Las 23 Miradas de tu Ausencia

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¡Qué difícil ha sido plasmarte como jamás quise hacerlo! Y como siempre quisiste... Como alguna vez ya lo hice. No fue menos difícil aun, pensar en ti. Pensarte más de 72 horas seguidas sin encontrarte de nuevo, y es que el tiempo se ha llevado consigo una pieza fundamental de este relato. Tú.

Algunos escriben para que los lean, otros escriben para sí mismos. Ahora dentro de estas palabras temblorosas y con los ojos entre lluvias amargas puedo decir que no escribo por mí, o por ti realmente, incluso para nadie en sí. Escribo porque necesito hacerlo, porque esta es mi manera de dejarte ir un poco y aceptar que uno de mis miedos se ha cumplido, por no decir varios más, que no vienen a cuento.

Se que posiblemente esto no te haga casi nada de justicia... Aun así, estoy aquí, escribiéndole a tu recuerdo. Esto puede ser lo más general, lo menos profundo, el único indicio. Personalmente me he guardado todo un libro de ti que solamente sabré leerlo yo, que ni siquiera dejaré entrever a las almas más cercanas, porque como tú y yo compartimos un secreto, una humilde prosa extraviada, así, estarás siempre en mi.

Hoy escribo a alguien que jamás me leerá. Pero plasmo tan honestamente todo lo que supe leer de él mientras pude, y fueron tan sencillas las frases, tan efímeras las enseñanzas, tan fuertes los sentimientos, tan complejos los momentos, tan extraños los encuentros, tan peculiares sus gestos, tan ajenos sus actos, tan cortos los tiempos...

Es ambiguo decir que solo lo vi 23 veces, o que solo lo conocí durante 23 ocasiones, o que solo hablé con él 23 palabras. Ninguna es certera, más que el número que ahora se ha convertido en un detonante para la injusticia, más que eso, un número simple, limitante, a todo lo que pudo ser con nosotros. Siempre, hasta en los malos ratos, incluso cuando dije que solo quería desconocerlo, incluso cuando me borró de las redes sociales y nos bloqueamos mutuamente, entre los enojos repentinos y el maldito orgullo que tragamos, los errores cometidos y lo demás que no compete, siempre dije que él era mi amigo, que quería ser su amiga, y eso a pesar de que no me permitía decir su apodo porque "así lo llamaban solo sus amigos". Entendí con el tiempo que dejó de recriminarme por eso, y luego también, que hablábamos más que antes.

Claro que sí, hablábamos todo el tiempo y eso sería algo que podría consumirme si lo permito. Se que no soy justa al decir que le conocí más en redes que en persona, pero le conocí. Sabía parte de él y al irse dejó tanto en mí que no sé que tanto puede ser suyo y que tanto quedó de mi. No podría dejar de recordar lo último que me marcó en su presencia, y ahora también en su ausencia... Él tenía esa objetividad, ese realismo un poco pesimista que me atraía para abrazarlo, para decir que no puede ser así constantemente y así empezar debates interminables que él siempre creía ganar, y muchas veces lo hizo. No podré decir que no me cansaba pelear todo el tiempo cuando decía que me faltaba carácter, que me faltaba determinación para defender lo que creo y que más que nada, me faltaba voluntad. ¿Qué hablaría entonces? Él tenía virtudes, certezas, quería cambiar el mundo de alguna forma y sin saberlo ya estabas cambiando el mío, estuvo cambiando el mundo de muchas personas que logramos conocerle y posiblemente no lo sabía. Pero eso también formaba parte de él, parte de lo que hacía para llegar a cada uno de nosotros, a su manera, siempre como quería.

Era vanidoso y egocéntrico. Casi lograba detestar eso de él porque recuerdo que las pocas veces que pudimos hablar en persona, él dedicaba al menos dos minutos o más a mirar su reflejo, ni siquiera en un espejo, sino en la ventana detrás mío. Y por eso le despeinaba, por eso también sonreía a veces, y luego empecé a ser vanidosa también y empezó a molestarme por eso, por mis pequeños gestos inseguros cuando estaba desprevenida y los maullidos callados cuando me hacía cosquillas. Pero nada, nada se compara con ese peculiar gesto suyo que jamás podré dárselo a nadie más porque así es la última imagen que me sabe a él: Su sonrisa arrugando la nariz. Siempre me pareció divertida, adorable. Y claro, si así sonreía cuando le pasaba los deberes o le ayudaba en alguna clase, y también cuando me molestaba pestañeando constantemente porque yo lo hacía. Él me decía coqueta, afanosa, demasiado responsable, aburrida, me decía que siempre sea feliz, me decía por mi apellido, por mi nombre, por mi apodo. Él era la única persona que me llamaba por un apodo, y fue tan creativo de ponerme uno, quien sabe si era general o particular, pero lo hacía. Y yo también lo supe llamar por su apodo (que salió del mío), además de vanidoso, coqueto, irresponsable, molestoso. Siempre me decía que él era muy guapo y yo siempre le decía que no solo por darle la contraria. También le dije que era mi amigo, que podía contar conmigo, y él rara vez lo hacía, pero cuando lo hizo, entendí porque seguía ahí, a pesar de todo.

Definitivamente es duro, no verle de ninguna forma ahora, que se hayan acabado las 23 miradas entre nosotros y que mañana, o los días, o meses, o años siguientes siga diciendo que tuvimos solamente 23 miradas, ni una más. Pero después entendí que alguien más le necesitaba, que algo más allá de nosotros estaba haciendo presencia obligatoria y él debía asistir, no porque quería, sino porque debía. Y ahora es recordarle siempre con lo mejor que conocí de él, porque le conocí lo que supo mostrarme, lo que quiso, y así le quise también, y sé que me conoció mucho más de lo que posiblemente esperaba, y por muchas razones le dibuje un poco de felicidad, le abracé con verdadera dicha, le dije que era mi amigo repetidamente, porque lo era a pesar de todo, y así, después de pasar por unas memorias masoquistas, tuve que dejarle ir.

No puedo culpar realmente a todas las canciones que ahora me pesan por la madrugada, ni tampoco a esas horas de descanso donde sueño que está ahí, y me despierto desolada. No puedo asumir que esta ha sido la primera vez que pierdo a alguien de esta forma, y que esta es mi manera tan nostálgica de sobrellevarlo. Él dirías que con esto he sido tan dramática, y como bien sabía, le gustaba el drama, pero esta vez se que no lo he sido plenamente, que cada letra pudo estar llena de heridas abiertas como de coseduras de insomnio.

Por eso digo que no lo olvidaría. Jamás olvidaría que conocí alguien así, que ni siquiera puedo describir bien, que no supe entender del todo, que no me permitió el tiempo conocer, que no logré despedir. Con eso, también aprendí que las personas somos solo un espacio, un tiempo, somos temporales en la vida. ¿Qué haremos con cada minuto que nos queda? ¿Cómo viviremos este día? Disfrutar de todo, de las personas, de las emociones, de la alegría, de la vida. Permitir el amor de uno mismo, lo especial de los pequeños detalles, el abrazo reconfortante, los dulces a media tarde... Por mi parte, hoy decidí seguir extrañando para seguir adelante, a un paso lento, pero adelante. Por eso escuchaba como decía la canción que la vida es como un hilo, que se corta de improviso, sin avisar. Y luego entendía la siguiente de que todo era una ilusión ¿Mayday Parade? Y al final, en el inicio de todo, recordé todas las suyas. Muchas de ellas me gustaron más que las mías; muchas de ellas sabían a encontrarnos en un lago en el cielo, y eso era lo único que me supo confortar en este invierno, a plena luz del día, a una clase más, sin él.

En memoria de esa persona que supo decirme las cosas como son, a pesar de que duela. Te nos adelantaste un poco Froyd, pero siempre estarás en nosotros.

Realmente no sabía que tan injusta puede ser la vida hasta que el primer día que te hablé empezó a correr un reloj de tiempo para conocerte.

La Presunta Posibilidad de ConocernosWhere stories live. Discover now