Capítulo 20: Te quiero.

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Lachlan.

El puto calor me achicharra.

El sol está a límite, el día es pegajoso y bochornoso.

Qué fastidio.

Ayudo con el acomodo de las piedras y lo último que espero es escuchar cómo un par de sujetos cuchichean tan bajo que parece una conspiración. Me acerco a ellos sólo para hacerles una broma, pero al ver la pantalla de su celular, el coraje sube y me calienta la cabeza.

—Sí, una de ellas es la hija del patrón —susurra Héctor.

—¿Y ustedes qué puta mierda tienen en la cabeza, cabrones?—exclamo rabioso, tomando el celular y aventándolo al suelo al instante.

La furia del dueño de ese aparato de mierda se hace presente, pero es más la que yo siento. Pronto, una multitud aparece y no avanzamos a una pelea, aunque yo lo deseo ahora. Pero no puedo ser tan idiota, así que me dirijo hacia la oficina de Paul y no me importa lo que piense cuando le arrebato su celular de la mano.

—¿Qué piensas que estás haciendo?—cuestiona con cierta molestia.

Navego un poco entre sus aplicaciones hasta que llego a la publicación de esa asquerosa página que no mide las consecuencias de sus actos.

—Tiene que iniciar un proceso legal, no pueden hacerle esto a Cristina —digo, mostrándole la pantalla—. ¡Le juro que buscaré al culpable y le reventaré la cara sobre el asfalto!

Él me observa perplejo, no logra procesar lo que le acabo de mostrar y en ese momento entiendo que quizá no debí. Una foto comprometedora no es algo que un padre desee ver sobre su hija, pero es importante que esté al tanto.

—Ve por ella —ordena—. Hablaré con el delegado y no me iré hasta saber que habrá consecuencias —dice por fin, toma su celular, sus llaves y sale de la oficina, pero solo un par de segundos después, se asoma—. Ve por las tres y que no sepan de esto.

Claro que lo haré.

No puedo permitir que amarguen su día y su vida, por una estúpida y asquerosa publicación sin empatía.

Subo a mi todo terreno y hago una rápida parada en la casa de mi tío por algunas cosas que necesitaremos antes de ir por las tres reinas de Bahía Turquesa. Veo el reloj en mi muñeca y sé que estoy a tiempo. Sé que aún no han visto la publicación y sé que lograré distraerlas.

Estoy molesto.

Tan molesto, que no logro comprender cómo es que la cólera que siento se esfuma en cuanto veo esos ojos café claro.

Maldita sea.

¿Qué estás haciéndome, Cristina?

Porque no puedo entenderlo.

Quizá mi cabeza es tonta o mi cerebro no tiene la estimulación necesaria para comprender por qué me gustas tanto y me haces sentir de esta manera.

Mi único objetivo se vuelve hacer feliz a esta princesa al alejarlas de la verdad en un divertido escape mientras su padre se encarga del asunto.

Creo que lo hago. 

Las veo divertidas, las siento felices. 

Comemos, tomamos, jugamos, snorkeleamos, cantamos, bailamos, contamos chistes y hablamos sobre trivialidades después de una odisea para prender la fogata.

El día se pasa rápido, pero es genial.

Y aunque no lo quiera, aunque no me guste ser el portador de las terribles noticias, sé que debo hacerlo, pues una vez que ellas entren a casa y revisen su celular, se encontrarán con sus fotos íntimas viajando por todo Internet.

POR FA, ¡NO TE VAYAS!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora