58 - Al desnudo

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Sara salió de su clase concentrada en anotar algo en su teléfono y luego levantó la vista; al verme esperándola afuera, su rostro se iluminó y se acercó casi dando saltitos. Sentí mis labios curvarse en una sonrisa.

—¿Vamos? —dijo.

—Vamos.

Ya empezaba a atardecer. Caminamos uno al lado del otro rumbo a su departamento. De vez en cuando miraba discretamente alrededor para verificar que Danilo no nos seguía.

—¿Buscas a alguien? —preguntó Sara.

—No, no, a nadie.

Ella aceptó la respuesta, pese a lo poco convincente que había salido. Anduvimos juntos un buen rato, sin cruzar palabra. Pese a que me devanaba los sesos intentando dar con algún tema de conversación, todos los que se me ocurrían se sentían como campos minados.

—Y... ¿cómo están tus papás? —pregunté finalmente. Parecía un tema inofensivo para romper el hielo.

—Bien. Pero aún no les cuento que me dejaste.

—Oh. —¡Blam! Se requiere talento para activar una mina en la primera pisada.

—Es que estaban tan contentos... no quería decepcionarlos —explicó en tono grave—. Y mamá seguro pensará que fue mi culpa.

—Perdóname Sara, nada fue tu culpa. No fue justo lo que te hice. Eres una gran persona, siempre supe que eras mucho más de lo que yo merecía.

Alzó la vista con una tenue sonrisa. No dijo nada, pero tomó tentativamente mi mano.

—¿Puedo?

—Claro que puedes.

Su pequeña mano se aferró a la mía, nuestros dedos entrecruzándose. El resto de camino lo hicimos en silencio, solo disfrutando la compañía del otro. No era una gran distancia a recorrer, pero me sirvió para pensar.

Sara era dulce, cariñosa y claramente aún me amaba. Salvo que estuviera entendiendo todo horriblemente mal, estaba seguro de que si le pedía volver, aceptaría sin dudarlo, y aquella perspectiva se me hacía muy tentadora. Ya no me sentiría solo; sería más fácil olvidarme de Adela; tendría su compañía, su cariño, su apoyo. Podría ser feliz.

«Dímelo. Di que me amas»

El recuerdo me frenó en seco. Sara se detuvo también y me miró curiosa.

—Perdona, creo que se me metió algo al zapato —inventé para soltar su mano. Luego de fingir sacar una piedrecilla reanudé la marcha, esta vez con las manos en los bolsillos.

Hice un examen profundo de mis sentimientos, repasando nuestra relación desde el principio. Volví a esa tarde en la casa de la playa, al momento en que me pidió que le expresara mi amor, al momento en que no fui capaz de decirle un "te amo" e intenté responder a su solicitud mentalmente... y no, seguía sin sentirme capaz. Simplemente no amaba a Sara. La quería mucho, me atraía, pero no la amaba. Amaba a Adela. A pesar de que no fuera mutuo, a pesar de que no pudiera tenerla, a pesar de que se iba a casar, amaba a Adela.

Me di cuenta de lo egoísta que estaba siendo al considerar volver con Sara: solo pensaba en lo que necesitaba en ese momento, un clavo para sacar otro clavo. Quería usarla para no sentir dolor ni soledad, pero una vez que estuviera bien o encontrara a alguien más a quien amar, la volvería a dejar, la volvería a herir.

No, no podía volver con ella.

Sentí una paz interior que me había sido esquiva durante meses, porque por fin podía ver mi sentimientos con claridad. Eran una mierda de sentimientos: estaba enamorado de una mujer que no podía tener y no podía corresponder a los sentimientos de la única chica que de verdad me amaba, pero al menos era un sentimiento claro y sincero. Ya no había confusión, no había dudas.

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