22 - Cumpleaños feliz

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Javi dio un largo suspiro mirando en dirección a Cintia, que bailaba animadamente con un grupo de amigas y sacudió la cabeza, desconsolado. En su mano llevaba lo que parecía ser un Cuba Libre y a juzgar por su postura, no se trataba del primero.

—¡Qué desperdicio, viejo, qué desperdicio! —exclamó alzando la voz por sobre la música—. ¡Mírala!

«El desperdicio de unos es el tesoro de otros» pensé, pero me guardé el comentario entendiendo que mi filosofía de calendario no era de mucha ayuda en ese momento.  

—¿Tú lo sabías verdad? ¿Por qué no me dijiste nada?

—Me enteré solo un poco antes que tú... y no me correspondía andar ventilándolo.

Javi sacudió la cabeza y bebió otro largo sorbo de alcohol, lo que no auguraba nada bueno.

—Que no se te pase la mano con el trago, recuerda que hoy me quedo en tu depa y no me apetece estar limpiando tu vómito toda la noche.

—Considéralo el costo del arriendo —respondió elevando el vaso para hacer un salud y luego zamparse el resto del contenido de un solo golpe. Dándole unas palmadas en la espalda, me alejé de él en dirección a Cintia.

Había llegado hacía solo unos minutos y mi ropa aún estaba húmeda. Afuera llovía de abajo para arriba y no había impermeable ni paraguas que fuera capaz de mantenerlo a uno seco. Había retrasado mi llegada lo más posible, sopesando si el diluvio que vivíamos era excusa suficiente para no ir, pero finalmente había concluído que como mínimo debía hacer acto de presencia por una o dos horas. Luego me iría al sobre, porque estaba exhausto.

Había pasado buena parte de la mañana recorriendo, fotografiando y croqueando el ex Mercado de Abastos con Adela y su novio. Se trataba de un enorme galpón metálico verde oscuro con hermosas decoraciones a todo lo largo de sus pilares y vigas, propias de la arquitectura del siglo XIX. Si uno mantenía la vista en las alturas, el lugar contaba aún con todo el esplendor del pasado. El problema venía al mirar la mitad inferior, que se había convertido en una especie de caótico bazar de vendedores ambulantes y comercio pirata, urinario público y zona de descarga de camiones para las tiendas adyacentes. Martín, el novio de Adela, se había mantenido a su lado en todo momento, aunque más pendiente de su teléfono que del entorno, dándose seguramente cuenta que el mayor riesgo que corríamos en ese lugar era un lanzazo o carterazo. Concluído el examen del lugar, nos sentamos frente a un carro de comida a almorzar y discutir potenciales mejoras a ese espacio, debiendo tolerar los bienintencionados aportes de Martín, que nos hacía a ambos rodar los ojos con sus sugerencias —era, después de todo, estudiante de Ingeniería Comercial y se encontraba completamente fuera de su elemento— aunque Adela se las arreglaba siempre para fingir interés, procediendo luego a descartarlas con notable sutileza. Finalmente, concluido el almuerzo, dimos por terminada la jornada prometiendo juntarnos al día siguiente a desarrollar una propuesta, ya que con la lluvia no quedaba mucho más que hacer.

—¡¡¡Wuuuuuuuuuuuu!!! —gritó Cintia al verme llegar, extendiendo su mano libre para un abrazo. En la otra llevaba un vaso con algún líquido transparente que definitivamente no era agua. Se había hecho un peinado nuevo que le sentaba de maravilla y llevaba una tiara y un vestido de fiesta brillante que resaltaba todos sus atributos. Pensé en el pobre Javier, que debía tragarse su desamor viéndola relucir como nunca—. ¡Viniste Villagra!

—¿Lo dudabas?

—¡Ni por un segundo! ¿Te serviste algo? La barra está por allá y el primer trago es gratis, cortesía de la cumpleañera.

Miré a la aglomeración de gente dándose codazos por llamar la atención del bartender y decidí que no necesitaba un trago tan desesperadamente como para justificar el esfuerzo.

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