50 - Lamiendo heridas

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Apenas puse un pie en casa, papá apareció con rostro desencajado blandiendo un viejo bastón en como si fuera un bate de béisbol.

—¡Ah, Gabriel, eras tú! —apoyó el bastón en el muro—. Escuché ruidos en la puerta y pensé que se estaba metiendo alguien a robarnos...

—¿Robarnos qué? —Pasé a su lado, dejando caer mi bolso con desgano.

—¿No se suponía que volvías el martes?

—Cambio de planes —expliqué lacónico. Caminé hasta nuestra pequeña mesa de comedor y me desplomé en la silla, hundiendo la cara en mi manos. Papá se sentó frente a mí.

—¿Qué pasó hijo? Cuéntame.

Lo miré en silencio, preguntándome si mi vida amorosa era algo que quisiera discutir con él. No me salía fácil hablarle de cosas íntimas, especialmente después de que me jodió la vida con lo de la estafa, pero nuestro reciente abrazo volvió a mi mente y me animó a hacerlo.

—Terminé con Sara, papá.

Pareció a la vez feliz de que me abriera a contarle, y triste de enterarse de la noticia.

—Lo siento hijo. —Titubeó un poco antes de continuar—. ¿Seguro fuiste tú el que terminó con ella y no al revés?

—Sí.

—Pero tus razones habrás tenido...

—Sí... que soy una mierda de persona incapaz de corresponder a alguien que me ama.

Sacudió su cabeza.

—No eres una mala persona, Gabriel. Estoy súper orgulloso de ti. Saliste a tu madre, gracias a Dios.

—Guau. Peor cumplido que me han hecho en la vida. Para la otra me comparas con Hannibal Lecter.

—No seas cruel. Tu madre es dura, pero te quiere mucho. Y es brillante, no sé cómo vino a fijarse en un don nadie como yo.

—No eres un don nadie...

No recordaba, en todos mis años viviendo en esa casa, haber oído a ninguno de mis progenitores hablar bien del otro. Mamá siempre había desollado a papá con el filo de su lengua y mi padre simplemente nunca hablaba de ella a sus espaldas, salvo para pedirme que no le contara las cagadas que dejaba.

Papá se puso de pie, entró a la cocina y llenó nuestra abollada tetera con agua.

—A lo que voy es que, como tú, ella es buena persona, pero a veces la gente simplemente no es compatible. —Encendió el fuego y puso la tetera en él—. Y es mejor darse cuenta a tiempo, antes de pasar años en una relación que no tiene futuro, como nosotros.

Increíblemente la conversación con mi padre me estaba haciendo sentir mejor. Decidí compartir algo más.

—¿Incluso si la razón real es que me gusta otra?

Se quedó a medio camino de abrir la despensa, mirándome con suspicacia.

—¿Quién, la niña rubia? 

Asentí con la cabeza.

—Especialmente en ese caso, supongo. Uno no elige de quién se enamora. Mierda, se acabó el té. ¿Café instantáneo?

—Bueno.

Trabajosamente raspó los restos de café de la lata y los repartió en dos tazas. Nos estábamos quedando sin nada que comer. Tendría que usar algo de mis ahorros para comprar víveres, pero primero debía verificar si tenía suficiente para pagar la universidad. Me alargó la taza y volvió a sentarse frente a mí.

—Ella ya tiene novio. Y no está interesada en dejarlo por mí —continué.

—¿No le gustas?

—Sí, pero él también, y qué puedo ofrecerle yo que él no tenga por miles —probé el café. Había más cafeína en una pileta pública. Lo dejé a un lado.

—No todo es dinero. Tienes muchas virtudes.

—Pues, sean cuales sean, no son suficiente. Ya me lo dijo.

Dejó ir un largo suspiro.

—Tranquilo hijo, todo tiene arreglo.

—No siempre papá, a estas alturas ya deberías saber que hay muchas cosas que no se arreglan jamás.

Hizo una mueca y se revolvió incómodo en el asiento, como si mi comentario hubiese tocado una fibra sensible. Percibí al instante que algo había ocurrido en mi ausencia, y tenía una muy buena idea de qué se trataba.

—¿Hay novedades sobre lo de la estafa? —pregunté. Alzó los ojos sorprendido. Había dado en el blanco.

—Sí... ¿cómo supiste? Terminaron la investigación sobre el destino del dinero... —Pasó una mano por su áspero mentón, observándome con cuidado, como quien se acerca un perro que en cualquier momento puede lanzar un mordisco. Conocía esa mirada, precedía a las malas noticias. Desvió la vista y su voz se volvió más grave—. No pudieron recuperar nada, el infeliz se gastó hasta el último peso.

Cerré los ojos y colgué la cabeza con un suspiro. Lo veía venir hacía tiempo, pero es otra cosa cuando te lo confirman.

Papá continuó hablando, subiendo poco a poco de tono:

—¡Todo! ¡Ese hijo de puta! ¡Y ni siquiera en cosas que se puedan confiscar para recuperar algo de lo perdido! ¡Noooooo! ¡Este maricón de la reconcha de su madre se lo gastó todo en hoteles y restaurantes de lujo, prostitutas y casinos! ¿Puedes creerlo? ¿Cómo se puede gastar tanta plata en ese tipo de cosas? ¡Si lo tuviera aquí lo estrangulo! ¡Te juro que lo estrangulo aquí mismo, sobre esta mesa! —cerró su arranque con un puñetazo tan firme a la madera, que debió contenerse para no gritar de dolor.

Bueno, eso era todo. Tendría que seguir dando clases durante los próximos tres o cuatro años para completar la carrera.

—¿Y trabajo? ¿Encontraste? —pregunté más por cambiar de tema que porque albergara alguna esperanza de que así fuera.

—Ah, eso... sigo buscando. Es que está difícil. La economía... ya sabes.

Sus manos jugaban nerviosamente con el mantel y sus ojos seguían evitándome. Volví a sentir lástima por él. Puse mi mano sobre las suyas.

—Vamos a estar bien, papá. Te voy a ayudar a buscar ¿okey? Seguro en internet encuentro algo. Y si no sale nada, igual nos las arreglaremos.

—Claro hijo. —Apretó mis dedos—. Siempre hay una salida, solo hay que atreverse a tomarla.

Nos sonreímos en silencio, mientras intentaba entender su reflexión.  


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Y hasta ahí quedamos por hoy. Este fin de semana (ignoro si sábado o domingo) continuaremos con el próximo capítulo. ¿Vale?

Ahora una pregunta para ustedes. Pese a que publico en Wattpad, he leído muy pocas cosas en la plataforma, así que quisiera escuchar sus recomendaciones:

 ¿Cuáles han sido sus novelas favoritas y por qué?

Selección MúltipleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora