30 - La cita

544 76 99
                                    

Me presenté en el departamento de Sara precisamente a las 11.00 am del sábado, vistiendo lo mejorcito que tenía en mi poco glamoroso clóset: una camisa negra ajustada sin mucho uso, unos jeans relativamente nuevos y mis zapatos de cuero café. Como no tenía ninguna chaqueta decente, había prescindido de ella, a pesar del frío. Me había quitado el parche pese a que mi ceja aún no sanaba del todo y había pasado la última hora en una barbería cercana, recibiendo una acicalada generalizada, con resultados bastante satisfactorios. Como último preparativo había comprado una rosa a un vendedor callejero. 

Toqué el timbre y esperé. Le había enviado un mensaje intencionalmente misterioso unas horas antes, anunciando únicamente que iba en camino y que estuviera lista.

La puerta se abrió y detrás de ella Sara apareció luciendo un breve y hermoso vestido azul oscuro, ligeramente aterciopelado, con un muy bello escote atado al cuello que dejaba al descubierto sus hombros y un trozo no despreciable de su espalda. Se había tomado el pelo, despejando la vista a su grácil figura. Un delicado colgante en su cuello hacía juego con sus aretes. Lucía sencillamente hermosa, pero su rostro era grave y sus ojos me miraban con desconfianza. Parecía casi agazapada dentro de sí.

Poniendo mi mejor sonrisa y sin decir palabra, le extendí la rosa que ocultaba a mis espaldas, medio esperando que la tirara volando por mi cabeza. La transformación de su rostro al verla fue total, transmutándose primero en sorpresa, luego en alivio y finalmente en un manantial de emociones que llenó sus ojos de lágrimas, mientras intentaba pronunciar algo parecido a un "gracias". La envolví en mis brazos sorprendido y dejé que se desahogara contra mi pecho. Cuando sentí que su tormenta emocional había cesado, la despegué de mi cuerpo tomándola por los hombros y la miré a los ojos, interrogante.

—Perdona... —explicó—. No estaba segura de a qué venías y me arreglé y todo, pero a la vez pensaba que... temí que solo vinieras a decirme... a decir que tu ya no...

—¿Que no quería verte más? —Asintió con la cabeza— ¡Ay Sara! ¡No! Perdona, jamás se me ocurrió que pensarías eso, no te hubiese mandado ese mensaje...

—No pasa nada, soy una tonta. Discúlpame —dijo sacando un pañuelito de su cartera y secándose los ojos—. La verdad he estado toda la semana aterrada de que ya te hubieras aburrido de mí, por eso no me atrevía a acercarme. Y no parecía que te importara.

Me sentí una mierda. Mi plan comenzaba con el pie izquierdo, como casi todas las cosas en mi vida, pero debía seguir adelante.

—Sara, sí me importó. Me importó tanto que hoy estoy aquí, dispuesto a corregir todos mis errores de una vez por todas. ¿Estás lista?

—Lista... pero no sé para qué.

—Esa es la idea —le ofrecí mi mano, volviendo a sonreír. Ella dudó un segundo, dejó la rosa en el mueble de la entrada, cerró la puerta y se dejó llevar. Bajamos a la calle, donde pese a un sol radiante estaba bastante fresco. Sara se entumeció de inmediato, livianamente vestida como iba. Le ofrecí volver por un abrigo, pero se negó, así que en lugar de eso cruzamos la calle hacia el lado donde daba el sol. Allí la sensación térmica era mucho más agradable. A continuación la guié siempre tomada de mi mano hacia el parque que bordeaba el río, admirando cada tanto las curvas de su cuerpo y el extenso trozo de su espalda, cuello y hombros que su vestido y pelo tomado dejaban al desnudo.

—Estás realmente hermosa —le dije lamentando no tener dotes de poeta para describir apropiadamente lo espectacular que se veía.

—Y tú guapísimo —respondió con una encantadora sonrisa. Acto seguido se pegó mucho a mi brazo, apoyando la cabeza en mi hombro.

Selección MúltipleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora