Chapter three: Perspective

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La noche anterior fue dura para Benjamín; beber tanto no fue tan buena idea como en su cabeza se veía. Un dolor de cabeza, producto de la resaca, lo taladraba con culpa. Se levantó algo tambaleante, bebió tanta agua que su estómago estaba por reventar. Exhaló el aire quitado por los largos tragos a aquella botella de vidrio, maldiciéndose por tomar más de la cuenta. Miró el foco de luz de la heladera con odio, cerró casi de un portazo la puerta y se preparó el desayuno, aunque sin ganas.

El café, el jugo de naranja exprimido y las tostadas llenaban de aromas la cocina, Benjamín se sentó en la mesa, tardando unos minutos en empezar a comer, ya que se sentía algo asqueado. Deseaba con toda su alma no ir a trabajar ese día, que ocurriese un milagro y que alguien le dijiese que la oficina estaría cerrada por algo. Rezongó. Lanzó un puchero luego de llevarse la taza con el líquido oscuro suavemente endulzado. Realmente quería quedarse en casa, especialmente por lo sucedido el día de ayer pero no podía hacerlo...

Golpeó la taza contra la mesa, provocando que algunas gotas mancharan el mantel. Otra vez el recuerdo de haber abrazado a Dante. Se preguntó una y mil veces por qué lo hizo, no encontrando respuesta alguna. Le daba miedo y muchísima vergüenza tener que mirarlo a la cara al llegar al despacho. Otra vez rezongó. Claro, ¿qué le diría?. Pensó en qué haría si se lo cruzaba, intentando buscar la manera de evitarlo a toda costa, pero sabía que era imposible: su escritorio estaba justo a su lado. ¿Por qué?. Se alborotó el cabello, volvió al peinarlo, repitiendo esta acción unas tres veces. Llevó sus manos a la cara, tapándola de la vergüenza que sentía de sí mismo. No tuvo otra opción que asumir la responsabilidad, iría a trabajar como si nada hubiese ocurrido. Con la mente en alto, y con la predisposición de que ese día sería como cualquier otro se dirigió a su trabajo.

Esta vez decidió bajarse una parada antes de la habitual, el día estaba precioso y el sol se abría paso entre los árboles de la Cañada, generando una vista magnífica. Paseaba por la vereda, viendo el agua correr llevando consigo las hojas que el otoño arrancó de las plantas. El viento frío mecía aquellas que se hallaban en el piso, algunas ya secas que crujían al paso de él. Rodeó una vez más la bufanda en su cuello, tapando además parte de su rostro. Sus ojos entrecerrados parecían mirar lo eterno. A medida que se acercba al edificio con cada paso que daba, los nervios intentaban consumir su cuerpo. No se dejó controlar, se sacudió antes de entrar, saludó a la recepcionista con una sonrisa amable, llamó al ascensor y marcó el tercer piso. Ofreció los buenos días a todos los que se encontraban ahí, dejó el abrigo en el respaldar de la silla, y mientras esperaba que su su computadora encendiera y loguearse, fue a buscar un café. Todavía no se había percatado que Dante no había llegado, cosa bastante rara ya que él solía llegar casi al mismo tiempo, a veces unos minutos antes. Hablaba con Caro, recordando las estupideces que hicieron anoche, compartiendo varios de vasos de agua y algún analgésico para contrarrestar el efecto de la resaca. Una vez terminado su bebida, fue a su escritorio, abriendo archivos y expedientes que debían ser terminados ese día. Por suerte era algo rápido de hacer, no le tomaría mas de quince minutos en realizar la tarea.

Al finalizar con su deber, abrió un cajón del lado derecho de su escritorio, buscó la carpeta que necesitaba y la sacó para enseguida entregársela a Dante. Al girar su silla, ahí cayó en la cuenta que no estaba. ¿Cómo no se iba a dar cuenta? Ladeó su cabeza, tratando de averiguar el motivo por el cual su compañero faltaba. Quizá llegue más tarde, se dijo a sí mismo. Devolvió la carpeta a su lugar, clavó la mirada en el monitor para luego suspirar de alivio: su alma regresó a su cuerpo al saber que no tendría que lidiar con no poder verlo a la cara y que él buscase la manera de hacerlo. Eso suponía caminar tranquilo por el lugar, sin la necesidad de evitar su mirada y esquivar sus palabras. Más allá de eso, además, se sentía... vacío. Dos horas se borraron del reloj, pronto llegaría el descanso: la cigarrera de metal reflejaba las ganas de nicotina que anhelaba. Esos últimos minutos lo engañaron de eternos, miraba las manecillas moverse con lentitud.

Entre CadenasWhere stories live. Discover now