Chapter thirty four: Spotlight

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Camila no entenía por qué la gente le gritaba a dos jóvenes a irse del lugar, empujándolos, casi tirándoles comida, además de varios insultos. Los vio irse, después de un largo rato, con expresiones de dolor, tristeza e ira. Lo siguió con la mirada, preguntándose si pasó algo, no pueden echarlos así nomás, ¿no? Regresó la vista al plato, jugando con la comida, se le había cerrado el estómago, todo el apetito se esfumó, obteniendo un llamado de atención. No quería tener problemas, tomó un bocado más, masticando lentamente, mientras en su mente se reproducían mil veces, como un disco rayado, cada una de las palabras dichas hacia ellos. Sintiose mal, se puso en su lugar por un instante, y a ella no le gustaría ser tratada de esa manera, simplemente estaba mal. Sus padres tenían una expresión de asco y disgusto. Escuchó a su madre quejarse de que esos le habían quitado el hambre, mientras su padre se limitaba a asentir. Camila preguntó si podía ir al área de juego en tanto sus padres disgrutaban del café post-cena. Al darle el permiso, se dirigió hacia los juegos, volteando cada tanto la mirada. Los demás niños corrían e iban de un lado a otro, pero ella no. Se quedó sentada en uno de los túneles, con cierta tristeza. Rechazó varias veces la invitación de otros niños, al último accedió, sabiendo que le quedaba poco tiempo para irse.

Camila se mantuvo en silencio todo el trayecto a casa. Sentada en los asientos traseros, detrás de su madre, jugaba mentalmente a contar los árboles cuyas copas estaban casi desnudas. Faltaba poco para el Invierno, las bajas tempertaturas hacían de su nariz y mejillas tornarse rojizas, en especial cuando viajaban a las Altas Cumbres para disfrutar de la nieve. Odiaba el invierno, pero amaba la nieve.

Camila quería preguntar por qué la gente trató mal a esos chicos. La respuesta fue tan dura, que pensó que era una broma. Pero no. Sus padres comenzarían a hablar mal de la comunidad LGBT. Algo que ella seguría.

- ¿¡Estás conciente de lo que hiciste?! -gritó Alicia- No puedo creer que llames enfermo a mi hijo. Te vas. ¡TE VAS! -continuó empujándola.

- Alicia, calmate -su esposo trató de calmarla, pero sólo logró que se enfureciera mas.

- No quiero volver a verte. No hasta que cambies tu actitud para con mi familia. ¿Así me devuelves todo lo que hicimos por tí? ¡LÁRGATE!

Camila dio unos cuantos pasos hacia atrás, con lágrimas en los ojos. Balbuceando, se fue. Se quedó esperando en la puerta, secando sus mejillas. Sus sollozos eran acallados entre sus dedos, su espalda se deslizó sobre la puerta, y al tocar el suelo, escondió su rostro entre sus rodillas.

Luca, todavía en el patio, ignoraba lo que sucedía en el interior de la casa. Su padre se acercó a él, le acarició el cabello y le preguntó si quería quedarse en casa de sus abuelos hasta la hora de la cena. El niño, con una gran sonrisa en el rostro, asintió feliz. Le dio un abrazo, le ordenó portarse bien, hacerle caso a sus abuelos. Vendría por él antes de la cena. Luca se dio media vuelta, continuando con sus juegos.

Facundo regresó con sus padres, les saludó, pidiendo mil disculpas por la actitud de ella. Hablaría con ella al llegar a casa. ¿Realmente lo haría? Sería echar más leña al fuego. Estaba totalmente enfurecido. Se acercó a ella, pero ni quiera la miró. Sólo se quedó de pie frente a ella, quien se levantó. Intentó hablar, pero el rostro furioso de él la hizo cambiar de opinión. Ambos se subieron al auto. El silencio reinó todo el tiempo. Camila cada tanto volteaba a verlo, aún con las lágrimas surcándole la piel. Mantenía la cabeza gacha, con los puños cerrados en sus muslos. Sólo podían oír el ruido del vehículo en movimiento. La respiración agitada de él. Su corazón latiendo con fuerza, amenazando con salir de su cuerpo. Se quedó en el auto quién sabe cuánto. Animose a salir cuando él ya estaba en la puerta, a punto de entrar. Lo siguió desde atrás, alejada, temerosa. El portazo la hizo estremecerse en su lugar. Nunca lo había visto tan enojado antes. Esto signifacaría una sola cosa: no le hablaría en horas. Quizá en días. Tendría que esperar a que la tormenta pase para siquiera aventarse al océano. De todos modos, la tormenta sería la peor que atravesaría, los truenos caían siempre al rededor de su barca, la cual se balanceaba al compás de las olas, violentamente, con el único objetivo es volcar la embarcación, haciendo de su tripulación naufragar sin rumbo, quizá sin nunca encontrar tierra firme. Sin poder tener la certeza de sobrevivir a tal acto de la Naturaleza. Lloraba sin lágrimas. Sollozaba sin voz. Caminaba con zapatos de cemento. Podía verse a sí misma en el borde del abismo, con las manos atacas en su espalda, con los ojos y la boca vendada, esperando que la Mafia la hiciera dormir con los peces. El empujón que acabaría con su vida. El empujón que haría de lo que queda de ella un Infierno.

Entre CadenasWhere stories live. Discover now