Chapter thirty: Invidia.

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La vida definitivamente es una caja de Pandora. No es fácil, claro que no. Nos puede sorprender con cosas buenas, con cosas malas. Pero, a pesar de todo, el mundo sigue girando, el tiempo se consume y no nos queda otra que seguir adelante.

Hay personas que tienen la vida resuelta desde que nacen; con suerte, que jamás tuvo que atravesar un momento difícil. Y hay personas que tienen que luchar día a día, por conseguir algo, incluso para sobrevivir en un mundo lleno de monstruos.

La sociedad lamentablemente romantizan las enfermedades mentales, tratan la depresión como algo pasajero, como una tristeza. A la ansiedad la camuflan de falta de atención. La gente se declara bipolar y no tienen ni idea de lo feo que es. O directamente no saben qué es. 

Todavía es increíble que sigan pasando esas cosas. Los trastornos mentales no es algo pasajero, ni moda, ni algo con lo que se puede bromear. Es algo serio. La salud mental es tan importante como la física y la emocional. La salud mental debería tener más atención. No estigmas, ni miraditas raras ni romantización estúpida que te hace creer que algo así es "hermoso". Y no lo es. Es horrible. Es feo despertarse y saber que tu cerebro funciona de manera diferente sólo por que no produce suficiente dopamina, o la reacción química produciendo otros trastornos.

La salud mental es importante. Que no te digan lo contrario. Si piensas que puedes tener algún tipo de trastorno, pide ayuda a un profesional. No le hagas caso a los psiquiatras de tapa de yogur ni a esos pseudo-psicólogos que te dicen cosas como "tienes que salir más" o "estás así por que querés" o demás burradas. Claro, por que yo tengo todas las ganas de estar con depresión todo el día, llorando sin saber por qué, o tener ataques de ansiedad de la nada, a punto de ser ataques de pánico. Sí, es totalmente hermoso no poder controlarlo, al punto de querer irte del país.

Cuida tu cuerpo. Cuida tu mente. No estás roto. No estás solo.

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Esto no podía estar pasando. No lo creía. El mensaje de su madre lo golpeó de lleno en el pecho. Todo venía bien. La relación con Carolina y Marcos se afianzó más después de unas cuantas juntadas. Marcos seguía sorprendido, pero veía la felicidad emanando de sus poros, los ojos brillosos de ambos al encontrarse. Era obvio que guardaría el secreto, ayudaría a su pareja a protegerlos. Al principio se sentía raro frente a Dante, pero una vez que comenzaron a hablar, supo que era un buen tipo.

El viernes anterior al almuerzo, Benjamín no pudo aguantar más. Le preguntaría si quería ir. Rogó una respuesta negativa, no sabía cómo podía terminar esto. Se mordía los labios, buscando la excusa para no hacerlo. Basta. Iba a ser un simple comida con sus padres, ¿qué puede salir mal? Se encontraban en la casa del mayor, disfrutando los últimos rayos del Sol. Benjamín soltó la bomba lo más rápido que pudo. Mientras más rápido, mejor.

- ¿Estás libre este domingo? -preguntó.

- Mmmh -pensó-. Voy a estar ocupado contigo. ¿Por?

- Mis padres nos invitaron a almorzar.

- ¿Nos?

- Sí. A los dos.

- No sé qué decir.

- No tienes que venir si no quieres.

- Acepto la invitación.

Decir que estaba nervioso era poco. Pese a saber que sus padres aceptaban su realción con él, el presentarlos le atormentaba. Quizá fue una mala idea haberle dicho de la invitación. No podía retractarse ahora. Algún día los tendría que conocer, ¿no? Ese sábado cada uno durmió en su respectiva casa. Benjamín estaba muerto de miedo, su respiración se volvía agitada e irregular, tenía un mal presentimiento. Uno muy malo. Quería huir. Tenía ganas de salir corriendo, no mirar atrás y no volver jamás. Una cosa era hablar de él y otra es verlo personalmente. Dante tenía un porte intimidante, pero debajo de esa máscara es un hombre amable, simpático y hasta adorable. Tenía esa faceta cambiante: en dos segundos pasaba de tener una sonrisa que derretía hasta las piedras a ser tan dominante al punto de hacerte sentir insignificante. Esa noche fue tortuosa para el menor, rogó por un milagro, realmente esperaba la cancelación a último minuto, algo. Pero nada. El domingo se levantó literalmente temblando. Mordió sus labios hasta el punto de hacerlos sangrar, e inoncientemente, clavaba las uñas en sus brazos, haciendo pequeñas heridas en ellos. La ansiedad estaba consumiéndolo y no podía hacer nada el respecto. Tomó un desayuno ligero, se puso prendas cómodas y esperó a Dante. Se saludaron con un beso tímido. El menor no quitaba la vista hacia el frente, con los puños cerrados sobre sus piernas. Un trayecto en silencio, cada tanto se tomaban las manos al detenerse en un semáforo, con un joven de sonrisa nerviosa. Con cada cuadra, el agarre a las manos de Dante se hacía más fuerte. Éste último lo entendía, se sentía igual al presentar su primera pareja a sus abuelos. Le gustaría entrar con él tomados de la mano, orgulloso, pero no podía presionarlo. Lo seguiría de atrás, siempre atento por si necesitaba algo, por más sencillo que sea. Al escuchar la última orden de doblar en una esquina y detenerser, los nervios también lo atacaron a él. Para su suerte, supo controlarlos, disimularlos bastante bien. Se bajó primero del vehículo, mientras Benjamín se mantenía todavía ahí, en silencio, tan quieto como una estatua. Volvió en sí al escuchar su puerta abrirse y una mano extenderse; la tomó antes de respirar hondo.

Entre CadenasWhere stories live. Discover now