45 - Remordimiento

393 70 77
                                    


No podía creerlo, estaba besándola. Estaba besando a Adela. Había comenzado como un leve encuentro de labios, pero había ido aumentando en intensidad. Nuestros cuerpos muy juntos, su lengua en mi boca, deslicé mi mano por su espalda. Ella envolvió una de mis piernas con la suya, acariciando mi pelo. Ahora nos besábamos con hambre. Separamos un segundo nuestros rostros para recuperar el aliento y nos miramos. Le sonreí y ella pareció dispuesta a hacer lo mismo, pero de pronto abrió mucho los ojos, su cuerpo se puso rígido y su boca se torció en una mueca de horror.

—¡Gabriel, no! ¿Qué estamos haciendo? ¡No puedo hacer esto! ¡No podemos!

Volví de golpe a la realidad. Estaba siendo infiel. Estábamos siendo infieles. Se liberó de mi abrazo y se puso rápidamente de pie. Me senté en silencio, aturdido. Un millar de sentimientos se arremolinaban en mi interior.

—Soy una estúpida. ¡Estúpida! —exclamaba agitada, intentando inútilmente despegar la arena del pantalón húmedo, dando golpes a la tela con demasiada fuerza—. ¡Por favor olvida que esto pasó! Estoy ebria. Es todo.

—Sí, obvio... el alcohol. No pasó nada —repetí ausente.

—¡Ay, mira como estoy! Mejor me vuelvo a la casa. Sola. Buenas noches. ¡No pasó nada! —dijo aceleradamente y se alejó corriendo. Me quedé sentado en la arena, viéndola desaparecer en la oscuridad.

Hundí mi cabeza entre las piernas.

***

—¿Problemas? —preguntó Cintia extendiéndome un vaso que apestaba a alcohol. El rubor de sus mejillas y cierta torpeza en sus movimientos indicaba que ella ya se había bebido unos cuántos de esos—. Tú y Sara no se han hablado en toda la noche.

La fiesta no daba señales de amainar, pero yo no me encontraba de ánimo para nada. Permanecía sentado en una reposera al borde de la piscina, masticando los eventos de la noche. A pesar del frío y de los letreros prohibiendo nadar a esas horas, varios estudiantes se bañaban en ella en diferentes grados de ebriedad.

Acepté el vaso y asentí exhalando un enorme suspiro.

—¿Qué hiciste ahora, Villagra?

—Estupideces, como siempre —musité—. Parece que no puedo evitarlo. Te juro que lo intento, pero es como si me hiciera zancadillas solo.

—Suena como tú —asintió sorbiendo su combinado con una sonrisa traviesa.

—Gracias por la empatía.

—¡Ay, bebé! —Pellizcó mi mejilla—. Todos cometemos errores. Te falta práctica en esto de las relaciones, es todo. Ya verás cómo con el tiempo todo se hace más fácil.

—Si es que duramos lo suficiente para eso. Me temo que ya estoy agotando mi línea de crédito con Sara. —Bebí un gran trago de alcohol y sentí todo mi interior arder.

—¿Estás consciente que ella te quiere tal cual eres? No es como que no supiera en lo que se estaba metiendo cuando te eligió.

—Me haces sonar como un accidente de tránsito.

—Pero uno con pocos fallecidos.

Suspiré otra vez y vacié de otro trago la mitad del vaso.

—Vamos, hombre. Verás que antes de que termine la noche estarán juntitos otra vez.

—Sinceramente, lo dudo.

—¡Hombre de poca fe! ¡No oses cuestionar mi sabiduría sentimental! Mira, ven conmigo. —Me quitó el vaso y lo dejó junto al suyo en una mesita. Luego me ofreció su mano y me guió hacia la pista de baile, cerca del lugar donde Sara bailaba con sus amigas. Una vez allí pasó sus brazos por sobre mis hombros y se pegó mucho a mí, balanceándose de manera seductora con su frente contra la mía, una de sus manos acariciando mi nuca.

Selección MúltipleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora