Lauren se dio la vuelta. “¡Cuidado con las piedras!”

“Jaja. Ya oí eso. Prueba algo más original la próxima vez.” Y entonces desapareció por la puerta.

Lauren miró la puerta cerrada unos momentos. “¿De qué infiernos habla?” se preguntó. Entonces se encogió de hombros y fue hacia los escalones. Había cosas importantes que hacer hoy. Y mejor seguía adelante antes que perdiera todo el valor.

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Vestida en su atuendo de infiltrada, Lauren dirigió a las calles de la ciudad de Nueva York que aguardaban. Pensando que había sido rubia en su última excursión, optó por el aspecto pelirrojo esta vez. Enormes gafas de sol ocultaban gran porción de su cara y la ropa holgada escondía su cuerpo.

Nadie la miró fijamente o embobado mientras pasaba y Lauren suspiró con alivio. A veces olvidaba cuan agradable era ir a alguna parte y no tener a todos inmediatamente reconociéndola. La fama era emocionante durante unos quince minutos antes de volverse una completa carga que uno nunca podía quitarse de encima.

Concedido, tenía sus privilegios de vez en cuando. Pero a veces… sólo a veces… Lauren deseaba poder ir por una calle ajetreada y no tener que preocuparse de que el viento pudiera llevarse su peluca o de que alguien pudiera reconocerla a través del disfraz.

Lauren miró a la gente, preguntándose qué realmente pensaban de ella. Preguntándose qué pensarían si supieran quién era realmente. Preguntándose, incluso, si realmente les importaba saberlo. Cada vez que concedía una entrevista no podía evitar preguntarse si a la gente realmente les importaba saber la respuesta a las preguntas que estaban formulando. ¿Por qué quería saber la gente quién hizo su vestido? ¿O por qué les importaba si bebía Pepsi o Coca-cola? En el gran esquema de las cosas, ¿importaba realmente cualquiera de esas cosas?

¿Importaba ella?

Hundió las manos en sus bolsillos y continuó atravesando la atestada ciudad, sintiéndose, como siempre, de algún modo desconectada de todo. Apuesto que la mayoría de la gente que camina por aquí desearía saber como es estar en una de esas carteleras de allí. Fama… fortuna… si sólo pudieran probarlo. Y aquí estoy yo, escondida entre ellos, deseando encajar.

“¿Te sobra cambio?”

Lauren fue sacada de sus pensamientos por un hombre que estaba junto a ella. Sostenía una taza ligeramente cascada, que hacía diestramente juego con su atavío. Sus ojos castaños miraban suplicantes a los de ella. “¿Cambio?” repitió.

Las palabras de Camila se filtraron de repente a través de la conciencia de Lauren. Hay tanto que uno puede hacer, dados los recursos. Lauren miró al hombre, preguntándose cuántas veces había pasado junto a alguien como él y no le había mirado dos veces. “No tengo cambio,” dijo apologéticamente. Sacó su cartera y esperó que algo hubiera allí. Nunca llevaba efectivo encima. Encontró un villete de veinte. Lo agarró y se lo dio al hombre. “Es todo lo que llevo encima,” explicó.

Los ojos del hombre se pusieron tan grandes como platillos y una gran sonrisa iluminó su cara. “Gracias,” dijo, mirando el Billete en su mano como si fuera oro. “Dios te bendiga.”

Lauren sonrió, sintiéndose feliz de repente. “¿Cómo te llamas?” se encontró preguntando.

“James,” dijo.

Le sonrió cálidamente y ofreció su mano. “Soy Lauren,” le informó, preguntándose por qué había optado por su verdadero nombre. “¿Quieres almorzar conmigo?” preguntó, sorprendiéndose de nuevo.

James asintió débilmente y la miró como si temiese que desapareciera.

“Vamos, James,” instó Lauren. “Escoge tu veneno. Yo invito.”

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Lauren no podía recordar la última vez que había estado en McDonalds. En realidad, ni siquiera estaba segura de haber estado nunca, pero es lo que James había seleccionado y ¿quién era ella para discutir?

James se aplicó a su comida con implacable entrega y Lauren intentó no quedarse mirando. En cambio, contempló la hamburguesa mal envuelta en papel amarillo. ¿La gente come esto? La desenvolvió con cuidado y la miró silenciosamente. Tuvo el súbito impulso de hurgarla. Así que se volvió en cambio a las patatas fritas. No daban tanto miedo.

“Eres muy bondadosa,” dijo James de repente, a través de un bocado de comida. Bondadosa. Lauren pensó en esa palabra un momento. ¿Estaba haciendo esto por bondad? ¿O era lástima? ¿O siquiera culpa? ¿Por qué alguien hacía algo, realmente? “Sólo quería compañía,” se encontró diciendo.

“¿Una chica bonita como tú?” preguntó James, los ojos castaños estudiándola intensamente. “Lo encuentro difícil de creer.”

Lauren se quitó las gafas de la cara. Dudaba muchísimo que James supiese quién era ella, o tan siquiera le importase. “La belleza no asegura compañía necesariamente,” respondió. “Y el dinero tampoco asegura felicidad.”

“Sólo un tejado sobre tu cabeza y comida en la mesa,” respondió James, aunque su tono era ligero. “Todo lo demás es sólo cuestión de suerte.”

Lauren se mordió el labio, sintiéndose repentinamente tonta por discutir sus problemillas con un sin techo. Dios, he de ser la persona más egoísta de la Tierra. “Bueno, James, háblame de ti.” James la miró la intacta hamburguesa de Lauren

“¿Quieres?” le ofreció Lauren.

Él aceptó la oferta sin dilación y mordió la burger alegremente.

Lauren agarró un puñado de patatas y se las metió en la boca. Nada mal. Podría acostumbrarse a estos chismes. Durante la siguiente hora o así, James le contó todo a Lauren sobre cómo su madre le había echado de casa cuando tenía dieciséis años. Había estado desde entonces en las calles, intentando defenderse solo. Había intentado vender drogas pero estaba demasiado enganchado en su propia adicción para realmente tener ganancias. Finalmente, había dejado el hábito. Estaba limpio desde entonces, excepto que ahora se volvía a la botella de vez en cuando. Le ayudaba a lidiar con los fríos meses de invierno y los solitarios días de verano.

Lauren escuchó silenciosamente la historia, preguntándose cómo le habría ido a ella en una situación similar. Me habría muerto. Literalmente.

El respeto y la admiración reemplazaron su inicial piedad por el hombre. Antes de separarse, Lauren garrapateó su número de trabajo en un pedazo de papel. “Llámame,” le dijo. “Si alguna vez necesitas algo.”

James asió el pedazo de papel en su mano y le sonrió a través de acuosos ojos castaños. “Eres una persona especial,” le dijo. “Gracias.”

“No, gracias a ti,” dijo, con tantos grados de significación en las palabras que ni siquiera po día contarlos todos. Le abrazó. “Cuídate, James.” Mientras se alejaba, reasumiendo su jornada hacia su destino original, se preguntó brevemente si James la llamaría alguna vez. O si los veinte dólares sólo se gastarían en la ocasional botella que le mantuviera caliente y esperanzado a través de muchas noches interminables.

Dulce Destino - Camren FanficWhere stories live. Discover now