58. Como marchita una vida

10 4 0
                                    


En las primeras llanuras del palacio real y con las manos juntas, Cristina María siguió mirando el arrebol de la ciudad.

A su mismo paso empezaba a entender que aquel paisaje verían sus ojos cada mañana, y en el preciso momento que sentía resignarse, miró la última carta que llegó desde Francia, abierta y sin sello, sólo palabras de aliento, como siempre le escribía desde la primera semana después que se marchó. Era una carta de Charlotte. 

Pero del otro lado se encontraba un desaliento. No había recibido ninguna carta de comunicación que tenía con Charlotte. Ninguna palabra de Fitzwilliam.

 Nada que le dijera que estaba bien, en dónde se encontraba, en qué parte de aquel vasto mundo estaba. Ninguna cosa. Sin contacto, sin nada que le diese encanto mismo o le correspondiera de la misma manera. Habían pasado semanas, y diciembre se marchaba ya, porque continuaba pasando el tiempo y recordaba la fecha, 17 de diciembre.

Siempre estaba el temor. De no saber nada de Fitzwilliam, de marcharse así sin más de Francia y también dejar a Charlotte, de no saber quién era el culpable. Temor incluso por su propio padre. Y nada de aquello la mantenía tan apesadumbrada como el destino que le pactaron. 

Cristina María dejó de mirar el paisaje desde el balcón del palacio real en Madrid y su semblante, afligido, aparentó tranquilidad cuando tocaron a su puerta.

Dejó pasar a una de sus damas, que le llevaba una carta.

⎯Su Majestad recibe la visita de su Eminencia Maximiliano.

⎯¿Le has dicho que no está presente el príncipe?

⎯Apenas han dado la noticia. Su Eminencia está acercándose al palacio, Alteza. 

Cristina María dejó la carta a un lado y asintió.

⎯De acuerdo. Recibiré a Su Eminencia. 

Partió junto a su dama de compañía camino hacia el salón principal. El palacio sólo contaba con su presencia y las de los cientos de lacayos que habitaban en el mismo. La corte española se reunía a la hora del té y los acompañantes del rey Carlos no estaban presentes porque Su Majestad tampoco se encontraba. Así que pareció un inmenso lugar sin nada interesante para ver, o eso creía la princesa hasta que llegó con calma al sitio acordado. 

Justo llegaba Maximiliano en terciopelo, estampados en el sitio de las carcasas y la usual bandada que comenzaba en el hombro y caía diagonal hacia la cintura. Como era usual no fue común verlo con semblante taciturno. Había fácilmente una expresión serena. A Cristina María le asustó tanto aquel aire similar a José Fernando. Creía verlo frente a ella. 

⎯Su Majestad ⎯se inclinó primorosamente él al verla. Recibió su mano en son de besarla y al dar un paso hacia atrás, les dijo palabras nobles⎯. Es un honor para mi verla otra vez aquí. Sea bienvenida Su Alteza Real a ésta nación que la recibe con mucho orgullo y con la total esperanza.

⎯Eminencia, que grato honor es para mi verlo ⎯correspondió la princesa⎯. Ha sido magistral en venir directamente aquí, pero he de confesarle tristemente que el príncipe no se encuentra en el palacio, tampoco en Madrid; ésta en el puerto de Marbella.

⎯Qué mala noticia, me temo que no será agraciado para usted encontrarse sin la presencia de Su Majestad. He venido a conversar con él pero al comprobar que se halla solo usted, no le molestara que quisiera acompañarle hasta que la hora del té se acabe ⎯Maximiliano se inclinó con amabilidad. 

Así que Cristina María se movió hacia adelante y sin esperar contestó de una gran manera.

⎯¿Cómo puede pensar que no disfrutaré de su compañía? Por favor, Su Eminencia ⎯agradeció con buenos gestos una vez salieron hacia el salón⎯. Es usted bienvenido en este lugar siempre y cuando desee. En otra ocasión podría volver a encontrarse con el príncipe, que sin duda piensa ya estaría de regreso antes de que comiencen las festividades de fin de año. 

Por Estas Calles De París © COMPLETA [BORRADOR SIN EDITAR]Tempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang