64 - Último adiós

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No contaba con un traje de luto, pero como estudiante de arquitectura, no había carencia de prendas negras en mi clóset, así que mi vestuario no desencajaba dentro del escueto conjunto de familiares y amigos que habían llegado a dar el último adiós a papá. Estaban sus tres o cuatro compinches de travesuras, que mamá saludó con una frialdad capaz de avergonzar al nitrógeno líquido, a pesar de ser los más emocionados entre los presentes; su hermano José Pedro, a quien apenas había visto en mi vida y que lucía más pensativo que triste; algunos parientes lejanos que conocía aún menos, un par de colegas del supermercado en que trabajó varios años y uno que otro vecino de la cuadra. Entre todos no alcanzaban a llenar ni la mitad de la pequeña capilla del crematorio. Empezaba a lamentar haberle insistido a Javi y Cintia que no dejaran de asistir a su examen de Edificación por acompañarme.

Mientras los asistentes conversaban en espera del inicio del servicio fúnebre, con aquella mezcla de respeto y liviandad propia de quien solo mantuvo una relación superficial con el fallecido, decidí salir al patio, tanto para tomar aire como para descansar de la interminable letanía de frases para el bronce y reflexiones existenciales que mi madre había dejado caer sobre mí desde que me pasó a buscar a la que ahora era solo mi casa.

Pensar en aquello, en la soledad que ahora sentiría en el que fue nuestro hogar desde que tenía memoria, me empañó los ojos y cortó la respiración unos segundos. Cuando por fin pude aclarar mi vista, descubrí que Adela acababa de atravesar el portal en forma de arco que conectaba con los estacionamientos y ya caminaba en mi dirección. Llevaba un sobrio vestido negro y medias del mismo color, su cabello rubio, tomado en su habitual tomate, resaltaba más de lo habitual contra ese color, tan poco común en su vestuario. Sus ojos estaban clavados en mí y apenas me alcanzó, me envolvió en un tierno abrazo sin decir palabra, que era justo lo que necesitaba. La estreché entre mis brazos un buen rato, experimentando toda clase de emociones, hasta que me sentí suficientemente tranquilo para dejarla ir.

—Gracias por venir, Adela.

—No agradezcas. Quería mucho a tu papá. Fue muy amable conmigo ese día que nos asaltaron.

Sonreí amargamente. Mientras yo, que había pasado una vida junto a mi viejo, me había avergonzado de presentarlo a mis amigos, ella había visto en él todo lo importante en los pocos minutos que habían compartido.

—¿Viniste sola? —pregunté para despejar el pensamiento.

—Sí. No me pareció apropiado traer a Martín, no después de lo que pasó. —Me dio una mirada significativa que indicaba que sabía lo de la pelea—. ¿Por qué le mentiste?

—Porque no quería que una estupidez arruinara tu relación.

—Eso pensé... —examinó mi rostro—. Al menos esta vez no quedaste moretoneado. Sofi estará decepcionada.

Su comentario me hizo reír.

—¿Cómo te enteraste?

—Martín mismo me contó. Venía furioso, me reprendió como media hora por no haberle contado que "intentaste violarme".

—Y tú...

Bajó la cabeza, avergonzada.

—Como una rata, no lo negué. O sea, no del todo. Le dije que de ninguna forma fue un intento de violación, que solo había sido un beso, que ambos estábamos bebidos, que en cierta forma también fue mi culpa... pero se enojó más por estar tratando de defenderte, así que lo dejé ahí. —Alzó la vista con mirada suplicante—. Yo tampoco quería arruinarlo todo justo antes de nuestro matrimonio ¿entiendes? ¡Perdóname, soy tan cobarde! ¡Debí decirle! Si quieres que le cuente la verdad...

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