04. El Castillo

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Isabella.

Estaba enojada. No, ¡más que enojada!

Ambos estábamos en silencio, lo cual agradecí, ya que no me era satisfactorio venir en el mismo auto que este chico.

—Y... Te llamas Bella, ¿cierto? —preguntó rompiendo el silencio sin dejar de mirar al frente.

—Sí. —respondí cortante, no me apetecía aclararle que no me gustaba que me dijeran Bella.

—¿Y?... ¿Qué edad tienes? —preguntó, rodé los ojos sin que se diera cuenta.

—Tengo 17, casi 18. —respondí, y dirigí la mirada a él quién estaba concentrado en el camino.

—Yo casi 19. —una pequeña sonrisa ladeada se formó en su rostro. —¿Tú no deberías tener la misma edad que yo? —cuestionó frunciendo el ceño

—No. —le informé aún cortante y él asintió lentamente.

—Ya casi llegamos. —informó volteando a verme por cortos segundos para después regresar la vista al frente.

Creo que lo juzgué mal, después de todo parece una buena persona. Digo, no cualquiera se hubiera ofrecido a brindarme ropa limpia. Un hombre cualquiera se hubiera seguido de largo dejándome ahí parada.

—Bien. —respondí y volví la vista hacia la ventana.

Desde unos metros atrás pude ver el gigantesco castillo del príncipe, con un solo botón logró que las puertas se abrieran y pudiéramos pasar.

Comencé a mirar alrededor, el gigantesco jardín estaba en perfectas condiciones, los árboles estaban cortados con las típicas formas de animales y el pasto estaba bien podado, o al menos eso era lo que lograba ver desde el auto.

El príncipe se detuvo e inmediatamente varias personas, que supongo son trabajores, comenzaron a rodearlo. Sin prestar atención bajé del auto y unas señoras que estaban cerca del príncipe me miraron con asco.

—Necesito que la atiendan, se irá a dar un baño y les daré su ropa para que la laven y sequen. —anunció el príncipe, las señoras asintieron con la cabeza.

—¿Alguna otra cosa, majestad? —habló una de ellas.

—No, eso es todo por el momento. —ellas volvieron a asentir, hicieron una reverencia y se fueron sin decir más. —Anda, sígueme. —comenzó a caminar e hice lo que me indicó.

Entramos al castillo y ahí habían aún más empleados quienes al ver entrar al príncipe lo recibieron con una reverencia y a mi con una mueca de asco.

¡Yo no tengo la culpa de lucir así!

Subimos varios escalones hasta llegar a la segunda planta del castillo, el príncipe abrió la puerta de lo que parece ser su habitación ya que solo había una cama, una televisión gigantesca y videojuegos.

—Puedes usar mi baño, o si prefieres el que está al final del pasillo. Te daré una bata para que utilices mientras los empleados lavan tu ropa. —anunció y salió de su habitación sin dejarme responder.

Bufé y comencé a ver por curiosidad las fotos que estaban en su habitación. En una aparecían el difunto rey y su esposa junto al príncipe. Los tres tenían una resplandeciente sonrisa.

—Toma, una señora vendrá por tu ropa en unos minutos para lavarla. —dijo mientras me entregaba una bata rosa suave al tacto, ¿podría ser seda? Digo, es parte de la realeza dudo que tenga ropa incómoda o de baja calidad.

—Gracias. —respondí cortante, él me dedicó una media sonrisa y salió de su habitación.

Me adentré a su baño y... Realmente era gigantesco. Tenía una bañera enorme, prácticamente podría ser una pequeña piscina, también tenía un jacuzzi y aparte la regadera.

—Vaya vida tienes. —murmuré y cerré la puerta detrás de mí una vez que entré.

Comencé a desvestirme y dejé mi ropa sucia a un lado, según el príncipe vendría una persona por mi ropa y la lavaría. Siento que no debería estar aquí aprovechándome de las personas pero no quería que Renata se burlara de mi aspecto cuando llegara ya que mi tío no regresa del trabajo hasta la noche.

Abrí la llave y dejé que el agua fría me tranquilizara un poco, hacía calor y la sensación del agua cayendo en mi era fantástica.

—¿Señorita? El príncipe Alonso me mandó por su ropa, ¿me permite pasar? —habló una señora del otro lado de la puerta.

—Claro, adelante. —respondí en tono alto para que me escuchara.

Escuché como abría la puerta y segundos después como la cerraba.

Me quedé unos cuantos minutos más bajo el agua una vez que me había terminado de quitar el poco lodo que tenía en mis brazos y cabello y después salí. Me sequé el cuerpo y después me puse la bata sintiéndola resbalar fácilmente. Sin duda alguna era seda, se sentía tan bien en la piel.

Salí del baño y el príncipe no estaba ahí, decidí quedarme en su habitación, talvez no sea habitual ver a una chica recién bañada en bata rondando por el gigantesco castillo.

—¿Quieres algo de comer? Puedo pedirles a las empleadas que te hagan algo de almorzar. —di un respingo al escucharlo entrar a la habitación.

—No. Estoy bien. —respondí mientras me sentaba en la orilla de su cama, se sentía muy cómoda.

Él sonrió de lado y volvió a salir.

De verdad creo que lo he juzgado mal, creía que no se bajaría del auto a pedirme perdón pero lo hizo, mucho menos esperaba que me ofreciera venir a limpiarme a su castillo y darme esta hermosa bata y por último a ofrecerme de comer.

El príncipe no regresó a su habitación hasta que me trajo mi ropa limpia.

—Aquí tienes. —puso mi ropa junto a mi. —Y nuevamente quería pedirte disculpas, no me fijé y como consecuencia te ensucié, pero juro que mandaré a arreglar ese hoyo y todos los que existan en la ciudad para que no vuelva a suceder algo parecido.

—Sí, ya no importa. No tienes que darme uno de esos discursos diplomáticos. —traté de sonreír, tomé mi ropa y entré nuevamente a su baño para ponérmela.

Tenía un delicioso aroma, olía como a rosas y estaba suave. Me encantaba esta sensación, creo que haré que me ensucie más seguido la ropa para que la lave.

Ja. Es broma.

Salí del baño con la bata entre mis brazos y se la regresé al príncipe.

—Oh, no. Quédatela. Es un obsequio por lo que pasó. —sonrió.

—Gracias. —suspiré. —Bueno, será mejor que ya me vaya, no es como si alguien me estuviera esperando pero debo ir a hacer tareas y... Todo eso.

—¿Tareas? ¿Qué clase de tareas? —preguntó él curioso.

—Las de la escuela. —respondí y él aún tenía una cara de confusión. —Las actividades que los profesores encargan.

—¿Todos debemos hacer eso? —arrugó el entrecejo y casi me echo a reír ahí mismo.

—Por supuesto. —respondí lo más tranquila posible.

—Vaya... —murmuró. —Como sea, le diré al chófer de mi tío que te lleve a tu casa.

—¡No, no, no! —respondí rápidamente antes de que saliera de la habitación. —Yo puedo irme sola, no hay problema. —traté de sonreír y él alzó una ceja.

—No, insisto. Te acabas de bañar y no permitiré que te vuelvas a ensuciar o algo parecido.

—No, de verdad estoy bien. No quiero causar más molestia. —insistí y salí de la habitación.

Él no me siguió así que supongo que no va a insistir.

Cuando llegué a la planta baja salí del castillo pero un señor con traje me detuvo.

—Señorita, tengo órdenes del príncipe para llevarla a su casa, así que por favor le voy a pedir que suba a la limusina. —dijo mientras la señalaba.

Rodé los ojos e hice lo que me pidió.

Después de todo, ¿cuándo volveré a subirme a una?



















The Prince #1 Onde histórias criam vida. Descubra agora