2 - Perspectiva laboral

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—Me estás jodiendo.

—No, no te estoy jodiendo.

Javier se echó para atrás dando un sonoro suspiro y movió su cabeza de lado a lado en señal de desaprobación. Una cicatriz que llevaba en la frente, fruto de un fuerte encontrón con la silla de un columpio durante su infancia, le habían ganado a mi amigo el apodo de "Javi Potter", aunque aquella era su única similitud con el personaje.

—¿Y qué vas a hacer?

—No sé. ¿Vivir bajo un puente? —dije con ironía, mirando con desgano la casi invisible capa de mermelada entre las dos flácidas rebanadas de pan que sostenía en mi mano.

Estábamos en la cafetería de la universidad. Javi frente a su bandeja con un completo almuerzo extraído desde el buffet y yo rumiando un sándwich de miga hecho en casa con lo poco que pude pillar en el refrigerador, menú que con toda probabilidad sería mi almuerzo estándar durante todo el resto del año.

—Podrías contarle a tu mamá que...

—¡No! —lo interrumpí en seco.

—Sé que no te gusta, pero esto es serio y...

—No. Y además no le puedo contar. Papá me suplicó que no lo hiciera.

—Pero ¿y eso qué importa? ¿Después de la cagada que se mandó, le vas a cubrir las espaldas a costa de tu futuro? ¡No te lo creo! ¿Seguro que es por eso? Ya sé que tú y tu mamá...

—Te dije que no. Y ya no insistas.  

Yo ya había terminado mi pan y Javier, que se había quedado en silencio, quizá notó mis miradas furtivas a su bandeja, porque tomó su taza con caldo de pollo y me la acercó. Hice el amago de negarme, pero lo descartó con un gesto rápido.

—Bueno... vale. ¿Y pedir una beca?

Ya tengo una beca. —dije, sorbiendo el sabroso líquido caliente.

—Sí, pero es de esas de excelencia académica y solo te cubre la mitad del arancel. ¿No podrías pedir una de esas becas sociales?

—Ya pregunté. No quedan becas disponibles para nuestra generación. Todo lo que hay es para alumnos nuevos.

—Ah... ya veo. —Javi comenzó a morderse un padastro del dedo índice, un hábito suyo cuando intentaba pensar. Hasta cierto punto, me conmovió ver a mi amigo tan preocupado por mí.

—Voy a tener que buscarme un trabajo —dije finalmente, para resolver su dilema.

—Sí, eso estaba pensando. ¿Pero en qué? Con los horarios que tenemos en arquitectura lo veo difícil.

—No soy ni el primer ni el último alumno que tiene que pagarse él mismo la carrera. 

—No, claro, pero la mayoría no tiene que mantener un promedio altísimo para no perder la beca, como tú. Ni trabajan también de ayudante.

—Ser ayudante paga.

—Una miseria.

—Pues sí... es casi un pago simbólico y consume bastante tiempo... pero todo suma —dije, inclinando la taza para hacer caer los últimos grumos de caldo—. Muchas gracias por la sopa.

—No es nada. ¿Cuánto ganan los embolsadores en los supermercados?

—Cercano a cero, supongo. Sobre todo desde que prohibieron las bolsas plásticas.

—¿Qué más hay? ¿Ser repartidor? ¿Trabajar en una cadena de comida rápida?

—Está eso... también paga horrible, pero tal vez si trabajo en las noches... —la sola idea me ponía los pelos de punta. Arquitectura de por sí ya demandaba jornadas extenuantes de clases y largas noches en vela preparando exámenes y entregas. Sumado a la ayudantía, no veía cómo meter además suficientes horas de trabajo para pagar la universidad, sin sacrificar las preciadas horas de sueño que me quedaban

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