Miré hacia atrás, donde ella me observaba a su vez. No había nada amistoso en su mirada, pero mis ojos no se centraban en ello. Era su piel, arrugada y carcomida por la intensidad del fuego, lo que atraía mi atención. Brillaba de una manera hipnotizante ante la escasa luz de la mañana. Ella pareció notarlo, ya que bajó la mirada de inmediato.

—¿Cómo llegaron aquí? —pregunté, aunque en verdad quería saber cómo se había hecho esas marcas.

—De la misma manera que todos, supongo —respondió Hazel.

—Por el bosque —agregó Theo.

Supuse que no querían decir mucho de sus vidas, como si les avergonzara su pasado. Esa falta de explicación me lo había dejado muy en claro.

—¿Y cómo terminaron así? —Cambié la formulación de la pregunta, buscando que me dijeran que era lo tan horrible de este pueblo que podía dejar a un niño ciego y a una chica quemada de pies a cabeza.

—Si te quedas lo suficiente en este lugar, entonces lo sabrás —masculló Hazel, desviando la mirada sombría que se había formado en su rostro.

No dijeron nada más del tema. Continuaron hablando sobre planes de qué podían hacer en la casa y otros. No había querido sonar insensible, no era la manera de ganarse a alguien, pero no tenía ánimos de buscar la manera de hacerlos hablar.

Además, encontraba muy extraño que no hubieran intentado irse ya. Quizás tenían mucho miedo como para intentarlo o simplemente no había una escapatoria.

—Un poco más adelante deberíamos encontrar un lugar para buscar comida —dije, rompiendo el silencio—. Fue ahí donde comí cuando recién llegué.

Ambos se detuvieron apenas dije aquello. Sus rostros habían perdido color y ambos retrocedieron, como si su miedo se hubiese sincronizado en uno sólo.

—¿Fuiste a ese lugar? —preguntó Hazel, estrechando la fuerza del niño con fuerza—. Nosotros no vamos a ese lugar, es demasiado peligroso.

—¿Por qué?

—Porque sí, no preguntes —indicó, con los dientes apretados.

Miré hacia adelante, donde el callejón se convertía en una calle abierta. A ambos lados, había casas pequeñas donde supuse hace mucho habían vivido familias de clase media. Lo extraño era que, aunque ya no vivieran en este lugar, a ambos lados de nosotros se acumulaban bolsas de plástico llenas de basura.

—Dijiste que te ayudara a buscar comida y allí es donde hay. —Señalé con mi mano hacia la calle, con el ceño fruncido por lo molesto que comenzaba a estar anclado a estas personas para poder encontrar alguna pista de Maya.

Quizás, lo mejor, sería irme por otro lado. Pero eso no era lo que hacía una persona normal, ¿no? Las personas normales se acompañaban entre ellas y se ayudaban a pasar momentos aterradores como estar atrapados en un pueblo maldito, encerrado por una niebla paranormal. Pero quizás yo no quería más aparentar ser una persona normal. Quizás, dejar salir al monstruo me ayudaría a sobrevivir a esto y encontrar a Maya, encontrarla y...

—¿Blaise? —la voz de Hazel rompió en la especie de trance en la que estaba, devolviéndome al mundo real—. ¿Estás bien?

—Si, lo siento. —Sacudí la cabeza con fuerza y volví a mirar a la chica que tenía una mueca de preocupación genuina y apartaba al niño a su espalda. ¿Qué expresión había visto en mi cara?

—Tenemos que ir por otro lado, nosotros ni nos acercaremos a ese lugar. Es una trampa, una trampa diabólica.

—Esperen aquí, yo iré por la comida.

—Blaise...

—Estaré bien. —Fingí una sonrisa y acepté el atizador que me estaba tendiendo Hazel con una mano temblorosa.

—Ten cuidado —fue lo último que dijo antes de que me diera media vuelta para seguir por el callejón.

No sabía a que le tenían miedo, pero no tenía tiempo para perder. Mientras antes les consiguiera comida, antes podría seguir con mi camino, antes podría averiguar que pasaba en ese pueblo.

III

El pequeño restaurant de comida rápida que había al final de la calle parecía igual de normal que el día anterior. ¿O había sido dos días atrás? Había perdido la noción del tiempo otra vez.

La calle estaba en completo silencio, con resquicios de la niebla que nunca parecía irse. No podía ver mucho más allá del local, pero si que no había nada a su alrededor. Estaba igual de silencioso que el resto del lugar, por lo que no me llamaba la atención algo extraño.

Di los primeros pasos, sosteniendo con fuerza el atizador en mi mano derecha. Era lo único que tenía para defenderme si algo pasaba mal, pero ¿qué podría pasar? Mi mente sólo recurría a la criatura que me había sacado del bosque para traerme a aquel infierno, pero no estaba seguro del todo de que fuera real. Tal vez era como la cosa amorfa que había visto por mi ventana el día que todo había comenzado. Pero ¿y si me había vuelto loco?

Despejé mi mente de esos pensamientos y avancé más rápido, sin dejar de mirar hacia todos lados por si algo aparecía de sorpresa o me acechaba en las sombras.

No iba a negármelo a mí mismo; no había nada positivo en hacerme el depredador dominante en un lugar que no conocía. Sentía el vello erizado y el corazón en los oídos. El sudor frío había vuelto a cubrirme y la mano que sostenía con fuerza el metal temblaba por no ceder en mucho rato. La adrenalina circulaba por mis vasos sanguíneos, una dosis que me hacía temblar y no de miedo.

Yo había estado toda mi vida acostumbrado a la sensación del vacío, a la falta de emociones, a no saber de que se trataba algo tan mínimo como un te amo o un te quiero, sumergido sólo en la ira y la curiosidad. Podía entender la definición de el segundo, el querer poseer algo, pero el primero seguía siendo un misterio para mí, especialmente luego de que mamá se fuera. En cambio, el miedo, la ira, la rabia, el placer las entendía a la perfección, eran una extensión más de mí. El miedo tampoco lo había experimentado, por ello no lo sentía mientras caminaba hacia la tienda de hamburguesas.

No supe en que momento llegué, pero me encontraba con una mano en el pomo de la puerta, a segundos de abrirla para volver a ingresar al interior. Sabía que el lugar no era muy grande; contaba con una cocina, un par de baños y un comedor. La comida la había encontrado en la cocina —lugar obvio para buscar—, por lo que sería fácil entrar, conseguirla y salir por el mismo lugar. Si algo se presentaba, debería de poder escapar por la puerta trasera. No iba a luchar contra algo que pudiera vencerme, no era una jugada inteligente.

Giré la manilla e ingresé, sin poder evitar sentir como el monstruo estaba en un estado alterado. Era como sentir a un león enjaulado, igual de inquietante. Una colosal bestia nunca temía de algo más pequeño que ella, quería jugar con su presa. El miedo de Hazel y Theo la había alimentado, al igual que la curiosidad de lo que se encontraba al otro lado de la puerta.

Las baldosas sucias rojas y blancas me dieron la bienvenida. El lugar estaba tal y como lo había dejado, con las mesas sucias y las sillas tiradas al suelo, como si los clientes hubieran tenido que arrancar de algo la última vez que ese lugar se había usado como tal.

Al darme cuenta de que no había nada más, aflojé mi agarre del fierro y caminé hasta las puertas giratorias hacia la cocina. Desde el comedor podía ver que no había nada extraño allí, pero no había hecho caso a mis oídos a ese ruido. Tampoco me di cuenta de la presencia hasta que tuve todo guardado en la bolsa de tela que me había entregado Hazel antes de salir. Cuando me giré, pude ver que una figura estaba agazapada sobre otra.

Masticando.

Era una silueta envuelta en telas y más telas, manchadas con sangre vieja y otras cosas que no pude identificar. Masticaba un trozo de carne cruda de lo que había sido un chico de cabellos y piel oscura. La sangre se veía lo suficientemente brillante como para saber que no había muerto hace mucho. Y el ruido... el ruido nunca abandonaría mi cabeza. Los dientes afilados desgarrando la piel y los músculos, como si trataran de un trozo de carne de vaca. Tenía una mezcla entre de fascinación y exitación, una que se arremolinaba con la certeza de que yo podía ser el siguiente en su menú.

Sombras en la NieblaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora