Más allá del oeste

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Una mano lo alertó cuando se posó sobre la suya. Era Tauriel, la había despertado. Ella seguía con los ojos cerrados, pero una pequeña sonrisa se había dibujado en su rostro. Legolas le dio un beso en la frente y se dejó caer sobre la almohada. Allí también durmió.

***

Unos golpecitos se escucharon en la puerta, Legolas se levantó para abrir, era su suegro. Este miró a través de la habitación y contempló enternecido como su hija dormía plácidamente de lado, aferrada a una almohada.

-Duerme mucho -susurró Legolas- supongo que es algo normal del embarazo.

-No sé mucho de esas cosas, pero sí. Es por eso. -le respondió con expresión divertida. Le causaba gracia el papel de padre primerizo que tenía el joven elfo. Asustado y confundido; emocionado y aturdido; todo al mismo tiempo. Se preguntaba a sí mismo si él se había comportado así cuando se enteró de que tendría a su primera hija. Es un sentimiento que solo se experimenta una sola vez en la vida. No importa cuántos hijos vengan después, el primero siempre provocará aquel cosquilleo nervioso en el estómago. El primero define el grado de preparación y responsabilidad que tienen los padres. Lo cómico del caso es que, no estaban esperando solo a uno, sino a dos bebés; eso duplicaba las emociones.

Elrond caminó con dirección a la cama y se sentó, despacio, en uno de sus bordes. La respiración de Tauriel era calmada y su expresión serena, como si en sus sueños no hubiera cabida para la maldad, ni para el sufrimiento. Sólo podía existir el amor, la felicidad, la paz y el precioso caos generado por dos revoltosos elflings.

Pasaron breves segundos cuando la elfa se removió suavemente, volviendo a la realidad. Bostezó aun con los ojos cerrados y cuando volvió a hacer uso de ellos, se encontró con una agradable vista.

-Ada -pronunció con una sonrisa.

-Mi estrella, ¿cómo estás? -tomó una de sus manos, acariciándolas.

-Con energías renovadas, el viaje me agotó mucho.

-Pienso que no deberías viajar mañana, en ese estado, lo mejor que debes hacer es descansar -le aconsejó, tratando de hacerla razonar.

-Lamento tener que desobedecerte esta vez, padre. Iremos con ustedes hasta los Puertos Grises -concluyó la elfa, enderezándose y frunciendo el ceño.

Elrond miró a Legolas, quien se reía por lo bajo. Tauriel era muy testaruda a veces; cuando una idea se le metía en la cabeza, no había nadie que le hiciera cambiar de opinión.

-El embarazo la ha hecho más cabezota -susurró Legolas solo para que el padre de su esposa lo escuchara, pero olvidó el agudo oído de la elfa. 

-¿Qué dijiste? -preguntó Tauriel con rostro totalmente serio y peligroso. Lo bueno de su estado, era que podía echarle la culpa de todo al embarazo. Si comía demás, era el embarazo; si se alegraba, enojaba y lloraba, todo en dos minutos, era el embarazo; si engordaba, era el embarazo. El embarazo tenía la culpa de todo. 

-Q-que el embarazo te ha hecho más hermosa -se apresuró a decir Legolas, rogando porque se lo creyera. Aunque realmente, sí se veía más hermosa.

Era el medio-elfo quien ahora se aguantaba la risa, pero acudió en rescate del elfo.

-Ciertamente, mi pequeña. Tienes un brillo especial, uno que estaba esperando por salir. El brillo de la gestación. -El rostro de la pelirroja se suavizó- están esperando por ustedes allá abajo.

-Claro -soltó un leve suspiro acompañado de una risilla- danos unos minutos, nos pondremos algo más decente.

-No demores Tauriel -pidió y besó su frente. Se puso de pie e inclinó su cabeza hacia Legolas, quien le devolvió el gesto.

Tauriel, Hija del BosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora