18 - Desalineados

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—¿Qué te parece? —preguntó Javier, extrayendo un sweater multicolor desde su locker.

—No es muy de tu estilo, encuentro

—No es para mí, idiota. ¡Es para Cintia! ¿Sí sabes que mañana está de cumpleaños, verdad? Hace como dos semanas que nos avisó que lo celebra este sábado.

—Sí... obvio. —mentí. Recordar fechas importantes no era lo mío.

—Y vas a ir, ¿cierto?

—No estoy seguro... tengo harto trabajo y con lo poco que he dormido...

—¡Gabriel, no! Sé que no te gustan las fiestas, pero se trata de nuestra amiga. ¿Cómo le vas a hacer un desprecio así?.

—No es como que me vaya a echar de menos. Es amiga de literalmente todos en la escuela.

—Exacto. Y aún así elige pasar gran parte de su tiempo con nosotros dos.

—Buen punto... —admití, dándome por vencido con un suspiro—. Allí estaré.

—¡Perfecto! Entonces ¿qué opinas? —Extendió el sweater frente a mí.

«Too much» pensé, pero forcé un gesto de aprobación.

—No entiendo mucho de gustos femeninos, la verdad. Pero está bonito.

Javi aprobó con la cabeza y lo volvió a guardar, cerrando el locker con confianza.

—¡Esa será la noche, Gabriel! ¡En su cumpleaños me le declaro! 

—¡Ay! —se me escapó.

—¿Ay?

—Ay... es que recordé que no le tengo regalo.

—¡Vaya, qué sorpresa! Gabriel Villagra ignorando convenciones sociales. Al menos esta vez tienes tiempo para comprarle algo, no como para mi cumpleaños. —Puso los brazos en jarra y me dio una mirada severa.

—¡Ey! ¡Te hice un regalo!

—¿La croquera? Te la habías comprado para ti y tuviste que dármela para salvar las apariencias. ¿Crees que no me di cuenta? ¡Incluso noté que le arrancaste algunas hojas!

—Tenía que probarla para verificar que estuviera buena... —me excusé poniéndome rojo. Javi sacudió la cabeza y puso la mano en mi hombro.

—Amigo mío, you suck.

—Pos pa' qué te digo que no si sí. ¿Pero estás seguro de que ese es un buen momento para declararte? Digo... tanta gente, música fuerte, ruido... y seguramente va a andar con la cabeza en mil cosas. Quizás deberías esperar...

—Tranquilo, hermano. Lo tengo todo pensado. ¡Es el plan perfecto! —Me dio una palmada en la espalda y una gran y confiada sonrisa, que devolví con una tan tiesa y forzada, que de haberla visto un médico forense me habría declarado con rigor mortis.

Con el rabillo del ojo detecté a Sara caminando rumbo a la biblioteca. Había pasado buena parte del día atento a su aparición. Le deseé suerte a mi amigo y corrí a interceptarla.

—¡Sara! —grité medio esperando que bajara la vista y acelerara el paso, pero en lugar de eso se detuvo y me esperó con expresión ecuánime.

—Hola Gabriel ¿Cómo estás? —saludó en un tono que no revelaba ninguna emoción.

—Bien. Oye, necesitaba hablar contigo sobre lo de la otra noche. Mira, yo...

—Me sirvieron mucho tus clases, gracias —dijo interrumpiendo mis palabras.

—Me alegro. Pero respecto a lo otro...

—¿Adela de La Fuente te entregó tu libreta? La encontré en el suelo.

—Ah, sí. Gracias. Pero escucha, esa noche...

—¿Pudiste dormir bien? ¿No hacía mucho calor? —otra interrupción. ¿Por qué estaba haciendo eso? Finalmente mis neuronas decidieron que era hora de hacer un poco de trabajo y caí en cuenta de lo que sucedía: el tema la avergonzaba. Lo último que quería era hablar de cómo la había rechazado en su momento más vulnerable. Tendría que tomar una ruta indirecta.

—No, para nada. Dormí muy bien. Toda esa velada fue súper agradable, tu departamento es muy lindo, me encantó el cóctel que me preparaste y sobre todo, me encantó tu compañía. Muchas gracias por la invitación.

Las comisuras de sus labios se torcieron ligeramente hacia arriba, pero podía ver que intentaba mantener la distancia.

—Me alegro.

—Creo que hay cosas que pude hacer para... ser un mejor huésped. Si tú... —me aclaré la garganta, notando que empezaba a ponerme rojo—. Si no te molesta, me encantaría que se repitiera alguna vez, a ver si me puedo redimir.

Sara se tomó las manos detrás de la espalda y me miró en silencio, inclinando la cabeza y levantando ligeramente una ceja.

—De preferencia en alguna ocasión en que no me sienta sucio y asqueroso. No sé cómo tolerabas mi presencia en ese estado. Hasta yo me sentía incómodo conmigo mismo. —Esperaba que el mensaje hubiese quedado suficientemente claro.

—Puede que te dé la oportunidad. Si te portas bien. —dijo con una sonrisa tenue. Aún sentía distancia entre nosotros. ¿Tal vez había algo más que le molestaba? De pronto una idea golpeó mi cabeza.

—¿Me habrás intentado llamar o escribir? No te estaba ignorando. Es que me robaron el teléfono.

—¿En serio? ¿Cuándo?

Le conté el incidente de la plaza, que escuchó muy atenta, apretando los labios de vez en cuando.

—Vaya, qué heroico de tu parte. Adela de La Fuente habrá quedado muy impresionada...

—Ja, ja, lo dudo. Me odia. Además ¿qué tiene de heroico engañar a un reventado como el Zancudo? A lo sumo lo calificaría como supervivencia básica.

—A mí no me pareció que te odiara...

—¿No te pareció cuándo?

Sara desvió la vista a la puerta de la biblioteca. Justo en ese momento Danilo Peñaloza se asomó desde ella, mirándonos intermitentemente.

—Sara, ¿vienes? Te estamos esperando.

—¡Sí, ya voy! —respondió y luego, volviéndose hacia mí—. Lo siento, tengo un trabajo en grupo para el electivo de astronomía. Hablamos luego, ¿vale?

—No tengo cómo llamarte.

Sara se acercó y puso un beso en mi mejilla.

—Bueno... ya sabes dónde vivo —susurró en mi oído.

Separándose de mí, dio media vuelta y caminó a la biblioteca.

Danilo abrió la puerta para ella, dándome una breve mirada antes de cerrarla tras de sí. Hubiese jurado que vi hostilidad en sus ojos. 


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Próxima actualización: Domingo 18 de agosto

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