La Maldición De Conocernos

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Conocí a alguien que decía tener una maldición.

Era un día de toda su vida, que caminaba sin rumbo por las calles del sur de Quito. La miré enfrascada en sus pensamientos mientras se ajustaba sus auriculares y abrochaba su chaqueta, ocultando una bonita blusa roja que atraería innecesariamente la atención. Ella caminaba con un poco de prisa pero no tenía un rumbo fijo, por lo cual empecé a seguirla, porque parecía tener una buena historia. Sentí que debía acomplarme a su ritmo, así que me puse mis auriculares y empezó a entonar una canción de rock alternativo que me sabía de memoria. La canción era mía. La compuse una noche de emociones encontradas y un poco de historias cruzadas. Yo no era un músico famoso, pero sabía que canción quería para cada momento, y si no había, yo la creaba.
Somos hechos de canciones que nos marcan a lo largo de nuestra vida.
Ese es el por qué.
Estaba viviendo mi música a cada momento. Y justo ahora, ella estaba transitando por mi vida irrumpiendo en la música que emitían mis auriculares. Me pregunté que sentiría ella si me escucharía. Si alguna vez ella se detendría a escucharme...
Ahora ella iba de prisa. Y cuando uno está con prisa la música sólo está de fondo. Cruzó la calle y giró a mano izquierda, lo cual me hizo apresurarme pero al rato de cruzar la calle, el semáforo no estuvo a mi favor. Me quedé esperando mientras la veía nuevamente ajustarse los auriculares y perderse entre la gente que iba y venía por la calle más transitada de esta zona.
El semáforo cambió a verde, y emití una pequeña carrera para alcanzarla. Reconocí su cabello largo a través de la multitud, y empecé a seguir esa estela castaña que se agitaba con el viento de las seis de la tarde. Las campanas sonaban fuera de mis auriculares pero no me importaba, yo no era una persona exactamente religiosa, ni tampoco necesitaba la campanada para saber la hora que era. El tiempo estaba a mi favor, no tenía pendientes, sino solo curiosidad vaga por una chica que quería conocer.
Luego ella giró a la derecha y regresó la mirada. Nos encontramos por una fracción de segundo donde vi pesadamente su miedo y un poco de ¿Decepción?. Luego ella hizo su retirada y me dio la espalda para seguir caminando. Me quedé impactado por todo lo que había transmitido, que era de lejos, lo que pensaba que sentiría al verla. Esa primera impresión no me dejó fijarme en el color de sus ojos, ni tampoco la forma de sus labios. Su rostro era muy blanco, y su nariz un poco respingada; sin embargo, solo sabía eso de ella ahora. Cuando traté de recrear la escena en mi mente, ella tenía un rostro borroso, y una nariz un poco roja del frío.

Me acomodé la chaqueta y sacudí mis pensamientos. Esa no era la imagen que quería de ella. Tenía que conseguir otra antes de rendirme.
La vi alejarse por la siguiente esquina, y decidí completar la misión de lejos. Seguirla un poco más hasta saber cuál era su destino, porque, aunque parecía sin rumbo fijo, ahora tenía el caminar decidido y sus manos tamborileaban al ritmo de la canción que escuchaba. Intenté hacer lo mismo y me di cuenta que mi canción volvía a reproducirse. ¡Qué raro! ¿Ya había acabado? Yo era de las personas que ponía más atención a la música que a la vida, y ahora, por estos breves minutos que fueron de ella, la música había quedado casi de fondo y eso tampoco me gustó. Ella no era mi música. Ni yo tampoco dejaría que lo fuera. Así que saqué el celular y puse otra lista de reproducción quitando la opción de repetición de canciones, así le daría un tiempo límite a todo esto.

La seguí caminando a mi paso y empezó a entonar una canción que sentí bastante adecuada para el momento. Jugué con mis dedos al ritmo de "El Vals del Tiempo Perdido", y luego sentí como se apoderaba esta canción de todos mis pensamientos. De todo lo que sentí al escucharla por primera vez. Esto es lo que debería hacer la música con nosotros, tener efectos secundarios en momentos primarios.
Cuando escuché la canción por primera vez, fue solo la canción ese momento, y fue ese momento el todo de una historia a la que sucumbí con una chica de 24. Ahora que está sonando no recuerdo a la chica, ni la fiesta, ni la joda. Recuerdo el momento que el guitarrista cerraba los ojos y entonaba las notas siendo plenamente él mismo contra el público. Siento como el cantante tiene el pasado en su mente mientras la canta. Siento todo. Y ese efecto me acaricia mientras camino tras una chica que está contextualizada en el fondo de una canción que, cuando la escuche nuevamente, tampoco sentiré que es de ella.
De pronto, el momento más tranquilo de la canción hizo su aparición y me quedé atónito, viendo como la chica que estaba siguiendo subía rápidamente los escalones de la iglesia barrial.

La Presunta Posibilidad de ConocernosWhere stories live. Discover now