15 - Reencuentros

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La tetera emitió el característico burbujeo del agua en ebullición y procedí a verter su contenido en uno de los tantos tazones de estampados horribles que habíamos ido acumulando con los años. Me sentía incómodamente consciente de la deplorable imagen que debía transmitir mi pequeña cocina, pobremente equipada, oscura y ajada, a una chica rica como Adela. Me acerqué a ella con el tazón humeante, aún remojando intermitentemente en su interior una bolsita de té, y se lo ofrecí.

—¿Azúcar o endulzante?

—Así está bien —dijo en un susurro, dando un sorbo tentativo. Era prácticamente otra persona: casi no había hablado desde el incidente con el Zancudo y parecía perdida en un mundo de reflexiones, con la mirada fija en el infinito.

—Deberíamos llamar a la policía —opinó mi padre, entrando a la cocina con una mantita que puso sobre los hombros de Adela.

—No van a hacer nada, papá. ¿Cuándo has visto que se investigue el robo de un celular?

—¡Y una amenaza de muerte! ¡Además en este caso sabemos quién lo hizo, Gabriel!

—Y también sabemos que lo han arrestado por cosas mucho peores y al mes está de vuelta en la calle. ¿Te gustaría encontrártelo por ahí después de haberlo mandado a la cana?

Papá golpeó frustrado su puño contra la palma de la otra mano.

—¡Me tiene hasta las bolas ese tipo! Ya es hora de que alguien lo encare. Sé perfectamente dónde encontrarlo. ¡Uno de estos días voy a...!

Lo miré impasible, sabiendo que no tenía idea de cómo terminar esa oración. Mi viejo solía hacer despliegues patéticos de masculinidad que solo conseguían dejar en evidencia cuán débil era. Hubiese preferido que Adela no tuviera que conocerlo, pero ya estaba en casa cuando llegué con ella desde la plaza. Explicarle la situación, al menos, había servido para romper el hielo entre nosotros.

—...Pero no hablemos de esto ahora. ¿Necesitas algo más, hija? —dijo concentrándose repentina y convenientemente en el bienestar de Adela. 

—Estoy bien, gracias. ¿Me podrían prestar un teléfono? —respondió lacónica.

—Claro, toma el mío. Si necesitas algo más, no dudes en llamarme —Y luego girándose hacia mí—. Gabriel ¿una palabra?

Salimos de la cocina hacia su habitación.

—¿Ella es...? —preguntó en voz baja.

—Compañera de curso. Nos toca hacer un trabajo juntos.

—Ah. —respondió algo decepcionado—. Es linda. ¿No has pensado...?

Le di la mirada más fría y pétrea que fui capaz de invocar. Decidió que no valía la pena entrar en ese campo minado.

—Y ese ojo morado, ¿también te lo hizo el Zancudo?

—No, ese fue un incidente separado. Prefiero no dar detalles.

Suspiró con franca consternación.   

—¿Dónde has estado Gabriel? Me tenías preocupado. Nos tenías preocupado. Tu madre me ha llamado todos los días preguntando si ya habías vuelto. Y tú sabes cómo me encanta hablar con ella. Al menos pudiste responder alguno de mis mensajes.

—Estuve alojando en la U. Y tenía el teléfono sin saldo. Ya sabes, ando algo corto de plata por culpa de alguien —mentí, aprovechando de asestar uno bajo el cinturón. Papá hizo una mueca de culpa.

—Pero ahora te vas a quedar en casa ¿no?

Consideré en silencio la pregunta. La verdad era que mi berrinche ya había durado suficiente, la ira se había extinguido hacía días y, sinceramente, extrañaba dormir en mi propia habitación. Asentí con la cabeza y papá sonrió, dándome una palmada en el brazo.

—¡Ese es mi campeón! ¿Vamos a invitar a tu amiga a alojar?

—No.

—¿Por qué no? Sería una buena oportunidad para que ustedes...

—¡Me voy de la casa!

—¡No, no! ¡Era una broma! —dijo alzando las manos— Pero al menos tienes que acompañarla de vuelta a su hogar. La pobre está como en estado de shock.

—Por supuesto —respondí, aunque mi expectativa había sido acompañarla solo hasta su auto. 

***

—¿Gabriel? —dijo Adela al volante, sin quitar los ojos del camino. Las luces de la autopista iluminaban su rostro de manera intermitente.

—¿Sí? 

—Gracias.

La miré un tanto sorprendido. Incluso tras nuestra reciente experiencia, aquella no era una palabra que esperaba escuchar de sus labios.

—No necesitas agradecer. De hecho me siento más bien culpable. Jamás debí dejarte sola en esa plaza, quién sabe qué pudo haberte pasado. Es más, debí disuadirte de trabajar en ese lugar. Conozco el barrio lo suficiente para saber que no es seguro para alguien como tú. O para nadie, la verdad.

—¿Por qué no me dijiste que vivías allí?

—Porque... pues ya viste mi casa. Y a mi padre. No quería darte más razones para despreciarme.

Esta vez sí quitó la vista del camino, dirigiéndome una mirada que el juego de luces y sombras de la carretera no me permitió identificar.

—¿Qué clase de persona piensas que soy? ¿Creíste que te iba a juzgar por eso?

—¿No es lo que hacen siempre?

—No soy un estereotipo, Gabriel. No me trates como uno.

Volvió la mirada a la autopista. Continuamos en silencio un largo rato, sus palabras reverberando en mi mente.

—Acerca de lo que te pedí ese día en el parque...

—No importa, Adela.

—¡A mí me importa! Mira, yo jamás he pagado para que me hagan un trabajo, pero era una tarea demasiado grande y me angustié dem...—se detuvo al darse cuenta de que estaba usando su muletilla otra vez—. Me angustié mucho porque más encima estaba con lo del Taller de Araneda. Entonces Pía me sugirió contratarte para hacerla. Dijo que era súper normal y que lo hacía todo el tiempo. Según ella tú hacías ese tipo de cosas.

—¿Cuál es Pía?

—La rubia.

—Son todas rubias, Adela.

—La más rubia —corrigió con una pequeña risita. La primera que le oía—. La que es bien pecosa.

Intenté hacer memoria, pero todas las amigas de Adela se me mezclaban en la cabeza, como si fueran diferentes versiones de una misma Barbie.

—Bueno, dile a Pía que se equivocó.

—¡Créeme que se lo dije! ¡Casi la mato, me dio demasiada vergüenza! La verdad, aunque odie admitirlo, te encuentro razón por haberte enojado.

—Puede habérseme pasado un poco la mano con el reproche.

—¿"Un poco" nada más? —acompañó el sarcasmo con un guiño, para que no lo tomara como una agresión—. Pero me alegra que no todos vean hacer trampa como algo normal.

—Y a mí me alegra que te eso te alegre —dije dedicándole por primera vez una sonrisa. 




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Próxima actualización:  Viernes 9 de agosto.

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