41. Devolviendo la esperanza

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La noche en vela resguardó mismos sentimientos frágiles para un corazón que también lo estaba y cuando el amanecer llegó había sido déspota con su emociones. El condado del duque de Orleans quedaba en el empinado valle Saint Cloud, una depresión en el terreno en el punto lejano de la ciudad propenso a dar los excesivos y costosos gustos del duque Felipe.

 El caballo montó al pie de la sierra con trote apaciguado, la firme sensación de acalorar a quien había llevado atrás fue una tropelía; con cada paso las piernas flaqueaban, estremecía de sobresalto, las llamaradas del rostro se apagaban puesta en la capa de cuero, vitoreando entre susurros indicando por y para donde cabalgar. 

Lo que habían hecho y lo que ella le había prometido fue de súbito. 

⎯No tienes porqué temer... 

Los labios flaquearon cuando los sostuvieron. Una vez más le pedía marcharse porque si alguien lo notaba correría un gran peligro. 

⎯Prometí no dejarte sola y no me digas que debo hacerlo. 

⎯Ven en el anochecer, Fitzwilliam. Déjame hablar con el duque antes. 

⎯¿Quieres que me marche cuando te veo tan tenue en mis brazos? Su Alteza...

⎯No se me dan las palabras para decírtelo... 

⎯¿Cómo no puedes confiar en mí? 

⎯No es que no confíe ⎯un balbuceo de Cristina María llegó a los oídos suyos⎯. Temo lastimarte...

Los ojos del joven mosquetero no pasaron desapercibidos para los suyos propios, porque él, abrumado de sus palabras y el corazón embarcado, la atrajo hacia sus brazos.

Los guardias en el frente se acercaron con la punta de su filo, atravesando el vallado y en infamia de acometer. Pero Cristina María expresó rotundamente, tomando los brazos del mosquetero. 

⎯¡El hombre viene conmigo! Bajen sus espadas.

Los guardias se alejaron de inmediato.  Enajenados por el resquicio que empezaba a volverse extraño, bajaron las espadas, perspicaces. La princesa vio reverencias hacia su lugar.

El mosquetero había desviado la mano a su espada, pero al mirar a quienes salían del palacio echando alaridos por ver a Su Alteza, dejaba el tacto en la espada para tomar un fuerte resbalo que vino desde ella, ocasionando volver a los brazos de Fitzwilliam, y no tuvo más remedio que sonreírle pese sus situaciones. Le besó la mejilla incluso al tener los gritos detrás suyo. 

⎯Márchate ahora. 

Y cuando Cristina María se rodeaba de las mujeres de casa del duque, el mosquetero con expresión severa la miró marcharse, con el cuerpo encorvado y ya sin su mirada. Había quedado indeciso por lo que había pasado y al tomarla en sus ojos una vez, Fitzwilliam le indicó al lacayo de la puerta avisar al duque sobre la estancia de su sobrina.

Salió el mosquetero ceñudo y taciturno. 

Cristina María le pedía otra vez marcharse, pero en contra de su voluntad quería volver a sus brazos frágiles y arroparse con ella, asegurarla. Como prometió esperaría la noche para volver a mirarla e infundirla en lo que él mismo se había prometido con y toda la indecisión que pudiese verse en el aferre de su corazón, del corazón de Fitzwilliam que le pertenecía a la princesa.

 Lo único en el momento era su partida, inculcada por la determinación en las palabras de Cristina María, pero que él llevaba fundidas en las promesas, y la confianza que debía tener sus palabras. ¿Temo lastimarte? Sensaciones desfavorables les había llenado de incertidumbre por la misma razón, jamás tomaría en serio que la razón por la que había dicho aquello era, sin embargo, una situación que Cristina María trataba de evadirle, pero que ya no podía más. 

Por Estas Calles De París © COMPLETA [BORRADOR SIN EDITAR]Where stories live. Discover now