48 - Dímelo

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Sara esperaba al borde de la cancha, mirándonos fijamente.

—Es que estamos parejos... —empezó Adela, pero Rodrigo la interrumpió.

—Yo me salgo. Quiero bañarme un rato. Dale Sarita.

Sara se instaló a mi lado y me dio una mirada severa. Fingí no darme cuenta y volví a ocuparme del juego. La pelota se puso nuevamente en movimiento. Sara jugaba casi tan mal como yo, pero a los pocos segundos ya nos estábamos divirtiendo.

Por un buen rato las cosas transcurrieron de manera ideal. Luego llegó mi turno en el saque y mi débil tiro fue contestado al instante con un remache dirigido justo al centro de nuestra área, así que salté hacia allá. Adela hizo lo mismo y terminamos enredados en el piso, habiendo fallado miserablemente y riendo con nuestros rostros a centímetros de distancia. La ayudé a ponerse de pie y limpié con un par de palmaditas la arena de su cintura, mientras ella hacía lo mismo con mi muslo. Regresó a su posición y yo me volteé hacia la mía, pero me encontré con el rostro de Sara, serio y amenazante.

—Fue un accidente —expliqué en voz baja al pasar a su lado. Ella desvió la mirada, molesta.

De vuelta en nuestras posiciones, el equipo rival realizó su saque, que logramos devolver a duras penas y luego nuestros contrincantes respondieron con un tiro perfectamente dirigido a las manos de Adela, que se preparó para recibirlo. De pronto vi a Sara pasar como una sombra en su dirección y lanzarse hacia ella, dándole un impresionante empujón que la tiró varios metros fuera de la cancha con un grito de dolor. Corrí horrorizado hacia el lugar, al igual que el resto.

—¡Ay, perdona! ¡Fue sin querer! —exclamaba Sara, acercándose a ella con la mano extendida. Adela, sobándose el tobillo adolorida, la miró con resentimiento.

—¡Sí, claro! ¡Sin querer! —Ignoró la mano ofrecida y se dejó ayudar por otro compañero.

Me interpuse entre ambas antes que la cosa escalara, rodeé a mi novia por el hombro y la separé suavemente de Adela.

—Creo que ya fue suficiente vóleibol por hoy ¿No crees, Sara? Vamos a sentarnos.

—Sí... el calor me está afectando.

Demasiado —comentó Adela a nuestras espaldas. Sara la ignoró.

—Creo que necesito aplicarme más bloqueador. ¿Tú trajiste otra botella? —preguntó sin mirarme.

—Sí, pero está en nuestra habitación. 

—Voy por él. Vuelvo al toque —Sara se alejó a paso rápido. Estaba claro que prefería evitar una conversación conmigo en ese momento. Incluso ella debía darse cuenta de que sus celos se habían salido de control y seguro temía mi reprimenda.

Me volví hacia Adela. Ella regresaba cojeando a su toalla, apoyada en una amiga. Sus ojos estaban clavados en Sara y ardían de furia. Luego desvió la mirada hacia mí y sentí como si me transfiriera la culpa por lo ocurrido. Decidí que era mejor que yo también regresara a la habitación.

Alcancé a Sara cuando llegaba al portón de la casa y subimos a nuestra habitación en silencio, ambos evitando comentar lo que acababa de ocurrir. Sentía que era mi deber reprenderla por su actitud, la mirada de Adela claramente había insinuado aquello, pero dado lo ocurrido la noche anterior no me sentía con el derecho a hacerlo. Tal vez era mejor dejarlo pasar esta vez y simplemente no darle más razones para ponerse celosa en el futuro.

Se metió al baño a lavarse la arena con la ducha teléfono y luego me la entregó para que hiciera lo mismo.

—¿El bloqueador nuevo? —preguntó en voz baja, con tono ausente.

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