—Nadie es indispensable en esta misión menos ellos dos, ¿lo entiendes? Vas a soltarla y seguir caminando en completo silencio. —Cada una de sus palabras era lenta y calmada, lo que provocaba un efecto como si pudieran cortar el aire que estaba a nuestro alrededor—. Andando. —Pasó por al lado del enorme hombre y yo le seguí, al igual que el que secundaba en todo a Jorge y, por último, Hazel. El pelirrojo se quedó rezongando en su sitio antes de seguirnos.

Era, de alguna manera, tranquilizador saber quién era el que estaba al mando, ya que el otro par no gozaba de una buena sanidad mental y capacidad para mantener la seriedad en una situación como aquella. Estar en el pueblo, rodeados de criaturas sedientas de sufrimiento, no era una situación para andar de matones.

Hazel caminó hasta estar a mi lado, tras el hombre del rifle de caza y por delante de la pareja de abusadores. Se pegó a mí hasta poder hablar en voz baja sin que nos oyeran y ladeo ligeramente la cabeza.

—Aun no entiendo tu plan —comenzó, en un susurro tan bajo que tenía que poner completa atención para captar lo que decía—. ¿Decirles que yo sé dónde está esa mujer? ¿En qué estabas pensando? Nos van a matar.

—Tenemos más oportunidades aquí afuera que en ese lugar —objeté, sin dejar de mirar en ningún segundo a la espalda del que iba por delante.

—¿Por lo menos tienes alguna idea de dónde pueda estar? —inquirió, mirándome con los ojos entornados.

—Si nadie ha podido encontrarla, es porque debe estar en un lugar donde nadie se ha atrevido a aventurarse —concluí.

—Hay dos partes que cumplen con esa descripción, pero supongo que el centro no es el lugar. Nadie ha vuelto vivo de ahí, ¿sabes? Lo mejor sería intentarlo en el otro extremo del pueblo, a unas calles de donde estábamos con... —Su voz se quebró, pero la aclaró con un carraspeo y continuó:— Dicen que en ese lugar hay cosas horribles, por ello nadie se ha aventurado. Pero, si yo me quisiera ocultar, sería en un sitio como ese.

—Entonces probaremos suerte allí —concluí, a lo que ella suspiró y se detuvo.

Todos en el grupo la siguieron. Las miradas de molestia y curiosidad no tardaron en aparecer, pero se fueron con la misma rapidez cuando Hazel giró por una calle para, supuse, ir hacia la dirección señalada.

Sus ojos mostraban determinación, pero al mismo tiempo algo ocultaba en el fondo. No podía decir que sintiera lástima por ella, que sintiera siquiera un cuarto de lo que ella debía estar sintiendo, pero encontraba fascinante como podía dejar sus sentimientos de lado y tomar las riendas de la situación.

Los humanos son tan impredecibles.

II

Estábamos perdidos. Podía verlo en la desesperación en el rostro de Hazel, quien miraba los nombres de las calles cada dos minutos. Los dos hombres sin control sobre su lado animal la miraban como si quisieran matarla en cualquier momento. Era el tercero el más calmado, siguiendo los pasos de Hazel con las manos en los bolsillos y el rifle colgado en su espalda.

—Estamos dando vueltas en círculos —se quejó el del machete, deteniéndose—. ¿Estás intentando engañarnos? —cuestionó, frunciendo el ceño y apretando los dientes.

—No, yo... Estoy segura de que este era el camino, pero... —Se le trababa la lengua, demasiado asustada para hablar.

—Me temía que ocurriera esto —intervino el hombre del rifle—. El pueblo la protege, cambiando cuando la estás buscando, por eso nunca nadie vuelve.

Los murmullos entre los dos hombres comenzaron, con el del rifle de caza mirándome de soslayo, como si quisiera medir mi reacción ante aquella afirmación. Sin embargo, yo no cedí ante la presión y tampoco me importaba que lo hiciera. Mis ojos se dirigieron a Hazel, quien jugaba con las puntas de su cabello mal recortado.

Sombras en la NieblaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora