El discurso del alcalde llegó a su final, con lo que el pastor de la comunidad dio paso al pequeño podio, con la mirada gacha y los hombros hundidos. Comenzó diciendo cosas de lamentar lo que había ocurrido exactamente un año atrás y luego comenzó una pequeña misa improvisada. En ese momento dejé de poner atención; yo no era de las personas creyentes.

Pax se acercó con Erika de la mano, quien se aferraba como si estuviera a la deriva en un mar embravecido. Se le veía más pálida de lo normal, con sus pecas resaltadas en su bello rostro. Él no parecía ponerle mucha atención, aunque los dedos de la rubia en los suyos le fueran un gran trofeo esa noche.

—Ya van a ser las doce de la noche —indicó con cierto nerviosismo— y a Erika le gustaría irse de aquí, ¿nos acompañas?

—No, me gustaría quedarme un rato más.

La chica reparó en mi por fin y luego miro de soslayo a mi amigo, quien me miró algo confundido. No sabía porque le había dicho que no, pero realmente me quería quedar hasta más tarde. Era como si esta noche tuviera algo extraño, una extraña conexión con todas las desapariciones de todos estos años, un pedazo de tierra maldita. Era adictiva la morbosa sensación de estar allí y yo quería tener un poco más, incluso si eso implicaba seguir entre tanta gente.

—Quédate si quieres, puedo irme con papá —dijo ella, con una mueca y retrocediendo, por lo que terminó soltando su mano.

—Vale, nos vemos mañana entonces —asintió, con vacilación en su voz.

Cuando ella se fue, no pude evitar mirarlo con una ceja enarcada. No había manera en que yo pudiera entender en ese momento que pasaba por su cabeza, ya que, según yo, lo único que él siempre quiso fue estar con Vera y, por descarte, con su hermana.

Sin decir nada, se paró a mi lado, con las manos escondidas en los bolsillos y la mirada pegada en el fuego que comenzaba a menguar ligeramente.

—¿No vas a preguntar?

—No tengo que hacerlo, tú me lo dirás de todos modos. —Me encogí de hombros y pateé una pequeña rama hacia las llamas.

—Es extraño, pero siento que ninguno de nosotros deberíamos estar aquí esta noche —admitió, luego de un momento de silencio—. ¿No lo sientes? No puedo irme si quieres quedarte aquí.

—¿Por qué no? No es como si algo fuera a pasar y no estoy solo.

—Te conozco Blaise. No pasará mucho rato antes de que te vayas —sentenció, con el ceño fruncido.

—¿No es esa la idea?

—Sabes de que hablo perfectamente.

Por su tono de voz y expresión, pude adivinar que estaba molesto con la situación. No podía negarlo, yo también sentía que algo iba a suceder esa noche y no importaba cuanta gente hubiera a mi lado.

Dirigí mis ojos a la espesura del bosque que nos rodeaba, específicamente a la parte que estaba al otro lado del pueblo, y no pude evitar sentir que había algo mirándonos, esperándonos.

—Chicos, nosotros ya nos vamos. Adam va a hacer una fiesta en su casa, ¿nos vemos allá? —preguntó Chase, rompiendo la delicada atmosfera que se había formado en torno a nosotros dos.

—Claro —dijo Pax, con una sonrisa.

Vimos como nuestro grupo de amigos se iban, antes de volver a dirigir nuestras miradas al bosque, al lado contrario por donde ellos se estaban yendo. Pax suspiró por la nariz y me encaró.

—Vamos, de verdad que no creo que sea una buena idea quedarnos, especialmente porque ya todos se están yendo. —Señaló a papá, quien nos miró unos segundos antes de darse media vuelta para irse, con los ojos vidriosos por lágrimas que no dejó escapar.

—No entiendo por qué todos le tienen tanto miedo al bosque, nunca ha matado a nadie —susurré, con un poco de sorna en la voz.

—Casi un ochenta por ciento de las muertes de aquí son por este bosque —me señaló.

—Nadie sabe si están muertos, nunca encontraron los cuerpos. ¿Acaso a nadie se le ocurre que, quizás, sólo querían huir de este asqueroso lugar? —Finalmente lo encaré y me encontré con una mirada severa.

—No, porque es algo bastante obvio, ¿no te parece? —El tono de la conversación comenzaba a subir, pero ya casi todos se habían ido. Los que quedaban eran un par de funcionarios que no nos estaban poniendo nada de atención, atentos a algo que ocurría al otro lado.

Incluso las llamas comenzaban a aextinguirse mientras nosotros estábamos en lo que parecía una guerra de miradas.

—No hay nada en ese bosque o más allá que valga la pena —exclamó, señalando el bosque.

Yo seguí su dedo hasta este, donde la luz no alcanzaba a extinguir la penumbra y las sombras parecían emerger de la niebla. Pero eso no era lo extraño, lo extraño era que, exactamente un par de metros más allá del lindero del bosque, Maya nos observaba.

Sombras en la NieblaWhere stories live. Discover now