16 - Sorpresa

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No acompañé a Adela todo el camino hasta su casa, que quedaba en esos barrios exclusivos fuera del alcance de cualquier locomoción colectiva que me pudiera llevar de vuelta. En lugar de ello acordamos que me dejara frente a la universidad, donde le dije que tenía un amigo con quien conseguir alojamiento, para que se fuera tranquila. La ruta desde allí le era conocida y se sentía segura recorriéndola sola. Además, había avisado a sus padres desde mi casa, así que la esperaban con la cena hecha y probablemente un ejército de abogados y terapeutas listos para actuar.

En cuanto a mí, tendría que someterme a otra fría noche en el piso de un taller. Consideré brevemente el sofá de Sara, pero luego recordé que ya no contaba con mi teléfono, y de todos modos no podía autoinvitarme de improviso luego del modo en que había terminado la noche anterior. Tenía pendiente una buena conversación con ella.

Resignado saludé al guardia y me dirigí a mi casillero en busca del saco de dormir. Al menos esta vez venía preparado con elementos de aseo y ropa fresca. Junto a la entrada, un cartel que no había visto llamó mi atención. Promocionaba el Paseo del Ombligo, el viaje tradicional que los alumnos que completaban la mitad de sus carreras realizaban a alguna playa cercana, y que las más de las veces terminaba en borracheras épicas e incidentes policiales. No mi tipo de entretención.

Llegado al locker, me detuve estupefacto. Sendos garabatos y dibujos vulgares en plumón negro cubrían la pequeña puerta metálica. Fruncí el ceño. La imagen de Adela haciendo los rayados apareció repentinamente en mi cabeza, pero fue descartada con igual rapidez. No, no podía ser ella. ¿Quién estaba haciendo esto y por qué? Sabía que podía sacar los rayados con diluyente, pero me enfurecía la cobardía. Era alguien que no se atrevía a encararme. ¿Tal vez alguno de mis alumnos de la ayudantía? Tenía sentido. No era especialmente popular con ellos y hasta cierto punto era responsable de más de una reprobación. También estaba el novio de Adela, que seguramente no me tenía muy alto en su lista de amistades. Tendría que investigar aquellas posibilidades con más calma al día siguiente.

Apagando la luz de mi improvisada habitación y metiéndome a tientas en el saco bajo la mesa acostumbrada, me apresté a dormir. Poco me faltó para conseguirlo, pero de pronto unas agitadas risas femeninas me sacaron de mi estado de sopor. La puerta del taller se abrió de golpe y vi los pies de dos chicas entrar, cerrando nuevamente tras de sí. Me quedé estático a la espera de que la luz se prendiera, pero en lugar de aquello comencé a escuchar el inconfundible respirar agitado y sonidos de succión de acompañan a un beso apasionado. Últimamente había desarrollado un talento especial para meterme en situaciones incómodas.

Esperé en silencio a que, con algo de suerte, la pareja decidiera marcharse, pero claramente no iba para allá la cosa. Pronto empecé a ver prendas caer al piso. Decidí que debía hacer algo antes que la situación escalara hasta un punto de no retorno. Luego de analizar mis opciones, opté por mover la mesa ruidosamente y fingir un gran bostezo, como si acabara de despertar. Apenas lo hice el ajetreo se detuvo, acompañado de un par de susurros sorprendidos. Tras unos segundos vi entre las penumbras una mano bajar lentamente a recoger la ropa que había caído al piso y seguida de ella, la cabeza de Cintia asomarse bajo la mesa. Nuestros ojos se encontraron y ambos nos levantamos de golpe.

—¿¡Gabriel!? ¿Qué haces acá? —dijo, tapándose el pecho desnudo con una blusa arrugada. La chica junto a ella, que terminaba de cerrarse el pantalón, tenía el pelo rizado y me resultaba conocida, pero no era capaz de ponerle nombre.

—Yo ah ehm... he estado durmiendo aquí toda la semana, tuve un conflicto familiar... —dije absolutamente rojo, procurando mirar para otro lado.

—¿Toda la...? ¡Espera! ¡¿Entonces estuviste aquí AYER?! —ambas se miraron aterradas.

—¡No, ayer no! Ayer alojé con... en otro lado.

Las dos mujeres respiraron aliviadas. Cintia se puso la blusa de espaldas a mí, omitiendo el sostén para ahorrar tiempo, y hecho esto susurró algo a la otra chica, que asintió, saliendo luego de la habitación. Yo no sabía qué hacer conmigo mismo. Cuando la puerta se hubo cerrado, Cintia prendió la luz y se sentó en una mesa.

—Bueno, no era así como tenía planeado salir del closet, pero... ¡Sorpresa!

—Esto tampoco estaba dentro de mis planes, te aseguro.

Nos quedamos en silencio unos segundos.

—¿No vas a preguntar nada?

—No veo mucho que preguntar... o sea, es tu vida. Salvo... ¿Qué fue todo eso de encontrar a Araneda un bombón entonces?

—Soy lesbiana, no ciega. ¿O tú no te das cuenta cuando un hombre es guapo?

—Okey, sorry, pregunta estúpida.

Se hizo otro silencio.

—No te molesta, ¿verdad? ¿Vamos a seguir siendo amigos? —exploraba mi rostro en busca de una señal de rechazo. No recordaba haberle visto antes una expresión tan vulnerable. Me acerqué y la abracé fuerte. Pude sentir su cuerpo relajarse entre mis brazos.

—¿Por qué me iba a molestar? Esto no cambia nada —dije, besando su mejilla. Luego, volviendo a alejarme—. El que sí va a estar de muerte será Javier.

—¡Ay, pobre Potter! ¡No le cuentes nada aún, porfa, no quiero romperle el corazón!

—No, obvio. No le diré a nadie. ¿Entonces tú ya sabías que él...?

—Como dije: gay, no ciega.

—Bueno. Pero cuéntale pronto, por favor. El pobre te mira como Milhouse a Lisa Simpson.

Cintia rio de buena gana.

—Lo prometo. Solo tengo que encontrar el momento apropiado. —Su atención se posó sobre mi ojo izquierdo—. Buen moretón te puso el novio de Adela. Pero me contaron que él quedó peor. ¡Me hubiera encantado verlo! No te conocía esa faceta Karate Kid.

—No estoy muy orgulloso de eso, la verdad.

—¡Farsante! ¡Admite que te encantó sacarle la mierda!

Le respondí con una sonrisa cómplice y un guiño.

—Es que igual creo que el conflicto fue un poco mi culpa. Me equivoqué con Adela. No creo que haya sido ella quien rayó mis láminas.

—¿Quién entonces?

—Eso intento averiguar. Ahora me vandalizaron el locker.

—¡No te creo! ¡Qué ratas! Estaré atenta, tal vez vea algo. —Miró a la puerta—. Bueno, Pamela se debe estar congelando allá afuera. Es hora de que vaya con ella.

—Pamela... ¿Ya la conocía yo?

—¡Sí pues! Estudia enfermería. Te la presenté en el cumpleaños de Gaspar.

—¡Ah! —No tenía ningún recuerdo de aquello—. ¿Y entonces ustedes son...?

—Estamos viendo.

—Ok.

—Bueno, ahora necesito que te des vuelta. Tengo que ponerme el sostén.

—O sea... ya que no puede haber tensión sexual entre nosotros, puedes ponértelo frente a mí... —dije en broma.

Recibí un sostenazo en la cara.    



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¿Shippeabas a Gabriel con Cintia?

Próxima actualización: Lunes 12 de agosto.

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