Capítulo 18: La decisión correcta.

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Lachlan

Él me golpeaba sin parar, sin limites ni remordimientos. Lo hacía con la mano, con el cinto, con un gancho y cualquier cosa que se atravesara en su camino en ese momento, dejando marcas, llagas y traumas que difícilmente se borrarían alguna vez, pero no le importaba.

No le interesaba que solo tuviera cinco años.

Lloraba desconsolado y aterrado en el mismo rincón de siempre mientras los fuertes gritos de ese hombre me taladraban los oídos con su asquerosa voz repleta de odio, coraje e ira. Una mezcla infernal, si me lo preguntan.

Ahora que lo pienso con madurez y de forma racional, ¿cómo es que hay personas que se atreven a tratar así a los niños y pueden dormir tan plácidamente por las noches? Es repugnante.

—¡¡Siempre tienes que estar bien, niño idiota!! ¡No llores como si fueras una jodida niña, porque no lo eres! ¡Eres un hombre, el hombre de la casa! ¡¡No me avergüences de esta manera!! 

Pero ese pequeño Lachlan no lograba contener su tristeza, tampoco el miedo que ese hombre le causaba. Lloraba sin control, intentando no hacer ruido, pero las lágrimas me delataban mientras sostenía mi cabeza y cerraba los ojos fuertemente en esa esquina que, aunque estuviera pintada de un acogedor amarillo pastel, para mí siempre fue gris. Apagado y neutro, el rincón que me hacía sentir solo y alejado, pero también protegido, esa esquina en la que todo se tranquilizaba de poco en poco: el dolor, la tristeza, la preocupación, el coraje, la desolación. Eso significaba para el pequeño Lachlan, pero no para mi padre. 

Para ese desgraciado era todo, menos un lugar seguro:

La esquina de la vergüenza.

La esquina de los putos cobardes.

La esquina de los jodidos llorones.

Y muchos otros nombres más.

—¡¡Deja de llorar, maldita sea!! —exclamaba el sujeto, tirando rabioso de mi pequeño brazo—. Tú siempre debes mostrarte bien, aunque te esté cargando la chingada por dentro, ¿entiendes?... ¡¡¡¿Entiendes pequeño hijo de perra?!!!! —soltaba tan fuerte, que me causaba un escalofrío.

Sólo asentía aterrorizado.

—Primero van los demás antes que tú, niño idiota —agregaba entre dientes, soltando su agarre mientras me empujaba hacia el suelo de esa esquina—. Tu hermana va antes que tú y siempre será tu prioridad, ¡ahora repítelo!

Ese ruido asqueroso aparecía y, poco después, sentía su baba caer sobre mi mejilla después de que me escupía, pero no decía nada. No podía ni merecía decir algo porque no me había portado correctamente. Porque salí a jugar a la calle con Alejandro, el vecino, en lugar de preparar la leche de mi hermanita de dos años y ésta se había quedado hambrienta por dos horas mientras mi padre trabajaba y mi madre dormía.

Mamá se acercaba cuando él se retiraba y sostenía mi mano, me limpiaba el rostro y, por último, me estrechaba entre sus brazos con la intención de calmar mi sufrimiento.

—La vida es muy bonita, mi querido niño. Encuentra las maravillas que oculta la naturaleza en cada rincón del planeta y entonces podrás sentirte bien, conectar con ella y darle a las personas esa felicidad y ese amor que llevas dentro de tu corazón—dijo y señaló  mi pecho con su dedo índice.

Algo tenía esa mujer, que su sola tierna y justa voz, me hacía sentir una paz inmensa. Me recargaba de energía como si con eso lo pudiera todo en este mundo.

Me tomó entre sus brazos y ambos salimos al jardín de casa. Ella me llevó hacia uno de los matorrales de rosas y me mostró cómo un colibrí chupó una de las flores y, luego, se dirigió hacia un nido de bebés colibríes para alimentarlos.

—¿No te parece maravilloso cómo viven estos pequeños seres llenos de luz?

El pequeño Lachlan sonrió.

—Yo quisiera que fuéramos como esos colibríes —dije sin apartar la mirada de ellos.

—Algún día lo seremos, mi amor.

—Son hermosos, mamá. 

—Igual que tú. Siempre que te sientas triste, enojado, preocupado o temeroso, descubre la naturaleza. Comparte con ella y esos sentimientos negativos los transformará en algo muy bonito. Todos los días, en cada oportunidad, disfruta de la naturaleza.

—Pero, ¿y si estoy bien?

—Te hará sentir mucho mejor. Te aseguro que la naturaleza te ayudará a ser lo que realmente quieres ser desde aquí. —Señaló mi corazón—. Siempre hazle caso a él, no a tu cabeza. Ese es el secreto de la felicidad eterna, mi pequeño Lach.

*

Ver colibríes siempre me remonta a ese día. 

Justo ahora, mientras estoy parado en el parque de Bahía Turquesa y frente a mí un pequeño nido de colibríes descansa sobre la rama de un árbol, recuerdo cómo mi madre hizo una cosa buena por mí. Cómo, sin saberlo, o quizá sabiéndolo, salvó mi vida al introducirme en la magia de la naturaleza.

Respiro el aire limpio y puro que nos rodea y sonrío... hasta que Nere aparece en mis pensamientos, borrando cada minúscula señal de tranquilidad mientras la sombra de mi padre hace eco en mi cabeza: Primero van los demás antes que tú, niño idiota.

Sé que la he decepcionado.

Sé que le he roto el corazón.

Sé que soy un pendejo. 

Yo estaba al tanto de lo que Cristina podría significar para mí y aún así accedí a aventurarme un fin de semana a su lado. 

¿Por qué me metí a la boca del lobo en primer lugar?

Maldito seas, Lachlan.

Por un lado, es reconfortante saber que al final las cosas de alguna manera salieron bien, pues esto que siento, esto tan extraño e inusual, sólo aparece cuando estoy junto a Cristina. Es como este capullo debajo de mí que poco a poco va floreciendo para únicamente poder tornarse día con día en algo más bello y... especial.

Pero de todas las formas posibles, la cagué.

Así no se hacen las cosas, y lo peor de todo, es que no lo puedo remediar. Me tomó por sorpresa... o quizás no. Tal vez necesitaba que ocurriera de esta manera porque era la única forma de tomar la decisión que pienso correcta.

Cristina es la decisión correcta para mí.

La decisión que ha hecho mi corazón.

— Estoy bien. —Sonrío—. Estoy perfectamente bien, no hay nada de qué preocuparse.


CONTINUARÁ.

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POR FA, ¡NO TE VAYAS!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora