27 - Imprudente

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—¿Qué te pasa? —susurró Adela.

—Nada —respondí secamente.

Estábamos de pie en semicírculo alrededor de Araneda, que corregía en ese instante la presentación de otro grupo con comentarios tan severos que uno se preguntaba si estábamos estudiando la carrera de Arquitectura o la de demolición.

Por mi parte me encontraba con un ánimo de perros. Después de nuestra pelea en el patio el día anterior, no había vuelto a saber de Sara y tampoco había reunido el ánimo suficiente para llamarla o escribirle para disculparme, si es que cabía una disculpa. Al parecer vivía pidiéndole perdón y eso me estaba cansando. 

Para peor, esa noche al regresar a casa —el departamento de Sara claramente no estaba disponible como alojamiento— había tenido una nueva pelea con mi padre, porque se negaba a confesar para qué me había pedido mi número de cédula de identidad.

De reojo miré a Danilo, que se encontraba de pie en el punto más alejado de entre los cuerpos que orbitaban a Araneda, tratando muy conspicuamente de no mirarme bajo ninguna circunstancia. Había medio esperado encontrar nuestras láminas rayadas nuevamente, pero no había sido el caso, aunque aquello pudo deberse simplemente a falta de oportunidad. Por otro lado tal vez mi locker ya estaba cubierto de nuevos rayados. O bien podía estar metiendo las patas y estaba acusando otra vez a alguien completamente inocente. Para terminar de cagarla, digamos.

Adela interrumpió mis pensamientos poniendo su teléfono ante mis ojos. En la pantalla había un dibujo infantil de lo que inferí era alguna especie de superhéroe. Uno de sus ojos era mucho más grande que el otro.

—Lo hizo Sofía —susurró— Dice que eres tú.

Sonreí ante la imagen, entendiendo que la asimetría del dibujo buscaba representar mi moretón. Adela me dedicó una sonrisa y se volvió nuevamente hacia lo que ocurría adelante. Me quedé observándola, con las palabras de Sara dando vueltas en mi cabeza. ¿De qué manera me comportaba ante ella? ¿Era diferente o Sara solo se estaba imaginando cosas? Yo sentía que la trataba como a todo el mundo; era solo que su agudeza y sentido del humor simplemente me hacían sentir bien, nuestras conversaciones eran interesantes, estimulantes, pero nada más.

Araneda terminó de apabullar a nuestros compañeros y dio tres pasos al costado, situándose frente a nuestras láminas para escuchar la presentación que teníamos preparada. Como habíamos acordado, Adela comenzó: después de todo las mejores ideas de nuestro trabajo eran de ella y claramente se moría de ganas de impresionar a su ídolo académico.

—Bueno, cuando fuimos al ex-mercado notamos que el espacio era como demasiado desordenado, pero que...

—¿"Como demasiado"? —interrumpió Araneda inmediatamente—. Es o no es.

—Perdón. Que el espacio era... muy desordenado, pero que la estructura superior es demasiado valiosa, por lo que...

—¿"Demasiado" valiosa? O sea que no debería valer tanto ¿no? Tal vez debieron hacerla peor.

—No, o sea, lo que quise decir es que como que...

—"Es que como que"

—Perdón, yo...

—¿Tú sabes hablar en castellano o me vas a someter a escucharte decir tonterías sin sentido por la próxima media hora?

Adela estaba pálida, genuinamente aterrada y todo el resto miraba la escena como si presenciaran una ejecución pública. 

En cuanto a mí, normalmente hubiese aplaudido a Araneda por criticar el sin fin de muletillas que gente como ella usaba, pero ese día no andaba de ánimos para tolerar a un cretino petulante, y menos cuando se estaba tirando encima de mi propia compañera de Taller, que por lo demás era de las personas más brillantes con que me había tocado trabajar.

Araneda se dio vuelta hacia mí, sus fríos ojos claros fijos en los míos.

—¿Crees queserías capaz de explicarme su trabajo sin hacerme perder el tiempo?

—Creo que ella sería perfectamente capaz, si la dejaras hablar por más de tres segundos. —respondí con sequedad. La clase completa contuvo la respiración. Adela me dió una mirada de pánico, suplicándome con la vista que por favor no dejara la cagada.

Araneda se quedó en silencio, estático, su pupilas perforando mis retinas, su mandíbula inferior rumiando lentamente mis palabras. Sostuve su mirada impertérrito, aunque tras algunos segundos se me empezó a hacer cada vez más difícil mantener el aplomo. 

De pronto, noté una ligera curvatura ascendente formarse en la comisura de sus labios, dándole un aspecto siniestro.

—Perfecto —dijo finalmente girándose hacia Adela—. Tienes una oportunidad para explicar tu trabajo, sin usar ninguna muletilla, o los dos reprueban el Taller inmediatamente.

Adela y yo compartimos una breve mirada de terror.


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Próxima actualización: mañana domingo 8 de septiembre

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