras de plano le generaron rechazo. Recordando lo dicho, fue en busca de una hoja en blanco y una lapicera, dejándolos a un lado del contrato, devolviendo la vista a la pantalla, cada tanto leyendo el documento y cambiando algunas cosas.

Continuando con la búsqueda, terminó, sin saber cómo, en una página BDSM, pero no podía ver las publicaciones sin ser miembro. Algo de esa página le atrajo en demasía, y decidió crearse una cuenta. Al terminar con todos los pasos, entró nuevamente, leyendo los posts de los demás miembros, desde simples presentaciones, las reglas del sitio, preguntas e incluso fotos. Fotos tan explícitas como era permitido. Se quedó mirándolas, embobado, algunas eran caseras, algunas artísticas, hermosas, llamativas, excitantes. Una de ellas le llamó la antención: era una habitación de ladrilo visto, iluminado con varias velas, y una cama en el centro. Una muchacha se encontraba en ella, boca abajo con los brazos y piernas extendidos, esposados con grilletes de cuero. Tenía los ojos vendados, el cabello tan rojo como el infierno cayéndole sobre un costado, dejando su rostro libre. De la venda salían lágrimas negras, y su labial era un desastre. La siguiente foto mostraba a la misma chica, enfocando su espalda, con una cuantas gotas de cera roja en la piel, haciendo contraste con la palidez de la misma. A continuación no era una imagen, si no un video corto, repitiéndose en loop, mostrando a otra chica vestida de cuero, sosteniendo una vela inclinada, dejando caer algunas gotas, moviéndola para que no caigan en el mismo lugar. En cada contacto, la joven no se movía, pero su rostro se iluminaba con una sonrisa encantadora. Contó quince gotas. Quince veces en las que la cera aterrizaba en esa piel tersa, quince sonrisas. Era realmente hipnótico, no podía dejar de verlo. Al pie del video, se leía la leyenda "Jugando con mi princesa". Princesa. Príncipe. Recordó a Mark y Lukjas. Y en ese hermoso y satisfactorio momento compartido. En lo bien que se había sentido, en cómo el sabor de aquellos labios le ordenaron devorarlo con fervor, en cómo le hizo desear por más. Recordó cada gemido, cada suspiro, en su rostro enrojecido, el preciso instante cuando aquellos ojos se cerraron, en su espalda encorvada y un suspiro ahogado cuando el orgasmo le golpeó tan brutal como cientos de relámpagos serpenteando por el cielo nocturno en una perfecta tormenta de verano.

Dante también apareció, uniéndose a él en un beso desesperado. La imagen era más que obsena. Su erección comenzó a crecer, sintiéndose incómoda dentro de los pantalones. Miró el video una vez más, y cerró los ojos, concentrándose en la figura de Dante. De tan sólo imaginar sus manos bailando sobre su cuerpo, haciendo con él lo que desee fue suficiente para hacerle doler. Se levantó de golpe, y fue hacia su habitación. Con desespero, quitó todo su ropa; completemante desnudo, empezó a estimularse, con la imagen de Dante más que presente. Pensó en cómo lo tocaba, lamiendo su cuello, gruñendo en su oído, con esos ojos perforándolo.  El baile de sus manos se volvían más obsenos, subiendo y bajando por su torso, desesperándolo, haciéndole rogar para ser tocado. Cuando por fin los dedos de su amante rodearon su miembro, sus caricias aumentaron de velocidad. En su mente, los gruñidos de él resonaban tan fuerte como si estuviese presente. Los propios al principio eran casi mudos, esparciéndose en el aire, haciendo eco entre las paredes de su cuarto. Todo su cuerpo se tensó en el momento en que el orgasmo llegó. Jadeante, siguió con sus caricias, alargando el placer el mayor tiempo posible.

Entre CadenasWhere stories live. Discover now