—¿Cómo entraste aquí?

—Por la puerta. —Alcé la barbilla e intenté escrutar a través de la oscuridad.

—No te hagas el gracioso conmigo. —Su dulce voz sonaba amenazante, pero no lo suficiente como para hacerme ceder—. ¿Cómo mierda entraste al pueblo? —¿Al pueblo? No se refería a la casa y eso sólo me dejaba con más incertidumbre de todo lo que ocurría en ese lugar.

Pensé en mentir, pero no encontré razones para hacerlo.

—Seguía a una persona que desapareció hace un año —admití—. Me perdí en el bosque y aparecí en este lugar.

La chica guardó silencio, sin dejar de mirarme, o por lo menos eso era lo que yo sentía.

—Hazel, tengo hambre —dijo la voz infantil.

Ella lanzó un suspiro y se agachó frente a mí, con una mirada amenazante. Su piel blanquecina estaba surcada por quemaduras horribles y sus ojos oscuros parecían llevar un infierno encima. ¿Cómo se las habría hecho? Algunas parecían recientes, mientras otras llevaban días, semanas o meses arrugando su piel. ¿Cómo sería cortar esas partes? ¿Se deslizaría el cuchillo con igual facilidad que en su piel tercia?

Mirandola con más detenimiento, pude notar que sabía de quién se trataba; era Hazel, una chica que iba un par de cursos más abajo que yo y había desaparecido hace dos años o más. En su tiempo, Pax había tenido un fuerte encaprichamiento por ella, por lo que se había metido al club de declamación para pasar más tiempo a su lado.

—Pensé que estabas muerta —solté sin más, a lo que ella ensombreció su mirada.

—¿Cómo sabes de mí? —exigió saber, con los puños apretados y volviendo a levantarse.

—Íbamos en la misma escuela. Ya sabes lo que pasa en los pueblos pequeños, todo el mundo se conoce.

—Pero yo no te recuerdo, por lo que no tengo por qué confiar en ti. ¿Cómo sé que no eres uno de ellos y vienes a mentirnos en la cara? Llegaste a la casa equivocada. —Dicho esto, se alejó de mí para luego volver con el atizador en la mano.

—¡Hazel! —exigió el niño, antes de que ella pudiera terminar de levantar el metal en mi dirección—. ¿Qué estás intentando hacer?

—Nada —refunfuño.

El niño apareció dando pequeños pasitos en su dirección, hasta que sus manos entraron en contacto con su ropa. No debía de tener más de diez años, por su estatura y complexión. Llevó sus manos hasta Hazel y comenzó a tocarla hasta que ella se agachó y le permitió tomar sus brazos. Al girarse hacia mí, pude notar que era ciego.

—No suena como uno de ellos —señaló—. Quizás pueda ayudarnos.

—¡No! —gritó ella en respuesta, volviendo a levantarse—. ¡No voy a volver a cometer ese error!

El niño, al cual no lograba recordar de nada, se acercó hasta mí estirando las manos que no tardaron en hacer contacto con mi pecho, para luego subir hasta mi rostro. Tenía una pequeña sonrisa de fascinación mientras memorizaba mis facciones con las yemas de los dedos.

—Tenemos hambre —dijo—, pero no podemos ir a buscarla solos. Ellos están en todas partes y a él no le gusta que vaguemos con tanta libertad —señaló, bajando su rostro con lástima.

—Suficiente, Theo.

No sentía nada por la escena que se desplegaba frente a mí, pero podría ayudarles si eso me beneficiaba de algún modo. Podían ayudarme a entender que sucedía en ese lugar y a encontrar a Maya o por lo menos a Pax. Además, por lo que estaban diciendo, no era seguro salir fuera sin saber que podía esconderse entre la niebla.

—Puedo ayudarlos si ustedes me ayudan a mí —indiqué.

—¿Por qué deberíamos confiar en ti?

—¿Qué es lo que buscas? —preguntó Theo, ignorando la pregunta arisca de Hazel.

—A mis amigos.

La chica me miró con desconfianza un par de minutos antes de bufar molesta. Se acercó hasta donde yo estaba y me desató desde atrás, con lo que mi cuerpo se fue violentamente hacia adelante y yo me froté las muñecas adoloridas.

—Veremos si eres capaz de ayudarnos a conseguir algo para comer. Si lo logras, te ayudaremos a buscar a tus amigos —dijo ella, dando la vuelta nuevamente para quedar frente a mí—. Eso sí, recuerda que, si intentas algo raro, te enterraré el atizador en un ojo.

Theo se giró hacia ella y suspiró, mientras su mano jugaba con la vara de metal de un lado para el otro de manera hipnótica. Se veía peligrosa de ese modo, por lo que tendría que tener cuidado y ganarme su confianza.

—Nunca he tenido algo más claro en mi vida.

No debía olvidar quién escondía las ansias de sangre en este lugar, no debía olvidar de qué era capaz.

Sombras en la NieblaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora