65 - De toda justicia

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Después del sobrio funeral de papá y su posterior cremación, hablé con mis profesores en la universidad para ausentarme de clases y rendir solo exámenes libres, para poder concentrarme en mi duelo, mi nueva vida con mamá y en el juicio contra el Zancudo y su pandilla, a quienes habían arrestado poco después del crimen. Ninguno puso objeción y dejé de asistir a la universidad por completo. Durante ese tiempo Javier y Cintia me mandaron escaneos de sus escasos apuntes, tan caóticos y crípticos que con suerte me servían de referencia para saber qué se estaba pasando en clases. Conscientes de aquello, adjuntaban a veces también los apuntes de Romina o Adela, que eran mucho más completos.

Hablando de Adela, solo mantuvimos un contacto superficial durante esos meses. Me había disculpado con ella y Araneda de asistir a la premiación de la Bienal, donde, según me contaron, nuestro proyecto obtuvo una mención honrosa, aunque en opinión de varios de los presentes mereció un premio superior. Posterior a eso solo nos saludamos ocasionalmente por chat, para confirmar que el otro estaba bien, pero fueron siempre conversaciones breves y superficiales, en que ella evitaba preguntarme por mi nueva vida sin papá y yo evadía el tema de los preparativos para su matrimonio. No era que nuestra amistad se hubiese enfriado, sino simplemente que la distancia nos pareció a ambos necesaria para encaminar nuestras nuevas vidas.

La fecha de su matrimonio llegó y pasó inadvertida. Como era de esperar, no recibí una invitación ni traté de averiguar nada al respecto. De hecho, le pedí a mis amistades no mencionar el tema.

Por mi parte, estaba ocupado en reconstruir mi vida. El proceso de vaciar mi casa para ponerla en venta fue lento y doloroso. No teníamos mucho, pero había vivido toda mi infancia en ese lugar y cada cosa que desenterraba desde los cajones y closets me traía recuerdos. Decidir qué tirar y qué conservar fue una eterna tortura que me tomó más de un mes, especialmente porque mi madre había exigido que conservara lo menos posible, para no saturar su departamento con mis cosas.

La relación con mamá había mejorado notablemente, pero de ninguna manera se había vuelto ideal. Ella aún lograba irritarme de manera frecuente y yo solía responder de mala forma a sus comentarios, pero al menos ambos sabíamos que las palabras del otro venían desde un lugar de cariño y respeto, y procurábamos disculparnos el uno con el otro cuando la rabia pasaba.

Su departamento, además, era bastante más acogedor que la casa de mi padre y su entorno resultaba mucho más agradable para pasear y pensar, cosa que se transformó en costumbre durante ese tiempo. La soledad en esos días me sentaba bien y fui poco a poco aceptando que, en vista de lo ocurrido los meses anteriores, era el resultado más justo para mis acciones. Las tardes las ocupaba paseando a Thor, el perro de mamá —que irónicamente era un pequeño e inofensivo cocker spaniel— y sentándome en bancas de las plazas cercanas a ver el mundo pasar, con una sensación de paz que no recordaba haber sentido nunca, como si mi mundo finalmente se hubiese asentado, pese a estar patas arriba.

El seguro que mi padre había contratado tardó varias semanas en liberar los fondos comprometidos y cuando finalmente salieron, no supe qué hacer con ellos. Me repugnaba la idea de ocupar ese dinero, conseguido de la peor forma posible, y había originalmente decidido no cobrarlo, pero mamá insistió que si no lo hacía, el sacrificio de mi padre habría sido en vano. Dinero es dinero, dijo, y era mejor darle buen uso que dejarlo en manos de una empresa. Acepté su teoría, aunque tampoco tenía ningún uso relevante para la plata: mamá se estaba haciendo cargo de las cuotas faltantes de la universidad, además de todos mis gastos, y desde el siguiente año contaría con beca completa, gracias a la intervención de Araneda. Por otro lado, los padres de Sara me habían devuelto lo robado por su hija, que ahora estaba viviendo en el sur con ellos y asistiendo a terapias psicológicas, según me contó Susan en la única comunicación que tuvimos posterior a mi llamada denunciando el comportamiento de su hija; así que por primera vez en mi vida tenía recursos de sobra. Abrí una cuenta en el banco y metí el dinero del seguro allí hasta decidir qué hacer con él.

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