OCTAVO JUEVES : PELLAS

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Tengo la impresión de que el día ha sido muy largo. A veces, por ejemplo cuando te vas de viaje, eres incapaz de saber si algo sucedió por la mañana o el día anterior. Pues hoy ha sido un día de esos, de esos en los que haces tantas cosas que parecen días dobles. Pensándolo bien, ojalá muchos días valieran por dos.

Ayer por la noche, miércoles, Liam llamó a casa justo después de cenar. Como mi madre recogía la mesa pretendiendo que no me diera cuenta de que se estaba tomando su tiempo para escuchar qué era lo que Liam tendría que contarme tan tarde, tuve que fingir que le explicaba cómo se resolvía el ejercicio de álgebra que habíamos hecho en clase.

Liam: ¿Pero qué dices, Sally?

Yo: Y entonces, cuando pones como incógnita la distancia y, como otra incógnita, la velocidad de los trenes tienes una ecuación de segundo grado, ¿entiendes?

Liam: Ah... vale, que está tu madre por ahí, ¿no?

Yo: Sí, justo.

Liam: ¿Cómo puedo hacer para tener una conversación contigo sin que parezca que estoy hablando solo?

Yo: Una incógnita es la x y la otra la y.

Liam: (resopla) De acuerdo... Hablaré yo solo y tú aporta tus insignificantes mensajes cifrados cuando creas oportuno, ¿sabes cómo te digo?

Yo: ¡Exacto, eso es!

Liam: (risas) Bueno, nena, he estado dándole vueltas a lo que me has contado antes. Lo de la notita. Después de clase, con todos estos de vuelta a casa, no quería preguntar, ¿sabes? Por eso había pensado que a lo mejor podíamos hablar ahora, pero como estás como una regadera, supongo que tampoco, ¿me equivoco?

Yo: No, no te equivocas.

Liam: Vale, pues hacemos una cosa: mañana te paso a buscar antes de ir a clase. Bueno no, que eso me supondría madrugar mucho... Quedamos en la bifurcación, a las ocho. Así me vas contando de camino al colegio, ¿te va bien? (risas) Si es que sí di x, si es que no, di y.

Yo: x al cuadrado.

Liam: (risas) Duerme bien, ratona de biblioteca.

Yo: Igualmente, pupilo. Gracias.

Liam: No, gracias a ti, que me has hecho los deberes... (risas). Hasta mañana.

Mamá pareció tragarse la llamada, a pesar de la gran sonrisa de mi cara. Recogí las migas de la mesa y también el frutero, para que no se pusiera a preguntarme. La verdad es que papá y mamá no habían vuelto a discutir como la noche del martes, pero eso no le restaba importancia a la situación. Menos mal que Liam se había mostrado más humano de lo que me había parecido en un principio. Me gustaba la idea de que me sorprendiera así. Y también me gustaba la idea de pensar que tendríamos una "cita" a las ocho.

Aunque, esta mañana, cuando me levanté y recordé que debía darme más prisa que de costumbre porque había quedado con Liam un cuarto de hora antes de lo que solía salir de casa, estaba más encantada de verle que de tratar los temas que supuestamente íbamos a tratar.

Si bien había intentado ir rápido, pero no hacer ruido, para que los demás no se dieran cuenta de que salía con más prisa que nunca, mi madre estaba en la cocina aún terminando de hacer el desayuno. No había pensado en eso.

«Hola, mamá. Buenos días», le he dicho asomándome a la sandwichera que justo cerraba ante mis narices.

Mi madre no ha sido muy efusiva como lo son las madres de las series de televisión americanas que reciben a los hijos con un cardado perfecto y una pinta maravillosa por la mañana, a pesar de llevar un atuendo tan básico como la bata de flores anudada, y que tienen una gran sonrisa mientras sostienen la cafetera a la altura de la oreja dispuestas a rellenarte la taza las veces que haga falta. No, mi madre más bien ha gruñido un poco y luego me ha mirado un momento. Como no ha mirado el reloj, quizá no se haya dado cuenta de yo estaba lista antes que de costumbre.

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