Chapter thirty two: Pepper.

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Camila no entendía por qué sus padres se burlaban de dos chicos que estaban sentados juntos en la cafetería, tomados de la mano. Murmuraban palabras hirientes, aunque ella no las entendiera. "Es asqueroso", "Por Dios, que vayan a otro lado", "No deberían hacer eso en público, hay niños presentes" o "Eso no es normal, va en contra de la naturaleza" era lo que más decían, tapándose el rostro mientras los señalaban sin pudor alguno. Lo vio tantas veces, lo escuchó infinidad de veces, entonces, si sus padres decían que estaba mal, entonces estaba mal. Tampoco entendía por qué los empujaban de manera brusca, sin pedir perdón, o hacerlo de manera sarcástica, con sonrisas burlonas o caras de desagrado total. Sus padres le decían una y otra vez que eso estaba mal, que la gente así no merecía respeto. Ella, en vez de cuestionarse, lo aceptó. A medida que fue creciendo, ya entrando en la adolescencia, empezó ella misma a rechazarlos, sintiendo pena por esas pobres almas desviadas, en cómo arderían en el Infierno por no seguir las reglas de la sociedad. Por que claro, Dios creó al hombre para estar con la mujer y viceversa. No disimulaba la cara de asco cuando veía una pareja tomadas de la mano, o empujarlas no tan sutilmente cuando veía a alguien con la bandera LGBTI+. Pese a que su familia no era religiosa al punto del fanatismo, creció en un hogar en donde Dios era prioridad. En donde cualquier cosa que no estaba aprobado por la Biblia era digno de rechazo y odio. No cabía en su cabeza que había personas que los defendían, que los apoyaban. Simplemente estaba mal. ¿Por qué lo hacían? Ellos no merecían otra cosa que no sea desprecio.

Ella estaba orgullosa de ese sentimiendo hacia ellos. Era obvio que le iba a enseñar a su hijo lo mismo. Cuando Benjamín confesó estar saliendo con otro hombre, casi vomita. No se arrepentía de lo dicho. Jamás lo haría. Al querer hacer entrar en razón a Facundo, se quedó de pierda al verlo en su contra. ¡Había defendido a ese sujeto! ¿Cómo era posible? Siendo sincera consigo misma, al conocer a Dante, le dio lástima que un hombre tan lindo fuese... gay. Podría tener a cuanta mujer se le cruzara por el camino, pero no. Incluso pensó en presentarle a alguna de sus amigas, así él volvería al buen camino, y dejaría de pervertir a los demás.

Pero tampoco esperó esa respuesta. Ella estaba totalmente convencida de que se tiraría al suelo a llorar, como los demás lo hiceron. No. Dante se enfrentó a ella, faltándole al respeto y atreviéndose a decirle esas cosas. Claramente después de eso, más odio le inculcaría a Luca sobre ese tipo de gente. Los odiaría tanto o más como los odia ella. Por lo menos tendría a un aliado de su parte. Su plan estaba a punto de ponerse en marcha. Cuando se juntaban a comer en casa de sus suegros, Camila los ignoraba por completo, ni siquiera los saludaba. Para ella, Benjamín y Dante no estaban ahí. No existían. Cada vez que eran invitados a un almuerzo, o a una simple salida de paseo, ella no los miraba. A los demás los trataba con mucho respeto, dedicándole sonrisas y en buen ambiente. Sin embargo, a ellos simplemente los ignoraba. El pequeño Luca nunca estaba presente. Dante se dio cuenta de esto, pero no le daba importancia. Sin embargo, Benjamín sufría; quería ver a su sobrino, jugar con él, llevarlo a la plaza a comer helado, llevarlo de paseo, pero nada.

Su cuñada le había vetado, al parecer de por vida, de la visita a su sobrino. Ésto le procovaba cierta depresión, además de una creciente ansiedad. Que se metiera con él no le importaba, pero ¿por qué no podía verlo? Hasta ahora, sólo había podido hablar por teléfono, cuando su hermano le llamaba, obviamente a escondidas, cuando el niño preguntaba con tristeza en su voz por su tío. Camila no sabía qué excusa poner. Pronto tendría que decirle la verdad. Por ahora, seguiría negando su existencia.

Cada vez que Dante le preguntaba si se encontraba bien, Benjamín contestaba que sí, metiendo la excusa del trabajo, o que la noche anterior no pudo dormir bien. Pero él sabía que eran puras mentiras, en especial cuando lo vio llorar en silencio, tapándose el rostro, secando sus lágrimas con los puños. Podía ver el sufrimiento emanando por sus poros, disimulando muy mal su tristreza, fingiendo estar bien cuando era todo lo contrario. Le molestaba horrores no poder hacer nada al respecto. Había lidiado con gente así centenares de veces en el pasado, escuchado miles de cosas, sin intentar disimularlo, pero ¿esto? Ya era demasiado, no aguantaba verlo así, acurrucado en la cama, llorando en silencio, ocultando su rostro, finginedo así no presentar ninguna señal para preoucpar al otro. Se le encogía el corazón escucharlo llorar a escondidas. Se le partía el alma verlo atriubir sus ojos rojos y sus ojeras a la falta de sueño. Moría cada vez que le veía los ojos empapados, a punto de soltar las lágrimas en cualquier momento. Quería ayudarlo. No sabía cómo acercarse, notaba el muro creciendo cada vez que intentaba sacar el tema. No podía dejarlo así. Lo ayudaría de alguna manera, tendría que buscar la manera de hacerlo. Si Benjamín no estaba bien, él tampoco. Llorarían juntos. Gritarían juntos. Saldrían adelante juntos.

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