1 - Oportunidad imperdible

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—Toma asiento, hijo —dijo con rostro serio. Tratándose de él, esto no podía ser nada bueno.

Paseé la vista por el estudio de mi papá —si así podía llamársele a un cerro de cajas apiladas al azar, un dilapidado escritorio cuyo barniz era solo un lejano recuerdo y un sillón de cuero despellejado frente a una computadora vieja que al encenderse emitía ruidos capaces de dar pesadillas al propio Belcebú— hasta que por fin di con lo que buscaba: una polvorienta silla desvencijada que alguna vez perteneció a nuestro juego de comedor. Levantándola con cuidado la puse en el centro de la habitación, frente a su escritorio, y me senté con extrema prudencia para no ir a cortar el último hilo de pegamento que la mantenía unida. Una vez me hube asegurado de que no pasaría con mi culo directo al suelo, le di una mirada interrogante. Papá observó toda la operación en silencio y, apenas notó mi vista posarse en él, comenzó a pasearse pausadamente de un lado a otro de la habitación, con una mano empuñada en la barbilla y la otra sosteniendo su codo, la imagen misma de un intelectual, cosa que él definitivamente no era.

—¡Ajem! —dijo, finalmente—. Déjame hacerte una pregunta, Gabriel... y no me respondas de inmediato, piénsalo un poco ¿okey?

Asentí en silencio, entornando los ojos. Mordiéndose el labio, pareció tomar vuelo internamente antes de hablar.

—Okey. Digamos que alguien te ofreciera una oportunidad imperdible de hacerte millonario, una oportunidad demasiado buena para dejarla pasar, de esas que se dan una sola vez en la vida... ¿la tomarías?

Alzó su vista a la espera de una respuesta. Silencio fue mi respuesta. No me gustaba nada para dónde iba esto. Cuando vio que no obtendría más de mí, reanudó su paseo, aunque esta vez con paso más acelerado.

—Digo, si esta fuera una persona de confianza. Un tipo que sabe muchísimo de inversiones. Y tiene una idea genial. Realmente genial... ¿invertirías en su idea?

—¿Qué idea, papá? —Un sudor frío ya empezaba a manifestarse en mi espalda—. ¿En qué te metiste ahora?

—Y este es un tipo que sabe mucho de inversiones. Mucho mucho. ¡Vieras la casa que tiene, el tremendo auto que maneja!... y el negocio ¡Uf! ¡Sobre veinte por ciento mensual de rentabilidad!

—Papá, ¿en qué te metiste?

Papá detuvo su paseo y me miró nuevamente, noté cómo poco a poco su cabeza se iba escondiendo entre sus hombros y sus manos comenzaban a retorcerse entre sí.

—Se suponía que era una estrategia de inversión distribuida... es complicado de explicar... —volvía a pasearse, agitando sus manos con vehemencia— Se basa en crowdfunding, marketing distribuido, capitalización de vínculos sociales con inversión continua... un tema complejo, no es fácil de entender.

—Una estafa piramidal, ¿no es cierto?

Papá se quedó congelado a mitad de un paso, con un pie en el aire y el brazo aún alzado en gesto académico. Luego, con un largo suspiro, dejó caer su cabeza y sus brazos se desplomaron a sus costados.

—No sé si llamarlo así... pero sí, parece que sí —admitió finalmente—. O sea, al principio todo iba bien... digo, parecía que iba bien. Pero luego quise hacer un retiro grande y empezaron los problemas. He pasado los últimos tres meses pidiendo que me devuelvan la inversión, pero me ponían toda clase de excusas, luego dejaron de responder y ahora... —Papá tomó un diario que tenía oculto debajo del teclado y lo puso delante de mí. El titular mostraba en grandes letras "DENUNCIAN MILLONARIA ESTAFA" y un poco más abajo "Esquema de Ponzi deja a cientos de víctimas en la ruina".

Alcé mi vista lentamente hacia el rostro de papá, cuyos ojos comenzaban a llenarse de lágrimas.

—¿Cuánto invertiste, papá? —pregunté, intentando prepararme para la respuesta.

Papá me miró en silencio varios segundos, ahora su barbilla también temblaba. Solo entonces noté que llevaba varios días sin afeitarse. Justo cuando iba a repetirle la pregunta, sus labios se movieron.

—Todo.

—¡¿TODO?!

—Todo —dijo, dejándose caer sobre el sillón de cuero, que crujió penosamente. O tal vez fue él.

—¿Cómo todo? ¿Todo qué? ¡Si casi no tienes nada!

Era verdad, después del divorcio, mamá, que siempre había sido la verdadera proveedora del hogar, había dejado a papá con poco más que una pensión alimenticia. La casa en que vivíamos era de ella, no había auto y, francamente, lo único que quedaba a nuestro haber era... Oh no. ¡No, no, no!

—Papá, dime que no lo hiciste. Dime que no usaste...

Papá me miró con los ojos llenos de lágrimas, la mano frotando su boca.

—Tu fondo universitario.


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