94. Libertad

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Pasaron semanas, incluso dos meses después, cuando las primeras familias pertenecientes al Festival llegaron hacia la ciudad. 

Se recorrió la voz por todo el reino que una de los clérigos del vaticano había llegado a París a pedir el perdón y la salvación de los inocentes. Se le denegó al principio y el rey ignoró, pero luego de saber de la traición que Jean Colbert hizo para su rey, las cosas desistieron. Pero no significaba que las cicatrices sanarían de un día para otro. 

Fueron menos los que llegaron que los que salieron. 

Con comunidades en todo el reino, ocultas o a la vistas, las familias gitanas resurgían de la repercusión a la que había sido sometidos. Pero las cicatrices del alma...esas no sanarían tal vez nunca. 

¿Un papel dado para la libertad...? ¿Y qué hay de los demás? ¿De los mártires? ¿De aquellos que ya no pueden vivir esta misma suerte...? Se preguntaba algunos.

Otros prefirieron morir que dar su orgullo gitano a torcer y quedaron en galeras, pero no a la fuerza, sino por convicción. 

El orgullo gitano era lo único que debía tener hasta su muerte. Otros que con sus cicatrices y hambruna creyeron que ya habían muerto pero se les entregó el camino desolado "¡Largo!" en las voces de las cárceles, y varios corrieron con la ímpetu de encontrar a sus familias, a sus hijos y esposas.

 Otros quedaron a la deriva, porque podían ser liberados, pero juzgados en cualquier sitio al que fueran, y la muerte lenta en las prisiones era más bondadosa que estar en medio de la discordia. Otros no se dejaban pisotear el orgullo quedándose moribundos y salieron con la cabeza en alto, altivos, en busca de la redención y la vida nómada que los tenía que salvar por el resto de sus días.

 Todos querían encontrarse con sus familias.

Las mujeres fueron las más difíciles en marchar y en comprender lo que estaba ocurriendo. Demacradas, desnutridas, sucias y prepotentes al toque masculino de los guardias, varias cárceles se usaron de orfanato a los niños menores de siete años cuando se quedaron sin sus padres en el comienzo de la redada y las más ancianas criaban a los tantos niños que pudiesen porque llegaba un punto en que los niños más saludables se los arrebataban también y se los llevaban lejos. 

Pero los quedaron se estaban acostumbrando a la vida dentro de prisión, en paredes rústicas, temían del cielo azul y del cantar de los pájaros. 

Pero aún así, las que pudieron mantenerse fuertes caminaron lo que tuvieron que caminar, usando nuevamente sus trabajos de alforjas para sobrevivir y llegar a sus destinos, o comenzar una nueva comarca, pero con el recelo todavía de quienes miraban sin escrúpulos lo que todo el reino de Francia sabía: las liberaban. 

Se decía que comenzaría la mayor migración de bohemios mientras en París calmara las turbulencias que había hecho comenzar esta tregua entre el vaticano y Su Majestad Cristianísima, y aún cuando se observaba a los primeros nómadas ingresar a la ciudad para dejar perplejos a los parisinos.

Entre nuevos integrantes a la ciudad, quienes ya no recordaban la real capital, se encontraba Véronique llevando entre sus brazos a su hijo. Había dado a luz dos meses después en prisión, y todo lo que podía abastecerle a su hijo era su leche materna. Sus facciones estaba reprimidas en la suciedad, con harapos sucios pero a su lado se mantenía Giselle, de mirada determinada y con la cabeza en alto. 

Poseía una falda y andaba descalza. ¿Regresar? A este mismo lugar. ¿A dónde irían? 

Y el primer lugar fue el Festival de Los Laureles.

Una peregrinación se vio entrando al pueblo de San Mauricio y era claro de quienes se trataban. Félice observaba desde su ventana a los nuevos miembros de la comunidad pero que les deparaba un largo camino al destruido Festival. 

Por Estas Calles De París © COMPLETA [BORRADOR SIN EDITAR]Where stories live. Discover now