Terapia Intensiva

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- ¡Estoy harto de sus cosas! Solo está empeorando... - escuché a mi padre decir. 

- No es así... Ella solo escribe. Le gusta leer e imaginar nuevos mundos y nuevas historias a través de ella. Eso la hace feliz ¿Qué tan difícil es comprenderlo? 

- No es difícil. Pero no es real, alguien debe decírselo de igual forma. ¿Seguirá escribiendo hasta traerlo de vuelta? ¿Y qué tal si lo hace? 

- ¿Y qué... lo harás tú? Ella es feliz con eso. ¿Qué más da? La ha ayudado mucho después de todo.

- No, mujer. Ella se está encerrando más en ese mundo. Yo quiero lo mejor para ella, quiero que mejore, esa no es mi pequeña... 

- ¿Te escuchas realmente? Ella tiene edad para saber lo que quiere y necesita en su vida. No creo que esté decayendo nuevamente. 

- Pero, la realidad es mucho más dura. Ella no está consciente de que escribiendo solo empeora las cosas... Si sigue así, habrá que... 

Cerré la puerta con un ruido seco y me senté en el suelo abrazando mis piernas. Escuchaba a mis padres a través de la pared mientras discutían sobre si debía o no seguir con lo único que tenía sentido para mí después de tantas terapias, y sin embargo, no tenían respuesta. Sabía que mi padre tenía la sensación de que ser un artista era eso, dedicarse al arte, pero para mí siempre fue más que eso. Jamás me consideré una artista, ni mucho menos una escritora. Pero sí que ayudaba. Era mi forma de ver el mundo y nadie podía decir que estaba errada con eso, pero podían decir otras cosas que me afectarían también.  

Solía escribir de madrugada cuando nadie oía el tecleo de mis sentimientos a través de una hoja electrónica. Me gustaba más aun escribir cartas a mano y dárselas a mi madre cuando la veía un poco rendida. Tenía un chico que me gustaba y le daba cartas también, él entendía lo que significaba el amor a la antigua y eso me marcaba profundamente. Tenía alguien muy cercana a mí que entendía que el escribir era vida, no era solo poner palabras sino hacer que esas palabras puedan valer al ser leídas. Uno nunca olvida lo que realmente le llega al alma, por eso es que los poetas trabajan tanto en sus versos, porque no solo buscan llegar a su amada... Buscan no ser olvidados. Y yo no quería ser olvidada. 

Sin embargo, no sabía qué estaba la gente olvidando de mí... Tal vez las pequeñas cosas que me hacían sonreír, porque ahora ya no sonrío. O si me gusta el negro o el gris. La gente olvidaba las fechas de cumpleaños, las tareas, los compromisos. La gente olvidaba muchas cosas. Algunos olvidaban que su hija había recibido tratamiento por más de seis meses y le habían recomendado escribir. No eran pastillas, no eran calmantes. Era el simple acto de escribir. Hasta ahora no había hallado ningún mal en eso. 

Escribí algunas poesías, algunas historias que tenían sentido con el contexto que mi mente creaba, y eso me satisfacía de formas inimaginables. Por eso ahora no entendía que pasaba. 

Mi vida era escribir. Mi pasatiempo. Mi terapia. Mi consuelo. 

Yo era escritura, y solo a través de ella me podía entender lo que trataba de decir, o podía decir lo que mis labios siempre callarían. Sabía que todas las direcciones de mis escritos me llevaban una y otra vez a él, y por eso seguía escribiendo también, para encontrarlo aunque signifique perderme. Pero con él siempre fue así, yo leía en voz alta las cartas que publicaba para que él supiera que aun lo espero, y luego él venía hasta mi jardín y decía que me echaba de menos. La vida también podía ser simple si podías decir "sí" de forma decidida. Y él sabía lo mucho que me gustaba que viniera, a pesar de que sea a escondidas de mis padres, a pesar de que siempre solía hacer frío por las noches que él me daba la mano. A veces no sabía si soñaba, pero despertaba feliz, y la forma que teníamos de estar juntos era esto... Hacernos arte.  

La Presunta Posibilidad de ConocernosWhere stories live. Discover now