Capítulo 2: Mirando la luna (2/2)

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- ¡Rin! ¡Rin! ¿Dónde estás? – oyó que llamaba una voz desde el valle – ¡Rin!

Era la anciana Kaede, la mujer más sabia y mayor de la aldea. Y también su cuidadora.

- ¡Ya voy! – gritó desde lo alto del peñasco y se apresuró colina abajo – Hola, Kaede – saludó, llegando a la carrera – ¿Me llamabas?

- Sí, te llamaba – asintió – Necesito que me ayudes en una cosa.

La muchacha la miró expectante. Sentía curiosidad por saber a qué se debía tanta prisa.

- Es la señora Rumiko – explicó la anciana – Se acaba de poner de parto de su tercer hijo. ¿Vienes a ayudarme?

- Claro.

Anduvieron un par de minutos hasta llegar a la cabaña de la señora Rumiko y su marido. No es que a Rin le gustara mucho ayudar a traer bebés al mundo y hacer de asistente en los partos, pero lo que sí tenía claro era que quería ser una buena persona y eso requería hacer todo lo posible por ayudar a los demás.

Después de unas horas intensas, Rumiko daba a luz a una preciosa niña. Le puso de nombre Miki. "Un nombre bonito para una niña bonita" pensó Rin con una sonrisa.

- Hoy lo has hecho muy bien – le dijo Kaede cuando volvían a la casa que compartían. Ya se había hecho de noche – Cada vez lo haces mejor. Me tranquiliza saber que te has convertido en una joven muy habilidosa. Así sé que podrás cuidar de la aldea cuando yo no esté.

La chica se sonrojó un poco por los cumplidos, pero el hecho de ser "la sucesora" de la jefa de la aldea no le hacía mucha gracia.

- En realidad, abuela – así era como la llamaba cariñosamente la chica – no estoy muy segura de que sea una buena idea. Soy de las más jóvenes del pueblo y la que lleva viviendo aquí menos tiempo. Estoy segura de que Sango, que es una gran exterminadora de demonios, o Kagome, que es también una sacerdotisa poderosa, podrían hacerlo mucho mejor que yo. Son jóvenes también, pero veinticinco años son más que los diecisiete que yo tengo.

- Es cierto que son dos buenas candidatas. En realidad, en un principio pensé que la mejor para cuidar de la aldea sería Kagome, puesto que es la reencarnación de mi hermana y es una mujer de bastante sentido común. Pero teniendo por marido al semi-demio Inuyasha, no sé yo si podrá mantener a flote las dos cosas.

Ambas se rieron. Inuyasha era el hermano menor de Sesshomaru. Hermanastro en realidad. Y no se llevaban nada bien. Pero desde luego, Inuyasha no era mal tipo, simplemente era una persona de carácter fuerte y algo brusco que actuaba primero y pensaba después. Era un tipo interesante.

- ¿Y Sango?

- ¡Ay, la pobre ya tiene bastante con tener que estar de aquí para allá exterminando demonios!

- Por no hablar de su marido – dijo la joven.

Volvieron a reírse. Tenían razón. Sango era una luchadora que exterminaba demonios con su boomerang gigantesco desde que era tan sólo una niña. Era una mujer hermosa, valiente y decidida, pero también algo tímida. Y su marido era el monje Miroku, todo un mujeriego y un ligón con las chicas, además de pervertido, pero un buenazo al fin y al cabo. Y quería mucho a Sango, aunque siempre estuviera molestando a jovencitas guapas, cosa por la que su mujer siempre se enfadaba. Era bastante divertido verlos en plena discusión después de que Miroku hubiera ahuyentado a alguna chica joven intentando ligar con ella. Todo un espectáculo.

Por fin, llegaron a la casa. Después de la cena, la anciana se quedó dormida junto al fuego casi al instante de arroparse, pero Rin permanecía despierta. Su humilde cama estaba junto a la ventana y entraba una brisa fría, pero a ella no le importaba. Su mente la ocupaban otros pensamientos. Miró al cielo con pesar y vio la luna en posición menguante, la misma forma que poseía la luna de la frente del señor Sesshomaru.

- Señor Sesshomaru, ¿cuándo volverá a visitarme? – dijo en un susurro triste mientras una lágrima resbalaba por su mejilla sonrosada.

Finalmente, cerró los ojos y se sumió en un profundo sueño.

Lágrimas de sangre (Sesshomaru y Rin) [COMPLETA]Where stories live. Discover now