32. La perdición y adoración de París

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Cristina María recibió aquella carta con miedo y angustia aquella noche, pero con amor, dicha al saber de él.

Al día siguiente se aproximó a la capilla del palacio, y rezó, como si nunca antes lo hubiese hecho, con las manos fijas en su rostro y suplicando al cielo que todo acabase, que fuese una pesadilla.  Querían verla muerta.

Pero no tenía la potestad en Versalles para decir simplemente que alguien cometió tal crimen. Fitzwilliam estaba a su lado en este recóndito camino, dónde apenas podía ver las luces, encontrando bien las pruebas. Estaría dispuesta a hacer lo posible por encerrar a quien le haya faltado a ella. Y no era solo ella. Era Charlotte también. Detrás de todo esto se escondía la desgracia hecha una figura, un rostro, una mente.

José Fernando y Cristina María volvieron a verse en la noche entrante de aquel día, cuando pasó todo lo que quedaba del atardecer tratando de encontrar las palabras para dirigirse a Fitzwilliam. Pensaba en cada posibilidad, en cada rostro de aquella vez. La mirada de terror sobre el mismo que hirió a Charlotte y amenazó pese a que se encontraba frente a frente. A las palabras que le dirigió aquel malhechor. Todo eso andaba una y otra vez en su escudriñadora mente, a la vez que la mirada descansaba en la pluma, con ojos instigados por la ira de verse en aquella posición.

¿Quién querría hacerlo? ¿Por qué razón? ¿Qué puede haber sido ella capaz para que quisieran quitarla del camino?

El pesar inundó su cabeza y supo que no podía continuar de aquel modo. Se levantó junto a las doncellas para dar la bienvenida a Su Majestad.

Cenaron con tranquilidad. Cristina María alzaba la mirada cuando José Fernando la conseguía dubitativa, y apaciguaba las cosas con una sonrisa.
El príncipe dejó caer su mano en la suya.

⎯Dime, ¿Hay algo que quieras contarme?

Cristina María dejó el paño sobre su regazo y dedicó la sonata calmada de los ojos. Correspondió a su toque.

⎯Está todo bien ⎯respondió⎯. ¿Qué hay de ti? ¿Has hecho algo acaso el día de hoy? Mientras te esperaba…

A José Fernando se le inundaron los ojos con la misma calma. Acurrucando su mano, estuvo a punto de decirle algo, y la princesa se preparó para recibir sus palabras con una pequeña sonrisa.

No obstante, su rostro cambió repentinamente cuando un sonido desde la garganta del príncipe aulló con impaciencia. Se trataba de una carrasposa tos.

Se levantó de inmediato hacia él.

⎯Su Majestad…

⎯Tranquila. Todo está bien ⎯José Fernando bebió el vino y alcanzó un fugaz beso en su mano que aún sostenía⎯. Deberé ser rey antes que algo suceda.

⎯¿A qué te refieres? ⎯Cristina María siguió observando su rostro en busca de alguna señal que correspondiera a una dolencia.

Pero sólo José Fernando sonrió y se acercó a ella para abrazarla.

⎯Linda…linda, tan linda como una hermosa flor. Como un bello atardecer. Ven conmigo.

⎯¿A dónde?

⎯A un lugar especial.

No pudo Cristina María ponerse a objetar con semejante pedido que abría su pequeño corazón con aquellos ojos resplandeciendo.

Los lacayos, atentos a la pareja, pero en silencio, abrieron las puertas en cuánto José Fernando ordenó. Cristina María lo siguió, tomada de su mano, a ese lugar que la hizo olvidar lo que repentinamente atosigaba su mente.

Se encontró engatusada con el misterioso príncipe que no mencionó el lugar especial, hasta que por el rabillo las colinas arremolinadas del pasto sentido contra el pasado atardecer hicieron brillar sus ojos en el coche. José Fernando la observaba por el rabillo, admirándola completamente. Sintió Cristina María sus manos otra vez cuando colocó los pies sobre la húmeda tierra, y acondicionada por la calma que otorgó el príncipe, siguió con su mano unida a la suavidad.

Por Estas Calles De París © COMPLETA [BORRADOR SIN EDITAR]Where stories live. Discover now