55. "Ya no hay nada que hacer"

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Alonso.

Recibí a Nat cuando llegó, traía la mayoría de sus pertenencias ya que sus padres aún no querían que viviera aquí hasta que estuviera oficialmente casada conmigo.

—Bienvenida. —le dije mientras la ayudaba con sus maletas.

—Éste lugar es enorme. —pronunció mientras daba una vuelta en su lugar observando todo maravillada.

Aquella acción me hizo recordar a Bella aquella vez que la traje por primera vez cuando la ensucié en la calle.

—Sí, intenta no perderte. —ella soltó una pequeña risa y subimos las escaleras para que la llevara a la habitación que ocuparía el día de la boda.

Obviamente en nuestra luna de miel no intentaría nada con ella, probablemente la lleve a visitar algún país que a ella le guste y ya, regresaríamos. Ahí mismo aprovecharía para tratar de enamorarme de ella, no podía seguir pensando en Bella cuando me voy a casar.

Tengo que sacarla de mi mente ya.

—Aquí es. —dije mientras abría una puerta y la dejaba entrar primero. —Espero que te guste. —me sonrió y asintió. —Te dejó aquí tus cosas para que instales lo que quieras, si te quedaras a comer baja en unos minutos, ¿sí?

—Claro, gracias. —asentí y me fui de ahí rumbo a la sala.

Cada vez que me pongo a pensar siempre me llega el recuerdo de lo que sucedió anoche con Bella. Ella había tomado la iniciativa y eso me había gustado. Significa que también me quiere, ¿no?

—¡Alooon! —gritó la reconocible voz de Jos desde la sala. —¿Qué hacía ese carro allá afuera? —cuestionó frunciendo el entrecejo.

—Nat está aquí. —le respondí mientras me encogía de hombros y Jos me miraba como si me hubiese salido un tercer ojo en la cara.

—¿Y Bella? —preguntó, y por supuesto sabía a qué se refería cuando me preguntó por ella.

—Ya no hay nada que hacer, Jos. Ella decidió que era mejor olvidarlo y se fue de aquí. —conté mientras me sentaba en un sofá.

—¿¡Acaso eres tan imbécil como para dejarla ir!? —exclamó claramente alterado. —¡Alonso, por Dios! ¡Tú la quieres! ¿Cuál es el problema? ¿Por qué no impediste todo eso?

—Jos, tranquilo. No sabía cómo actuar, ella se veía tan decidida en querer olvidarlo que... Lo dejé. —ahora que veo todo... Sí, fui un tonto.

—¿Y no vas a ir por ella? ¿No piensas ser feliz con la chica que quieres? —cuestionó, dejé caer mi cabeza hacia atrás mirando el techo.

—Jos, sí la quiero. Pero yo ya hablé con los padres de Nat sobre nuestro compromiso y no puedo echarme para atrás. Eso sería muy grosero y para nada caballeroso. —mi amigo bufó y salió a zancadas de la habitación llevándose a Bryan consigo quien apenas venía entrando.

Quiero a Bella, pero ahora no podía hacer nada para tenerla conmigo.

(...)

Isabella.

Al día siguiente Cassandra me despertó bruscamente para ir a la escuela. No quería asistir, probablemente medio mundo me vea feo por haber besado al príncipe y porque seguramente ya saben que Freddy y yo terminamos.

Los chismes son como el pan caliente.

—Anda, Isa. Vámonos, no debemos llegar tarde. —tomé mi mochila y salí junto a mi amiga rumbo a la escuela.

(...)

Y como lo había previsto, medio mundo me miraba de mala gana y algunos con lástima.

—Ignóralos, ya pasará. —murmuró mi amiga a un lado mío, solté un suspiro y traté de caminar con seguridad para evitar sentirme intimidada.

—¡Isa! ¡Isa porfavor! —mi amiga me tomó del brazo y me arrastró rápidamente junto a ella para evitar que Freddy hablara conmigo.

Es un idiota.

Entramos al salón de clases, me tocaba clase de Historia y mi corazón se aceleró al recordar que compartía lugar con Alonso.

—Tranquila, habla con él cuando llegue. —me dijo Cassandra y caminó hasta su lugar, Nat ya se encontraba sentada en su lugar correspondiente pero no veía por ningún lugar a su futuro esposo.

Me senté pero mi corazón no dejaba de latir aceleradamente, estaba nerviosa y temía decir algo estúpido frente a Alonso.

Pasaron los minutos y el timbre sonó, mi compañero de asiento nunca llegó y aunque me sentía nerviosa por tener su presencia junto a mí también comenzaba a preocuparme por él.

¿Por qué no estaba aquí sentado?

El profesor entró y fue ahí cuando definitivamente me di cuenta de que no llegaría.

(...)

—Admito que me sentí extraña. —le dije a Cassandra mientras caminábamos hacia la cafetería. —Supongo que me había acostumbrado a tenerlo conmigo en clase.

—En clase y viviendo con él. Es obvio que lo extrañas, Isa. —hice una mueca y no emití otra palabra.

—Hola, hermosa. —saludó Alan con un beso en la mejilla a mi amiga.

Genial, ahora soy el mal tercio.

—Isa, ¿qué sucedió con Freddy? Ha estado muy deprimido desde ayer. —comentó Alan mirándome con el ceño fruncido con un claro gesto de confusión.

—¿Deprimido? ¡Ja-ja! —exclamó Cassandra molesta. —La única deprimida aquí es mi amiga. Y perdóname que te diga esto cariño, pero tu primo es un imbécil. —me sorprendió el tono con el que Cassandra se expresó pero no dije nada.

—¿Se puede saber qué ocurrió? —insistió Alan.

—No quiero hablar, Alan. Lo lamento. —le dediqué una pequeña sonrisa y él asintió.

Tomé mi muñeca izquiera y recordé que mi pulsera aún no la encontraba. Probablemente se me haya olvidado en mi casillero, así que me levanté.

—Nos vemos en la siguiente clase. —dije a Cassandra y ella asintió.

Caminé hacia mi casillero y una vez que llegué lo abrí comenzando a revolver todo lo que tenía con la esperanza de que ahí estuviera pero lo único que encontraba eran puras bolas de papel y envolturas de dulces.

—¿Dónde estás, maldita pulsera? —murmuré y en ese momento cerraron mi casillero haciéndome sobresaltar.

—Isa... Hablemos. —me dí media vuelta dispuesta a irme pero Freddy me tomó del brazo. —¿Puedes explicarme que hacías besando al príncipe? —me solté y lo miré con los ojos entrecerrados.

—No tengo nada que explicarte.

—¡Claro que sí! Tú eres mía, Isabella. —puse los ojos en blanco.

—No soy tuya y jamás volveré a ser tuya. Tú y yo terminamos, Alfredo. Ve a revolcarte con la zorra de Victoria de una buena vez. —Freddy volvió a tomarme del brazo y me acercó a él para plantarme un beso desesperado hasta que logré separarme y estampe la palma de mi mano en su mejilla.

—Isa, no puedes dejarme.

–Eres un maldito imbécil. Me das asco. —escupí con repugnancia, de tan sólo saber que sus labios estuvieron sobre los de Victoria me daban ganas de vomitar.

—Volverás a ser mía. —dijo detrás mío cuando comencé a alejarme de él.

¿Cuándo fue que el chico más tierno y dulce se convirtió en el más imbécil que he conocido?

The Prince #1 Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt