Alguien como Pax.

Dejé que las sensaciones fluyeran por mi sistema, pero sin dejar que se expresara en mi rostro. En él, mantuve la misma inexpresión que era parte de mí. No podía dejarle ver que lo que estaba vomitando me afectaba de ninguna manera. Si lo hacía, entonces tendría un arma en mi contra.

—No entiendo a qué te refieres —dije, con el tono más neutro posible.

—Ellos lo saben, ellos saben lo que eres y de lo que eres capaz. Me lo contaron luego de que me torturaran, buscando que dijera cuál es tu castigo, pero ¿cómo decirles algo que no sé? —Un suspiro más parecido a un lamento escapó de sus labios y se dejó caer con todo su peso en dirección al suelo, pero las cuerdas en sus muñecas se lo impidieron.

El lugar apestaba a orines y a sangre. Sus muñecas comenzaban a abrirse por el roce de las esposas y el cabello lo llevaba desigual y grasiento. De verdad Hazel se veía en un mal estado, más allá de las cicatrices de sus quemaduras, y no había pasado ni un día. Lo más probable era que siempre se hubiera visto así y yo lo había elegido ignorar. De todas formas, ¿qué había hecho una chica como ella para recibir tal castigo?

—¿Sabes siquiera por qué odiaban tanto a Theo? —Un sollozo desgarró su garganta antes de que continuara sin esperar mi respuesta—. Ellos decían que era un monstruo, que llevaba el infierno en mi espalda al llevarlo conmigo. ¡Era un niño! Un niño que fue atrapado aquí como todos nosotros. ¿Cómo alguien puede decir eso de un niño inocente? —Había tanta ira en sus palabras que me quedé estático, esperando que soltara todo lo que tenía dentro. No porque eso fuera lo adecuada, sino que era lo único que podía hacer o lo único que sabía hacer. No tenía idea de cómo consolar a una persona, mucho menos a alguien que había sufrido una muerte.

—¿Por qué dirían algo así? —Terminé preguntando, luego de un silencio que se tornó espeso entre los dos.

Hazel no respondió. En vez de eso, desvió la cabeza hacia un lado y dio un largo suspiro.

—Nunca podré perdonarte lo que hiciste, pero sé que eres la única persona que quiere sacarme de esto —señaló, volviendo a fijar sus ojos en los míos—. Ayúdame y yo te ayudaré. Entonces, no nos volveremos a ver jamás.

Asentí en silencio y comencé a mirar hacia todos lados, buscando la manera de cortar sus amarras. No había nada puntiagudo a la vista, por lo que comencé a abrir los cajones para encontrarlo. Entre las cosas que estaban a la vista, había una carpeta roja manchada con sangre y otros fluidos. Dentro, una lista de personas que estaban en el hospital o en el pueblo, no sabía decirlo con exactitud, pero el nombre de Theo estaba tachado de esta.

No le dije nada a Hazel, continué buscando entre las cosas hasta que vi un par de tijeras oxidadas. Me acerqué a la pelirroja y comencé a cortar la cuerda gruesa que envolvía sus muñecas. Una vez que estuvieron libres, me ayudo con las piernas y luego yo a ella a levantarse. No había pasado mucho tiempo, pero la fuerza con la que había estado atada le había cortado la circulación de las extremidades, con lo que se tenía que cargar en mí para caminar.

—¿Tienes alguna idea para salir de aquí sin que nos vean? —preguntó, haciendo una mueca de asco mientras yo afirmaba su cintura.

No la tenía. Más bien, había planeado salir caminando de allí. No creía que me fueran a detener, pero, si lo hacían, tenía la esperanza de poder actuar rápido y escapar. Ahora tenía un objetivo y era ir donde esa mujer que sabía mucho del pueblo y encontrar a Maya, para luego escapar.

—Sólo no hagas ruido —le indiqué, abriendo la puerta un tanto para poder ver el pasillo. Para nuestra suerte, no había nadie y así avanzamos.

—No intentes nada raro o te asesinaré antes de que ellos me atrapen —amenazó en un susurro, aunque ambos sabíamos que eso no podría ser; yo era más fuerte y estaba en mejor estado que ella, además de que había demostrado mejor manejo en una pelea cuando ella sólo quería huir.

Arrastré a Hazel por el pasillo hasta la puerta, donde me asomé con cuidado. Era bueno que nadie estuviera cuidando la entrada en ese momento, pero algo sospechoso. Cuando habíamos llegado, la entrada había estado llena, pero ¿y ahora? Sin embargo, no tenía tiempo para pensar en eso. Simplemente, tenía que obligarme a agradecer que las cosas hubieran ido fáciles.

Estaba equivocado y lo sabía.

Al dar mis primeros pasos al hall de entrada con Hazel arrastrándose a mi lado, un grupo de hombres salieron y nos rodearon. No podría contra cuatro hombres adultos, ni en mi mejor estado podría hacerlo.

—Mierda —mascullé, intentando en vano retroceder.

—Señor Arser, ¿se va tan pronto y con nuestra invitada de honor? —la voz de Mikael rasgó la tensión del momento, a lo que giramos nuestra cabeza para verlo aparecer por un costado.

La puerta estaba tan lejos y a la vez tan cerca.

—Tengo cosas que hacer, déjennos pasar —gruñí, intentando sonar amenazante.

—No creo que eso sea posible, no con ella. —Señaló a Hazel, quien parecía querer ocultarse tras de mí. ¿Qué le habían hecho?

—Explícame, Mikael, ¿qué podría haberte hecho una chica para que le tuvieras tanto miedo? —pregunté, con una media sonrisa.

—¿Miedo? Creo que estas confundido. —Frunció el ceño y se cruzó de brazos, dándome una señal de que estaba dando en el blanco.

—No hay otra razón por la que querrías mantenerla encerrada y amarrada.

Mikael soltó una carcajada que retumbó en el lugar. Se acercó hasta donde estábamos, pasando por entre sus hombres para quedar frente a mí. Yo lo encaré, sin soltar a una temblorosa Hazel.

—Creo estar en lo correcto al decir que has visto de que está hecho este pueblo, por lo menos algunos de sus habitantes. —Apuntó hacia afuera, donde la niebla parecía querer comerse la hospital—. Pues eso no es nada comparado con lo que te espera. Entre ellos, están los que se hacen pasar como humanos para luego desgarrarte de dentro hacia afuera.

Hazel pareció reaccionar a sus palabras, pero no estaba seguro. No decía nada, mirando al suelo con los ojos apretador y lágrimas saliendo de ellos.

—¿Por qué crees que perdemos la memoria? Las cosas son más fáciles para ellos cuando no nos reconocemos entre nosotros, cuando un pequeño niño de apariencia inocente se acerca con una sonrisa tímida y miedo a la oscuridad. Son fachadas, disfraces para devorarte cuando tienes las defensas bajas.

—¡Theo no era eso! —chilló Hazel, abalanzando su cuerpo hacia adelante, pero yo no la solté.

—Niñita estúpida, si no fuera porque está muerto tú lo estarías. Quizás eres uno de ellos y por eso lo niegas con tanto fervor. No puedo arriesgarme, no otra vez —murmuró esto último, chasqueando la lengua al final—. Atrápenlos a los dos, al parecer el señor Arser es uno de ellos.

—Eres un idiota si piensas eso —dije, sin moverme ni un centímetro—. Pax al parecer les habló de mí, ¿no?

—¿Sobre tu condición? Claro que sí. Nos habló todo sobre ti cuando estaba en tu búsqueda.

—Si ello fuera cierto, ¿por qué gastarme en una chiquilla estúpida? ¿No sería mejor ganarme tu confianza con sonrisas falsas y escalar a lo alto? Soy un psicópata, después de todo, no hay nada que no haga de forma fría y calculada para poder obtener el máximo beneficio. No siento empatía, según tu teoría, y tampoco hay manera de salir de este pueblo, por lo que debería estar buscando una manera de tener poder entre los sobrevivientes, ¿no? —Hablaba rápido, sintiendo como mi boca se secaba a cada palabra y mis sentidos estaban atentos a cada hombre que estaba alrededor.

Mikael se quedó un minuto en silencio, sopesando sus opciones supuse. Miró a sus hombres, quienes esperaban atentos a una nueva orden, la cual nunca llegó. Una sonrisa se formó en los labios de Mikael.

—¿Qué es lo que quieres?

Sonreí internamente. Había picado el anzuelo.

Sombras en la NieblaWhere stories live. Discover now