Me lo contó un gato

24 2 2
                                    

De repente salí vivaz, alegre, con obsesiva monotonía rodeándome. Miraba a los alrededores como siempre los he visto, y sin embargo sentía que los veía por primera vez. Cada detalle era muy preciso, la forma de las nubes con propósito de lluvia, el ruido de los árboles cuando sus hojas caían, el caminar atareado de algunos humanistas que las pisaban distraídos. Lo empecé a ver todo por vez primera, como sintiendo el roce de los pétalos cuando no es primavera, o el calor del invierno cuando te encuentras perdida. No ha sido lo mismo este lugar, ahora es más bello, menos compartido. Me siento intranquila cuando me invitan a saborear este espacio, porque no le pertenece a nadie más que a nosotros. Ya no son simples canchas de fútbol que esperan que sus jugadores se apiaden un poco del tiempo, ni tampoco es césped recibiendo las brisas matinales cuando el viento ha helado en la madrugada, ya no es ver este lugar por la ventana de clase y fingirlo desconocido. Ahora lo siento cada vez que acaricio mis pasos por allí, esperando volver, y ver las estrellas.

Hoy, reinventé mis pasos hacia ese lugar y me encontré con un gato, me contó que las vidas que él ha padecido, también la ha vivido, y bastante dichoso. Me presumió un poco de sus colores canela y blanco moviendo las patas para lamerlas cuando tocó el frío, y esa mirada, afilada, me decía que esta vida era para vivirla contigo, como él supo que había sido con alguna señorita gata. Este gato se sentó sobre sus patas y miró hacia las montañas, mucho más allá de las rejas de la calle, de las piedras del asfalto, de las gentes incompletas, y después me miró a mí, invitándome.

Asentí preferencialmente a su llamado, y me senté. Acaricié su lomo hasta que ronroneó contento, y empecé a cuestionarlo cuando decidió contarme sobre ti, sobre mí, y lo que nosotros habíamos hecho. Es irónico como ahora vine sola a disfrutarte de lejos, verte un poco acompañado viviendo entre tus cielos, volando de nuevo. Me gustas, así me gustas. Por eso he vuelto a este lugar donde te conocí de verdad, porque uno siempre vuelve a aquellos lugares donde fue feliz.

La historia se apellidaba: Camelopardalis.

"La señorita gata" empezó. "La señorita gata me recuerda a esta historia, de ustedes. Ella me enseñó a ser la noche y las estrellas, y por eso, el nombre me lo reservo para ella."

- ¿Qué ha pasado con la señorita gata? - le pregunté entonces.

- Es otra historia nuestra. Ella a veces se pierde, y finge que quiere ser encontrada. Me dice que no la quiera, así de contrariada, y luego viene caprichosa a mostrarme el universo entre sus letras. No la comprendo, pero esta vida ha sido marcada por sus huellas.

- ¿Es que ella...?

- Oh... Espera querida, ella viene ahora.

Una gata de rasgos franceses caminaba presumida hacia nosotros, su presunta existencia me hizo acomodarme más recta, como desconfiada. Ella me miró atentamente agitando sus bigotes, y luego, empezó a ronronear junto al gato. La quise acariciar viéndola tan vulnerable, pero temía que sacara sus garras afiladas y me cortara la intención. No quería más rasguños en el corazón, y ella pareció detectarlo así que se me acercó frotando su lomo contra mi costado, y entendí la invitación. La acaricié cómodamente hasta que el gato se revolvió y empezó a lamerse las patas, disgustado.

- Señorita, de seguir así, me he de ir. - dijo él dándome la espalda.

- No se vaya señor gato, ¿Quién me ha de contar entonces?

- Que sea la luna.

El gato enderezó sus patas y empezó a caminar por la hierba alejándose lentamente. Lo llamé, pero me respondió con maullidos secos, y luego al intentar seguirlo, la señorita gata se sentó en mis piernas.

- No se asuste señorita. Volverá, sin embargo, es celoso. Por otro lado, ese viejo gato ha de saber muchas cosas, pero hay alguna que se inventa.

La Presunta Posibilidad de ConocernosWhere stories live. Discover now