Chapter twenty five: Superbia.

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Los siguientes días habían sido arrancados del calendario con rapidez. Era increíble lo veloz que el tiempo pasaba, en especial cuando había mensajes de por medio. No se veían desde el fin de semana pasado, y estaban desesperado por volverlo a hacer, de sentir sus labios contra los otros, de sus perfumes mezclándose, de deleitarse con sólo las miradas. No podían negar la atracción por el contrario, sería estúpido no reaccionar ante la presencia opuesta. Parecía que sus cuerpos fueron construídos específicamente para ellos, sus manos encajaban a la perfección, los hilos de electricidad jamás dejaron de recorrer sus seres. Es más, a cada roce, eran más fuertes, más adictivos. ¿Ésto sería posible? ¿Tenía algún sentido? Por supuesto que no. No tendría palabras para describir los sentimientos que cada unos provocaba en el otro. Más allá del deseo carnal, era un deseo de estar juntos, disfrutar la compañía con un abrazo y un beso simple, delicado, protegiéndose mutuamente, a pesar de no haber peligro alguno. Al menos no todavía. Benjamín temía enfrentar a sus compañeros de trabajo. Tarde o temprano lo iban a saber, ¿no? Bueno, tampoco quería que todo el mundo lo supiera, creía algo personal, no algo para gritarlo a los cuatro vientos. Pero temía más a su familia. Claro ¿cómo reaccionarían ante la confesión de su hijo de estar saliendo con un hombre? ¿Sería como en su mente; con gritos, con llantos, con decepción? ¿O sería como su corazón realmente quería; con gran aceptación, como si fuese algo normal? Suspiaraba cada vez que pensaba en eso. Lo ideal sería salir del closet frente a sus amigos más cercanos, pensó que así quizá sería más fácil afrontar a sus... padres. Mierda. ¿Por qué tenía que ser tan difícil? ¿Por qué no podía ser tan rápido como quitarse una bandita? Ésto parecía más bien echarse limón en una herida fresca, aún abierta, aún expuesta a la vurnerabilidad del ambiente. La ansiedad lo corrompía por dentro, cada hora era un tormento, cada día era una tortura, y cada semana era el mismísimo infierno. Era tener al peor de los demonios picándole con su tridente, mientras se reía burlándose y disfrutando del sufrimiento de un pobre mortal que no sabía por qué le pasaba eso. Sólo quería que pasara lo más rápido posible, para poder seguir adelante, poder estar tranquilo sin pensar en el mundo. Sólo era él y Dante ahora. Por ahora. Gracias al apoyo de Carolina, se sentía en parte aliviado.

El viernes llegó. Benjamín hablaría con él sobre no decirle a nadie todavía. Tenía miedo de su reacción. Fue hacia el subsuelo, lo vio esperándole apoyado sobre la puerta del conductor, con sus lentes de sol y una remera marcando sus musculosos brazos. Se le hizo agua la boca. Quería sentir esas grandes manos acariciando la piel de su espalda desnuda, apretando su trasero mientras gruñía. Y él anhelaba besarlo, recorrer cada centímetro de él con las yemas de sus dedos, desesperarlo al llegar a su entrepierna, se sentir cómo su miembro crecía con cada caricia. A la vez, ambos deseaban estar en la cama, abrazados, sin el pecado capital interrumpiendo el momento de paz y tranquilidad proporcionado por el otro. Amaban cada placer, tanto el sexual como el estar quietos, rodeándose, besándose tiernamente, sientiendo el calor de sus cuerpos como si estuviesen en el paraíso. En ese momento, ese era el deseo del moreno, estar en el paraíso con él. En su afán de hallarse entre sus brazos, se lanzó a él, e inmediatamente fue recibido con un agarre fuerte, expresando haberlo extrañado. Un beso retumbó en el lugar, sonrisas se dibujaron en esos rostros, y pronto el sonido de un vehículo saliendo fue protagonista. El ruido de las calles entraba por las ventanillas bajadas, el viento jugaba con la cabellera rubia de Dante, el copiloto mordía sus labios al ver el baile de sus mechones, le calentaba las entrañas verlo con el pelo suelto, con esas ondas casi rulos en las puntas meciéndose al compás del aire. Al detenerse en un semáforo, el mayor lo toma por la nuca, acercándolo en un beso desesperado, invadiéndolo con la lengua, reclamándolo. La bocina del vehículo de atrás les interrumpió, una sonrisa landina se esbozó en el rostro del mayor, pensando en las barbaridades que quería hacer en ese preciso momento.

El camino desde el garage a la cocina ésta vez fue... distinto. Siempre era Dante quien entraba primero, con aires de superioridad. El menor esperaba al otro a dar el primer paso para ir detrás, se habían hecho esa costumbre, quién sabe la razón. Ahora, Dante le tendió la mano cuando salió del auto, entrelazaron sus dedos y entraron juntos a la casa, algo tímidos. Luego del almuerzo, Benjamín lo invitó a la sala, en vez de ir a Infierno; el contrario lo miró con intriga, siguiéndolo. Podía notar el nerviosismo de él, con la cabeza hacia abajo, mordiendo sus labios, frotaba sus manos en un intento por hablar, más sin embargo las palbras no salían de su boca. Dante se limitó a colocar una de sus manos en la pierna contraria, y con la otra tomó su mentón, obligándolo a mirarlo directo a los ojos. Mientras él tenía una mirada seria y tranquilizadora, el menor transmitía cierta tristeza y miedo. Mucho miedo. Quiso bajar la mirada, pero un roce, lento, no le dejó.

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