No sabía si seguían en la casa o se habían ido hace poco, pero no quería ahuyentar a quien estuviera allí o por lo menos no ser tomado por sorpresa. No tenía idea de quién era enemigo y quién aliado en un lugar como aquel.

Sentía el sudor empaparme nuevamente la camiseta, pegándola a mi espalda. Las manos me temblaban levemente y no sabía si era por la incertidumbre de lo que ocurriría en los siguientes momentos o por lo débil que me encontraba.

Un correteo en el segundo piso me hizo detenerme y observar hacia arriba, de donde caían nubecillas de polvo de donde provenían los pisotones de alguien pequeño. Como guiado por un instinto, subí los escalones de uno en uno, mirando en todo momento hacia arriba. Mi avance era lento, ya que tenía que comprobar que los escalones no fueran a crujir bajo mi peso, por lo que demoré mucho en llegar hasta el segundo piso, donde un pasillo lleno de puertas se desplegó frente a mí. Iba a la derecha y a la izquierda, oscuro como boca de lobo, sin siquiera una ventana para distinguir qué se ocultaba.

Una alfombra central amortiguaba mis pasos, con lo que decidí ir con un poco más de seguridad hacia la derecha, hacia donde los del extraño se habían dirigido. No podía mentirme a mí mismo en cuanto a como sentía cada fibra de mi ser a flor de piel, pero el monstruo tenía mucha más confianza y seguridad en que el peligro en esa casa era yo, nadie más.

Mis manos se deslizaban por la pared, despegándose de ella sólo cuando una puerta aparecía. La mayoría estaba cerrada y las demás vacías por dentro, por lo que continué hasta que di la vuelta en la esquina. Allí, en la habitación del fondo, escuché con claridad una vocecilla infantil que susurraba algo. No estaba seguro de que fuera dentro o fuera de esta, por la oscuridad, pero sí de que venía de esa dirección.

Era alguien, alguien vivo.

Aceleré mis pasos, pero el ruido de un carraspeo me hizo girar la cabeza, justo para sentir el fierro frío del atizador impactar contra mi nuca.

II

Me dolía tras los ojos cuando por fin recuperé la consciencia, al igual que el costado de la cabeza. Estaba amarrado a un poste en una habitación en la cual no había estado hasta ese momento. Tenía unos grandes ventanales sucios y rotos que dejaban entrar la suficiente luz como para encandilarme y paredes manchadas, como también un piso de madera sucio. No había muebles ni puertas a mi vista.

Estaba sólo en un lugar polvoriento y había sido lo suficientemente incauto para ser tomado por sorpresa. Era un cazador, cosas así no debían de pasarme.

—Veo que ya despiertas —dijo una voz femenina.

No respondí nada, tampoco me moví de mi lugar. Intentar romper las telas que me envolvían dolorosamente las muñecas sería un intento tonto y gastaría mis pocas fuerzas en un momento inoportuno.

—Si intentas algo extraño, te entierro el atizador en un ojo —señalo, sin siquiera aparecer en mi campo de visión.

Oí una puerta cerrarse y un cuchicheo detrás mío, como una voz infantil haciendo demasiadas preguntas. La voz de la chica, notoriamente mayor, le respondió con palabras rápidas y luego le hizo callar.

Intenté ver a mi espalda, pero el pilar era demasiado grueso y yo no podía mover nada más que mi cabeza y de mi cadera para abajo, debido a la incómoda posición en la cual me habían apresado.

—No creo que deberían ser ustedes los que me tuvieran miedo a mí —mentí.

La chica avanzó hasta estar frente a mí, dibujando su delgada silueta por la luz que se colaba en la estancia. No podía verle bien el rostro, pero si su larga cabellera ondulada rojiza. Llevaba pantalones oscuros y un chaleco blanco que cubría incluso la piel de su cuello, todo roto y sucio. Podía notar todo eso, pero no su rostro ni el tono de su piel.

Sombras en la NieblaWhere stories live. Discover now