62 - Bienal

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Instalamos nuestra maqueta, la más espectacular y detallada que hubiera hecho en toda mi vida, junto a las lujosas láminas impresas a todo color en papel couché, en el espacio que se nos había asignado en el galpón que hospedaba a la Bienal; todo bajo la atenta mirada de Araneda, que había sugerido algunas ideas bastante interesantes para organizar el espacio. Una animación 3D del recorrido por el proyecto, proyectada en un telón de fondo, remataba nuestra instalación. 

Tenía que agradecer a Adela por el resultado, porque mi estado mental las semanas previas no me había permitido aportar nada significativo. Me limitaba a trabajar por horas en silencio en las tareas que ella me asignaba, perdido en mis pensamientos. El estado de salud de papá había ido de mal en peor en los últimos días y ahora sabíamos que era simplemente cosa de tiempo para que ocurriera lo inevitable. Los preparativos para su despedida estaban listos. Adela, en todo caso, lejos de reprocharme mi abstracción, me agradecía cada vez que podía el que siguiera trabajando con ella.

Cuando ya terminábamos de instalar todo, el decano se acercó con rostro afable y, apoyándose en su bastón con ambas manos, observó el montaje con detención.

—Vaya, vaya. ¡Una maravilla muchachos! No me equivoqué al elegirlos para tu Taller, ¿no es cierto Armando?

Araneda asintió con un una mueca que pasaba por sonrisa y devolvió su atención a nuestro trabajo. El decano hizo lo mismo por algunos minutos, haciendo comentarios y sugerencias ocasionales y luego, cuando vio que yo tomaba distancia para apreciar el montaje en su totalidad, me llamó a su lado.

—Gabriel, estoy muy orgulloso de ustedes, me imagino que lo sabes.

—Gracias, don Renato.

—Especialmente de ti, eres un ejemplo de superación...

—Gracias —repetí, sintiéndome incómodo tanto por las loas, como por el recordatorio de mi condición social.

—...razón por la cual me preocupa un poco una información que me dieron hace poco.

Toda mi musculatura se tensó al instante. Pensé en Sara ¿le habría ido con algún chisme para seguir atacándome? No había sabido de ella en días. ¿O tal vez estaba hablando de lo de papá? Lo miré con atención, invitándolo a explicarse.

—Me informaron que estás bastante atrasado con los pagos de tu mensualidad.

—Ah... sí, es verdad. Es que mi familia sufrió una estafa, luego pasé por un robo que se llevó todos mis ahorros y ahora se sumó un problema familiar grave que me han impedido pagar. Lo siento mucho. Pensaba que seguramente la escuela puede darme un plazo de gracia de un par de meses para ponerme al día...

Puso su mano en mi hombro amistosamente y le dio unas palmaditas, con gesto pensativo.

—Entiendo, entiendo, claro. Siento mucho oír eso. Tiene sentido lo que dices.

—¿Entonces, es posible?

—Me encantaría ofrecerte esas facilidades —dijo sacudiendo la cabeza—, pero seguramente comprendes que las reglas son reglas y que no sería justo para los otros alumnos que te diéramos un tratamiento especial. Como bien sabes, y firmaste un contrato comprometiéndote a esto, tu beca depende de que pagues a tiempo el arancel y si no lo haces, bueno, no me dejas más alternativa que retirarla.

—Don Renato, sin la beca no podría seguir estudiando aquí.

—Vaya, Gabriel. Realmente lo lamento, pero estoy atado de manos. No tengo alternativa —dijo, encogiéndose de hombros con fingida preocupación.

—En ese caso, yo tampoco tengo más alternativa que renunciar —intervino Araneda a mi lado.

El decano y yo nos volvimos sorprendidos. Araneda atravesaba al anciano con su mirada impenetrable.

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