Capítulo 9: La Corazonada.

2.2K 293 119
                                    

Intento avanzar mi proyecto después de un largo octavo día en el infierno. Es miércoles por la tarde y tecleo sin descanso en mi computadora portátil. Me da risa ver cómo mis dedos se mueven fugaces cuando la verdad es que... no he escrito nada.

¡Son puras tonterías!

¡Es redundante!

Suelto un cansado gruñido y me dejo caer sobre la cama mientras mi mente decide pensar en algo mucho más interesante.

Noé.

Oh, esa primera gran cita que tuvimos...

Pero de repente, esa mirada opaca mi felicidad. Mi ceño se frunce y empiezo a pelear conmigo misma.

—Largo. No quiero. No puedes pendejearme ahora cuando estoy tan feliz pensando en esos bellos ojos verdes —gruño.

Detesto la forma tan escurridiza en la que mi gusto culposo poco a poco se ha ido introduciendo en mi cabeza. Ha pasado de ser nada más de un cuerpo que se me antoja al verle trabajar en la empresa de mi padre, sudado, fuerte y sucio... a pensar en los pocos momentos que hemos compartido; en esa tonta mirada que me hace, como si la tonta fuera yo.

Ahora lo imagino respondiéndome.

—Yo te pendejearé cuando quiera hacerlo.

—¡Vete! ¡Huye! ¡Aléjate! No te quiero aquí, tengo cosas mucho más importantes que imaginar.

—¿Como un buen beso en la playa? Sí, con lengua y todo.

—Cuando lo dices tú, me resulta repugnante.

—A mí me resulta repugnante imaginarlos a ustedes dos, ewk.

—Por Dios, estoy hablando con un producto de mi imaginación —me lamento con los ojos cerrados, sosteniendo mi cabeza—. Ya basta, Cristina.

Está bien, me voy.

—Por favor.

Él sonríe, y se hace presente ese brillo divertido tan característico en su mirada.

—Eso no dijiste la noche en la que pediste mi ayuda.

Suspiro.

—¿Qué estoy intentando con todo esto?—me pregunto a mí misma, ya preocupada.

Agito la cabeza y cuando regreso la vista hacia la esquina en la que se encontraba, por suerte ya no está.

Tomo mi celular y empiezo una llamada con las únicas dos mujeres que me comprenden en esta vida.

—¿Qué onda?—suelta una Eleonora agitada. Su conjunto deportivo me hace entender que justamente se encuentra haciendo ejercicio.

—¿Cómo van esos abdominales y ese proyecto final?—nos pregunta Yuji, quien se ve cómodamente empijamada con el peluche de panda.

—¿No tienes calor? —le respondo.

—El aire acondicionado está 17 grados, muero de frío.

—Chicas, hay chisme o no hay chisme, porque este delicioso cuerpo necesita trabajo para seguir tan delicioso como ahora —dice Ely.

—No es chisme, pero creo que me estoy volviendo loca. Demente, chiflada o estúpida. No sé qué me queda mejor.

—¿Por qué? ¿Qué sucede? —cuestiona rápidamente Eleonora, ansiosa.

—Estoy imaginando a mi gusto culposo mientras intento pensar en el amor de mi vida —respondo acongojada.

Ellas me miran confundidas.

POR FA, ¡NO TE VAYAS!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora