Capítulo 7: Velada bajo las estrellas.

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Es domingo.

Pasamos toda la noche del sábado en vela en una pijamada esperando con ansias la revelación del "secreto" de Yuji. Sin embargo, la cuenta de Instagram al parecer resultó ser solo una estafa, pues terminó la cuenta regresiva y no hubo publicación alguna. No hay nada y no ha dado señales de vida desde entonces. Creemos que quizá no tiene realmente un secreto y solo se reduce a un grupo de haters sin quehacer alguno.

Pero algo no me permite dormir, quizá es el pánico por el presentimiento de que en cualquier momento algo puede pasar y acabar con mi vida social; yo qué sé.

Mi cabeza piensa una y otra vez, hasta que me decido.

Desbloqueo mi teléfono y me voy a los contactos, justo ese al que he agregado como "Gusto culposo" y sonrío sin intenciones de hacerlo, hasta que me doy cuenta de que lo estoy haciendo y borro la sonrisa, pero aún así, me atrevo.

Le llamo.

Timbra, timbra, timbra y timbra.

Pienso que no contestará, pero cuando quizá da el último tono de llamada, su voz se escucha al otro lado.

—¿Quién habla? —pregunta.

Por un momento, me quedo sin aliento y no lo entiendo. ¿Qué carajos me pasa?

Recapacito, recobro la cordura y la voz me sale bien.

—Lach, soy yo, Cristina —menciono y él no dice nada al otro lado, pero escucho su respiración, así que sé que no se ha cortado—. ¿Crees que puedas venir a mi casa?

—¿Sucede algo?—inquiere.

—No realmente, pero me gustaría desahogarme contigo.

Él demora en responder, tanto, que necesito pronunciar su nombre para saber que continúa en la línea.

—Estoy algo ocupado, pero, ¿podrías recibirme como a las once?

¡¿De la noche?! Apenas son las seis.

No lo sé...

¿Puedo?

Un muchacho que llega a mi casa a las once de la noche...

Qué más da.

—Te dejaré abierto el portón de atrás.

Bajo con una linterna y mi pijama de Victoria's Secret cuando la hora se acerca. Son las 10:55 y tomo asiento en la banca de madera color blanca que tenemos sobre el pasto de nuestro patio trasero con el propósito de ver los preciosos atardeceres de Bahía Turquesa, pero que también goza de una gran vista por la noche, con la luz de la luna reflejada sobre el mar y las estrellas brillando en lo alto con más intensidad de lo que una ciudad las muestra.

Me pierdo en la tranquilidad que me da el sonido de las olas y el tiempo se desvanece para mí, hasta que siento cómo alguien toma asiento a mi lado. El chico viene en jeans y una sudadera oscura, con el gorro puesto y las manos dentro del bolsillo delantero de la misma.

—Tienes una jodida suerte con la vista de tu casa.

—Lo sé —suelto débil, perdiéndome en el espectáculo nocturno de la naturaleza—. Gracias por venir.

Él guarda silencio e interpreto que espera a que hable, pero me doy mi tiempo de paz hasta que siento que me he recargado de la energía positiva que la noche me brinda y giro hacia él, cruzando mis piernas sobre la banca mientras recuesto la cabeza en mi brazo sostenido por el respaldo de madera. Él únicamente voltea la cabeza en mi dirección, haciendo que nuestros ojos se encuentren, sus café y mis miel.

POR FA, ¡NO TE VAYAS!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora