OCTAVO MARTES : BUÑUELOS

386 45 34
                                    

«¿Crees que esto me queda bien?»

«Te queda bien, Liam».

«¿En serio? Porque si no, podría ponerme otra cosa... No sé, buscaré en el armario de Paul...»

«Eso está bien».

Y de pronto sonríe como si se quedara satisfecho. Me gusta cuando Liam confía en mí, me hace sentir muy importante, aunque sea sólo para confirmarle que la sudadera que se ha puesto le queda bien. Aunque bueno, tampoco es que yo sea muy objetiva, porque creo que todo le queda bien. Al menos casi todo.

Había conseguido liar a mi madre de que tenía que ir a casa de Maggie a hacer un trabajo, pero en realidad había ido a buscar a Liam para pasar la tarde dando una vuelta, ya que su castigo ha acabado. Le he dicho a mi madre que había quedado con Maggie porque: uno, no tiene el teléfono de Maggie y el de Eve y Becka sí; y dos: a pesar de eso, Maggie tiene buena reputación de chica bien en casa, así mi madre se lo tragaba mejor. Claro que, al llegar donde los Gallagher, Liam no había terminado de decidir qué ponerse y me ha hecho subir a su habitación a elegir. Así es él.

Cuando se ha quedado satisfecho con la ropa, ha ido al baño y se ha puesto gomina para subirse el flequillo. ¡Madre mía! No se puede ser más presumido, de verdad. He canturreado en el descansillo, haciéndome la aburrida, para ver si se daba prisa. Él me ha mirado desde el baño, mojándose las manos en el lavabo, y se ha reído. Yo le he sonreído y entonces, secándose, me ha dicho que ya estaba listo, que no me desesperara. Yo le he dicho que lo siguiente que haría sería ponerme a bostezar como una exagerada sólo para conseguir molestarle si seguía tardando tanto. Ha sonreído como James Dean en la peli de Rebelde sin causa, tan guapo.

Cuando por fin salíamos de su casa, le he preguntado qué íbamos a hacer. Liam se ha puesto en plan pensativo, balbuceando mirando hacia el cielo, aunque nunca decía nada demasiado coherente. Ha cambiado de tema mientras íbamos andando y yo le he seguido la corriente. La verdad es que es divertido. Ha empezado a contar anécdotas familiares y, sin yo saber a dónde íbamos, los dos nos hemos puesto a hablar y hablar y a no parar de reír. Y cuando llevábamos riendo y andando media hora, he mirado a nuestro alrededor y he vuelto a preguntar que adónde íbamos.

«¿Qué más da?», ha dicho.

«Bueno, no sé...».

«Lo importante es que vamos a enrollarnos, nena».

Y lo ha dicho de una manera tan natural que, por unos segundos, me ha parecido hasta normal. Pero sólo unos segundos, luego le he mirado un poco disconforme.

«¿Qué?», ha preguntado antes de poner una sonrisa bobalicona. Yo he resoplado. «¿Es que no quieres que nos enrollemos o qué?», ha agregado, riéndose, como si él mismo supiese que yo no diría que no. Luego me ha pasado las manos por la cintura y ha alzado las cejas varias veces. Yo he ladeado la cara, como si pensara en ello, pero no le ha resultado demasiado convincente y se ha vuelto a reír. «¿Qué quieres que hagamos?», ha preguntado ya más en serio.

«Pues... no sé. ¿Quieres merendar?».

«Sí», ha dicho con una sonrisa grande. «Y también quiero que nos enrollemos».

«¡Liam!», me he quejado tan falsamente que él ha marcado aún más la sonrisa y a mí se me ha escapado la risa. «No tienes nada de tacto, ¿eh?».

«Tú tienes la culpa de que yo no pueda contenerme», ha dicho soltándome, levantando la barbilla intentando parecer serio, aunque bastante teatrero. Le he mirado con una ceja alzada y se ha puesto bizco para hacerme reír.

«Gracias por el piropo, si es que eso es un piropo», le he dicho. Ha asentido con fervor.

Ahora resulta que la culpa de que los chicos se comporten a veces como idiotas es nuestra. Va en nuestros genes o algo, no hace falta hacer nada, simplemente nos miran y se vuelven idiotas. Al menos esa es la conclusión que he sacado. Aunque, en su defensa, debo admitir que cuando Liam sonríe yo también me vuelvo bastante boba.

Eres mi mundoWhere stories live. Discover now