Un Mosaico de Abril

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Él empezó a escribir en mi vida unos meses atrás, cuando yacía en verano. Empezamos una conversación sutil entre estaciones y nos encontramos embargados entre oposiciones nocturnas, él poseía un fuerte invierno en su corazón, y yo palidecía con el calor saliente de sol de media tarde. Por eso, nos llevamos bien. 

Ambos nos mirábamos distintos, como si supiéramos que el hielo solo resbala y el fuego solo quema cuando uno de los dos se presenta con el viento de por medio. La verdad era distinta entre el iris oscuro que miraba la pantalla cuando yo enviaba un mensaje a kilómetros de distancia, y luego, cuando él respondía, me sabía un poco delicioso saber que tenía su tiempo vertiendo entre mis dedos durante las últimas horas de la noche. 

Era una persona imprecisa. Era disonante. Ambos podíamos teclear rápidamente como jugando a quién descubre al otro primero, y así llegar a un punto concluyente de que no nos hemos de conocer nunca en verdad. No hacía falta. Descubrí también un hecho egoísta que ambos teníamos y ninguno jamás aceptaría, pero es que no éramos piezas del mismo rompecabezas, ni siquiera éramos sutiles complementos en un mapa. Éramos razones de vida, sin embargo, no era una vida compartida. Me sabía más egoísta cuando me atrapaba desprevenida, y a veces, cuando me miraba de reojo, también me sabía vulnerable. Habían palabras que no salían de nuestros labios, pero que pesaban nuestra mirada. La vez que lo vi así de ataviado supe que podía confiar en él, que podía romperme en mil pedazos y él lo vería como un monumento de un arte abstracto muy interesante. Cuando mis lágrimas empezaron a empañar mis ojos en aquel día de abril, él dijo claramente que no hacía falta retenerlas por más tiempo, que debía vivir incluso esos sentimientos para saber que es lo que no quiero seguir teniendo en mi vida. Él tenía esas experiencias tan vidriosas en su vida, que lo máximo de la mía, era posiblemente polvo de su portada. No lo culpé realmente de creer eso porque cuando él me contó algunas verdades, sentí que lo mío podía ser la punta del iceberg mientras que él se sumergía acostumbrado al hielo. 

Era un día frío cuando le cogí la mano. Con él, sentía puro invierno. 

Mientras las lágrimas se vertían sobre mi rostro, veía a su vez el más hermoso paisaje por las calles de Bellavista. Era un Quito un poco desorientado, sus luces titilantes estaban cegando mis costumbres por completo, y encima de ellas se extendía un cielo oscuro y apaciguado que reflejaba esas luces en forma de estrellas brillantes. La luna se ocultaba tras una nube aventurada que no quería dejar ver el inicio de esta conversación. La verdad nunca supe cómo inició todo, pero sí supe cómo terminó.

Cuando él se acercó por detrás sentí el fuego entre mis dedos, como si pudiera dibujar un fénix a mi lado y decir que estaba bien considerar que es mi alma renaciendo de las estaciones perdidas del último año. Lo extrañaba. Extrañaba la sensación de esa lista de canciones que dieron inicio a los escritos de una poetiza delirante, de una escribidora que ya no podía escoger sus palabras, que tenía más desaciertos cada día mientras duraba la temporada de vacaciones. Era un juego muy ruin, pero escribir me salvaba la mayoría del tiempo. Y él también tenía su arte, también sabía cómo llegar con letras. 

No todos lo entienden a la primera, pero un escrito no tiene sentido si a nadie le llega. 

Cuando leía sus obras, cuando las escuchaba, cuando empezaba a hablar de música, de ideas, de su propia existencia, casi sentía que entendía la razón de nosotros. La razón por la cual nuestros caminos se habían cruzado y decidimos parar a tomar un descanso en ese café por la tarde. Muy pocas cosas tenían sentido después de que una persona lo fue todo, y ahora que lo recuerdo, muy pocas cosas tienen sentido después, cuando crees lograr ser eso; sin embargo, era poético estar discurridos entre las secretas agonías que cada uno tenía en su vida y aun así estar viendo el paisaje más hermoso que abril presentaba bajo una noche de luna llena. 

La verdad, no recuerdo si era abril.  

Escribirle después de eso se convirtió en la adicción de mis días, en los juegos de la madrugada y las preguntas indirectas. Casi saboreaba cada palabra que él decía porque eran las mismas palabras que yo solía decir, que me gustaba decir. Éramos increíblemente parecidos, pero a la vez infinitamente distintos. Muy distintos. 

Yo lo llamaba por su nombre, y él me llamaba por mi apellido. A veces cambiábamos de roles y solía escucharle reír con mi nombre de por medio, y yo solía escribir su apellido a escondidas, como si jamás fuera a mencionarlo de nuevo, o como si jamás me lo hubiese dicho. 

No sé si algún día se podrá volver a vivir un momento, pero de seguro no regresaría a muchos de ellos. No por el hecho de que fueron buenos o malos, sino porque dejarían de ser recuerdos y hay cosas que deben ser exactamente cómo fueron, porque si cambiáramos algo, por mínimo que sea, cambiaríamos nosotros también. 

Hay que tomar en cuenta que la vida es así, caminando sola, soñando despierta, encontrando gente especial, viviendo emociones y sentimientos. Somos lo que hacen de nosotros, y lo que decidimos ser de los demás. Sabía que él era invierno, y yo era verano. Pero yo podía ser otoño, primavera, sol, viento... Yo había salido de ese hielo, y él se sumergía cada vez más adentro sin querer ser salvado, y me gustaba esa parte de él, que sabía que no necesitaba ser salvado tampoco. Pero era irremediable. 

El tiempo debía seguir su ritmo, y nosotros ir a su compás. Bailar el vals de lo incomprendido mientras dejábamos de insistir en un apetito poético que tal vez jamás saciaríamos entre nosotros. Yo conocía muchos poetas, pero ninguno tenía su figura. Él conocía muchas mujeres, tal vez demasiadas. Tal vez había probado el manjar de atravesar las pieles y tocar el alma de algunas afortunadas, o tal vez solo había tocado por ahí la seda de su carne mientras las idolatrabas por divinas esa noche. Eran mujeres de una noche. 

Jamás supe que le gustaba realmente, ni siquiera si yo formaba parte de ese apelativo, de "gustar". Pero supe que algunas mujeres así se habían filtrado por sus venas, y le volvían caótico por coleccionar su número, su nombre, su secreto. Pero él podía ser lo mismo para ellas, y de seguro se veía indiferente sabiendo que eso era parte de un trato superficial, vacío, pero se conformaba. Y luego por las noches soñaba y recordaba a aquella que un día le robó el corazón. 

Después con el tiempo, yo empecé a ser invierno mientras él era verano. 

Cuando empezamos a caminar a paso sin prisa, me di cuenta que él subía por el ascensor mientras yo alivianaba mi carga entre las gradas. Subí cada metro sucumbiendo entre lo que veía de él que él no veía en sí mismo; y en el ascensor él miraba cada vez más indeciso, paraba cada cierta distancia y me preguntaba por el tiempo... Pero el tiempo pasaba. Y ambos subíamos a nuestro ritmo después de saber cómo no podríamos ser ahora, o tal vez nunca. Lo nuestro había empezado muy arriba y después fue decreciendo hasta decirle que lo quiero, y luego que lo aprecio. Pero no mentí, ni siquiera cuando le dije que mi vida seguía guardando su espacio por ser así de diferente, y sé que le importo a veces, porque sino no trataría de recoger esos pequeños hilos de calor que fui dejando entre mis recuerdos. A veces nos entorpecemos tratando de entablar una conversación que ambos sabemos que muere fácilmente, por eso dejamos de hacerlo, pero no nos hizo menos especiales. Jamás seríamos menos especiales porque ambos pudimos ser muy egoístas, pero nos sanamos cuando necesitamos hacerlo. Porque él tal vez me salvó, sin quererlo. Y yo tal vez lo salvé, sin saberlo. 

La gente cambia con el tiempo. 

Ahora somos primavera. 

Ahora somos distintos. 

La verdad es que no lo culpo, tampoco me culpo a mí misma. Las cosas suceden de formas inimaginables. Tal vez meses atrás mientras veía su foto y sonreía, podían decirme que esto pasaría y diría que es una locura. Pero, la locura es así, la locura es la vida en sí misma mientras todos luchan por ser "normales" y otros aceptan que no lo son. Por eso, si vuelvo a pensar que haberlo conocido fue una locura, me reiría, y diría que realmente fue algo preciso que debía de vivir, que ese mosaico de emociones quería vivirlo, necesitaba sentirlo para salir de un lugar que no tenía sentido. Por eso a veces miro este escrito, y me digo: Después de vivir entre estaciones, la verdad, nadie es el mismo.

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